javit0
Curveando
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Viajar, movernos, cambiar. Los deseos de lo que buscas, las incertidumbres de lo que encuentras. Cualquier viaje, sea corto o largo, cambia el ritmo de tu pulso, pero si lo que te acompaña en este viaje es el repiqueteo de los pistones de un viejo motor boxer, una pequeña salida como la que voy a contaros se disfruta con la ilusión con la que se hacen las primeras cosas.
No hay mucho que llevar, son solo dos días y un número de kilómetros ridículo para los que muchos de vosotros hacéis: Cabo Norte, Albania, Italia, Turquía, Grecia. Pero la ilusión no se inventa, simplemente se tiene, y cuando esto pasa lo mejor que podemos hacer es disfrutar.
Equipaje: una cámara compacta Olympus, casi de juguete. Una réflex Nikon, unos pantalones vaqueros, unas zapatillas viejas, unas hojas en blanco, un mapa, un boli, un cepillo de dientes y unas gafas de sol. La Olympus es como una pequeña Derringer que cabe en el bolsillo y siempre tienes lista para disparar; la Nikon, en cambio, es un fusil de precisión, aparatoso y pesado. También llevo una bolsa de brevas que mi padre cogió en el último momento subido al tejado de la cochera, sobre el que se desparrama una higuera que desde que recuerdo fue enorme y que no para de crecer, y que algún día aplastará su coche y seguirá dando brevas a través de las ventanillas, bajo el capó... No es que me gusten los higos, en realidad nunca los he comido, me desagrada su textura; son para dejárselos a un familiar aprovechando mi ruta.
Destino: La Bañeza. Como he dicho, no se le puede llamar viaje. Puede parecer una osadía ponerme a contar aquí un escuálido recorrido como este, pero hacer el esfuerzo de narrarlo, desmenuzándolo en palabras, es una forma de disfrutarlo más. Por otro lado, cuantas frases se pierden por no pensarlas.
Salida: 20 de agosto, sábado, a las 10:40 h., CL-602 dirección Toro. A pocos kilómetros se encuentran las Riberas de Castronuño, con un bosque de fresnos y chopos que acompañan al Duero en un sinuoso cauce que atraviesa el embalse de San José, donde hay una pequeña presa en la que siempre me paro. Edificios cuarteados que parecen deshabitados, maquinaria robusta y rudimentaria pintada de un sorprendente azul celeste que me encanta. Un lugar por el que no puedes pasar sin hacer una parada.
*Foto grande: http://www.laberinto-art.es/capitancacharro/labaneza/01-castronuno.jpg
Un poco más adelante comienza a verse Toro, arriba, como un castillo que se sostiene en equilibrio sobre su pedestal. A sus pies, un puente colgante de tres cuerpos curvos cuajados de remaches y haces de hierros, que desemboca abruptamente en un insospechado cruce que siempre me pareció mágico.
*Foto grande: http://www.laberinto-art.es/capitancacharro/labaneza/03-toro.jpg
Al pararme a hacer estas fotos me encontré con que al “Capitán Cacharro”, -para quien no lo conozca ese es el nombre de mi R75/7- se le había roto la goma que sujeta las tapas laterales y de no ser porque las tengo sujetas con bridas, las habría perdido.
A grandes males, grandes remédios. Parada en Toro en un concesionario de BMW; mientras un solícito mecánico conectaba al Capitán la centralita para chequear el problema, yo me tomaba un capuchino en la sala de espera.
Solventado el incidente continúo el camino por la ZA-713 hacia Pozoantiguo. Más adelante, en la ZA-123 cruzo por un paso estrecho el embalse de Ricobayo, antes de llegar a Tábara.
*Foto grande: http://www.laberinto-art.es/capitancacharro/labaneza/ricobayo.jpg
*Foto grande: http://www.laberinto-art.es/capitancacharro/labaneza/07-ZA123-Embalse Ricobayo.jpg
Parece que el sábado es día de mercado en Tábara, y el pueblo se veía bullicioso, con coches mal aparcados que había que ir esquivando, otros que paraban sin más en medio de la calle para charlar o preguntar y turistas que rodeaban la iglesia románica de Sta. María como si se les hubieran perdido las llaves.
Dentro de la iglesia tienen un pequeño museo, con piezas de escaso valor y muchas reproducciones de códices románicos. Me llamó la atención una losa de piedra blanca con un texto grabado en latín. En ese momento no pude evitar acordarme de George Lucas.
Al salir del museo, a punto de subir a la moto para reanudar viaje, se me acercó un hombre de unos 50 años que me comentó “mal día para ir en moto”. 36 grados, con el traje de cordura negro, casco integral y guantes… no podía hacer mejor. Me comentó que tuvo una BMW clásica y que hacía bien en llevar las maletas atadas porque en una ocasión perdió una en marcha. En ese momento llegó su mujer, encantadora,* y tras charlar un rato y comentarles que iba a ver las carreras de La Bañeza, me dijeron que pertenecían a los “Old Bikers” y que alguno de ellos participaba en la carrera. Quedé en llevarles recuerdos, pero como no los vi, se los doy ahora. ¡Recuerdos de Tano!
Continuando en dirección a Puebla de Sanabria, enlazo con la N-525 en Mombuey, un pueblo que siempre está lleno de gente de paso comprando embutido, hogazas, bacalao. De pequeño, con mis padres, pasaba por Mombuey de camino a casa de mis abuelos y siempre parábamos a comprar. Era como el último lugar hasta donde la civilización había llegado, más allá no había nada, ni papel higiénico, ni fregonas, ni pilas.
Un poco más adelante, Asturianos, separando las zonas de Sanabria y la Carballeda. Supongo que será un pueblo formado por inmigrantes del norte. Esta foto se la dedico a mi amigo “Carpintero”.
Nada más salir del pueblo, a la derecha, aparece una carreterucha que ataja hasta la CL-622. Si no lo sabes, ni la ves. El asfalto es pésimo, pero solo son dos minutos y de repente te encuentras en un lugar fantástico, rodeado de robles y castaños, entre montes de curvas suaves repletos de vegetación a los que bauticé de pequeño como “las dos tetas”, “el culo”, etc. Los lugares en los que pasaste los mejores veranos de tu niñez, siempre serán los mejores lugares a los que regresar.
Dos kilómetros más y llegas al Río Negro. Este nombre no me lo inventé yo pero siempre me ha gustado. Curva de 90 grados, unos metros más y llegamos a la casa de mi abuela…
Anta de Rioconejos, un pequeñísimo pueblo a 15 kilómetros de Puebla de Sanabria. Mi abuela ya no está, nos dejó el año pasado a punto de cumplir los 100 años, pero su casa siempre será “la casa de la abuela”, con su portón azul, sus grietas, su tejado de pizarra destartalado y una bodega que parece una cueva de piratas y donde estoy seguro que hay un tesoro escondido. Cualquier día me pongo a cavar.
Nunca había venido en moto a Anta y tenía muchas ganas de hacerlo. Una parada en casa de mis tíos, -para ellos era la bolsa de higos-. Comí en su casa, café y a continuar camino hacia La Bañeza; con un paisaje precioso y bastantes curvas, es una ruta muy transitada por moteros.
Nada más entrar en La Bañeza se veía que la ciudad estaba tomada por las motos. Una vueltita lenta y parada junto a la plaza.
*Foto grande: http://www.laberinto-art.es/capitancacharro/labaneza/13-labaneza-sabado.jpg
El calor era sofocante. Al apoyar la pata de cabra sobre el asfalto, este se undió unos centímetros como si fuera mantequilla. Cogí la mochila, la bolsa sobre-depósito, el casco, la chaqueta y me acerqué hacia un grupo de gente que colapsaba el acceso a una de las calles por la que discurría la carrera. Bramido de motores, olor a gasolina; me abrí paso como un porteador por el amazonas, tomé posiciones, monté el arma y a disparar…
Al poco rato comienza a llover, primero unas gotas aisladas, que con el calor acumulado crean una sensación asfixiante de sauna y luego una lluvia fuerte que obliga a suspender las tandas de entrenamiento.
Refugiado en un pasaje, a cubierto, me quedé mirando las gotas de lluvia impactando sobre la acera, en los charcos que ya se habían formado, disfrutando de su relajante sonido, y a mi lado este grupo de “clásicas”…
Dejó de llover y se reanudaron las tandas. En las aceras se apelotonaba la gente. Mucho motero, pero también lugareños que quizá con más curiosidad que afición, disfrutaban de las carreras.
Después de las clásicas, los “pepinillos” de 125 cc.
Entre carrera y carrera, el público invadíamos la calzada para avanzar o retroceder en el recorrido y cambiar de punto de vista. De nuevo las clásicas, ahora de 2 tiempos, pequeñas, frágiles y preciosas, con su petardeo agudo, cruzando como rayos.
Para cambiar de escenario me adentro en los boxes, que en realidad son una larga calle, donde cada equipo tiene colocada su carpa, junto a su furgoneta o su autocaravana, con sus sillas de río, sus maletines de herramientas, monos de cuero desgastados colgados de las rejas de las casas, pilotos sudorosos que contestan a las preguntas de los paseantes, motos esqueléticas desmembradas tras la batalla.
Bajo las carpas, veneradas sobre retales de moqueta azul, las máquinas: verdaderas joyas de museo rezumando aceite y gasolina.
Pero la sensación no era de seducción y hechizo, más bien todo lo contrario. Aquello era la trastienda de un circo romano, donde los gladiadores esperan su turno para salir a la arena, o recogen los pedazos de su actuación. Los rostros son duros y deambulando entre ellos con la cámara en la mano, uno se siente como un frívolo visitante de un zoológico de especies en vías de extinción.
Todo mi respeto para estos hombres y para sus familias.
Vuelvo al circuito. Debido a la lluvia, los horarios habían ido encadenando retrasos, y la última carrera de la tarde, la de 125cc. se encontró de repente con que la noche había caído. En una curva cerrada, cerca de la salida, dos motos se fueron al suelo impactando contra el muro de alpacas que explotó literalmente en una nube de paja, y golpearon un poste metálico del Ayuntamiento. El público se sobresaltó, a mi lado un chico decía “que no sea Jose, que no sea Jose”. Pararon la carrera y todos nos acercamos con miedo, porque el golpe había sido fuerte. Llegó la ambulancia y se llevó a los heridos, mientras unos echaban la culpa a la lluvia, otros a la noche y otros al poste del Ayuntamiento.
El público se fue disolviendo y yo me dirigí hacia la plaza. Tomé una cerveza, recogí mi moto y me fui a Hospital de Órbigo, a 20 kilómetros, que fue el sitio más cercano donde encontré hotel. Qué sorpresa, a la puerta del hotel me encuentro una R65, más jovencita que la mía, pero de la familia.
Pregunto a la recepcionista hasta que hora tienen abierto el comedor y me dice que de caliente hasta las 11:30 h.
Son las 11:10 h. así que debo darme prisa. Este soy yo en el ascensor del hotel. La foto no está desenfocada, así estoy yo después de un día agotador.
Me quito como puedo los pantalones de cordura, que parece que se me han fundido con las piernas, me doy una ducha rápida y bajo corriendo a la cafetería. Son las 11:29 h. Pregunto a la camarera que qué tienen para cenar y me dice que a estas horas bocatas fríos. Después de un bocata de chorizo picante como rayos y una bolsa de patatas fritas, me retiro a mis aposentos.
Domingo por la mañana. Desde Hospital de Órbigo salgo para Astorga. Una localidad preciosa.
La catedral…
La fachada del Ayuntamiento…
Al volver, después de dar una vuelta por la plaza me encontré a una bruja subida a mi moto. ¡Qué cosas!
Y el Palacio Episcopal de Gaudí; un palacio de cuento de hadas que no parece real, donde la piedra de granito blanco parece moldeada como si fuera plastilina, formando volúmenes imposibles.
Justo antes de llegar al Palacio, circulo por la callé detrás de un mercedes 170 V, de 1938, con la pintura perfecta, granate y negro, con el interior de madera, impecable. Qué gozada. Estuve charlando con el conductor, un hombre mayor que me comentó que tenía una buena colección, con una R27 y una R52 que estaba restaurando en este momento y algún que otro coche antiguo. Me pasó unas direcciones de profesionales de la pintura y el radiado de ruedas y nos despedimos dejando pendiente un café. Siento no tener foto, porque era una preciosidad.
De nuevo en La Bañeza. El domingo hay todavía más motos en la plaza mayor. Aparco junto a la torre de la iglesia y me voy a las carreras.
*Foto grande: http://www.laberinto-art.es/capitancacharro/labaneza/56-labaneza-domingo.jpg
Mucha gente….
Unos corriendo mucho…
Y otros corriendo poco…
A pocas vueltas para el final de la carrera de 125 vuelve a llover y se suspende. Así termina el GP.
Paseando por la ciudad me encuentro con estas joyas:
Una moto famosa, sobre todo en los círculos café-racer, una de las Valtorón de los hermanos Delgado “Team Varde”. Verla en vivo impresiona, parece una pieza de orfebrería.
Casi al vuelo consigo sacar esta foto de una R100? Cafeteada, matrícula de San Sebastián, -no se si será de algún forero-, y al lado, aparcada, una R45.
Al ir a buscar al “Capitán” para volver a casa, me encuentro en la Plaza Mayor con esta foto, que es un buen resumen gráfico de este Gran Premio de La Bañeza.
De nuevo comienza a llover y en mi afán por circular por carreteras de interior, opto por la LE-110 hacia Jiménez de Jamúz, con buen firme, pero a los pocos kilómetros me desvío a otra más pequeña aún, hacia Arrabalde, sin ni siquiera nomenclatura. Cuando haces esto te encuentras con frecuencia carreteras desechas o en obras…
… pero también te puedes encontrar parajes insólitos…
Al llegar a casa, ya dentro de la cochera, una bocanada de aire caliente sube de los cilindros. Cierro contacto y al bajar de la moto le paso suavemente la mano sobre el depósito.
Si has llegado leyendo hasta aquí me comprenderás perfectamente.
No hay mucho que llevar, son solo dos días y un número de kilómetros ridículo para los que muchos de vosotros hacéis: Cabo Norte, Albania, Italia, Turquía, Grecia. Pero la ilusión no se inventa, simplemente se tiene, y cuando esto pasa lo mejor que podemos hacer es disfrutar.
Equipaje: una cámara compacta Olympus, casi de juguete. Una réflex Nikon, unos pantalones vaqueros, unas zapatillas viejas, unas hojas en blanco, un mapa, un boli, un cepillo de dientes y unas gafas de sol. La Olympus es como una pequeña Derringer que cabe en el bolsillo y siempre tienes lista para disparar; la Nikon, en cambio, es un fusil de precisión, aparatoso y pesado. También llevo una bolsa de brevas que mi padre cogió en el último momento subido al tejado de la cochera, sobre el que se desparrama una higuera que desde que recuerdo fue enorme y que no para de crecer, y que algún día aplastará su coche y seguirá dando brevas a través de las ventanillas, bajo el capó... No es que me gusten los higos, en realidad nunca los he comido, me desagrada su textura; son para dejárselos a un familiar aprovechando mi ruta.
Destino: La Bañeza. Como he dicho, no se le puede llamar viaje. Puede parecer una osadía ponerme a contar aquí un escuálido recorrido como este, pero hacer el esfuerzo de narrarlo, desmenuzándolo en palabras, es una forma de disfrutarlo más. Por otro lado, cuantas frases se pierden por no pensarlas.
Salida: 20 de agosto, sábado, a las 10:40 h., CL-602 dirección Toro. A pocos kilómetros se encuentran las Riberas de Castronuño, con un bosque de fresnos y chopos que acompañan al Duero en un sinuoso cauce que atraviesa el embalse de San José, donde hay una pequeña presa en la que siempre me paro. Edificios cuarteados que parecen deshabitados, maquinaria robusta y rudimentaria pintada de un sorprendente azul celeste que me encanta. Un lugar por el que no puedes pasar sin hacer una parada.
*Foto grande: http://www.laberinto-art.es/capitancacharro/labaneza/01-castronuno.jpg
Un poco más adelante comienza a verse Toro, arriba, como un castillo que se sostiene en equilibrio sobre su pedestal. A sus pies, un puente colgante de tres cuerpos curvos cuajados de remaches y haces de hierros, que desemboca abruptamente en un insospechado cruce que siempre me pareció mágico.
*Foto grande: http://www.laberinto-art.es/capitancacharro/labaneza/03-toro.jpg
Al pararme a hacer estas fotos me encontré con que al “Capitán Cacharro”, -para quien no lo conozca ese es el nombre de mi R75/7- se le había roto la goma que sujeta las tapas laterales y de no ser porque las tengo sujetas con bridas, las habría perdido.
A grandes males, grandes remédios. Parada en Toro en un concesionario de BMW; mientras un solícito mecánico conectaba al Capitán la centralita para chequear el problema, yo me tomaba un capuchino en la sala de espera.
Solventado el incidente continúo el camino por la ZA-713 hacia Pozoantiguo. Más adelante, en la ZA-123 cruzo por un paso estrecho el embalse de Ricobayo, antes de llegar a Tábara.
*Foto grande: http://www.laberinto-art.es/capitancacharro/labaneza/ricobayo.jpg
*Foto grande: http://www.laberinto-art.es/capitancacharro/labaneza/07-ZA123-Embalse Ricobayo.jpg
Parece que el sábado es día de mercado en Tábara, y el pueblo se veía bullicioso, con coches mal aparcados que había que ir esquivando, otros que paraban sin más en medio de la calle para charlar o preguntar y turistas que rodeaban la iglesia románica de Sta. María como si se les hubieran perdido las llaves.
Dentro de la iglesia tienen un pequeño museo, con piezas de escaso valor y muchas reproducciones de códices románicos. Me llamó la atención una losa de piedra blanca con un texto grabado en latín. En ese momento no pude evitar acordarme de George Lucas.
Al salir del museo, a punto de subir a la moto para reanudar viaje, se me acercó un hombre de unos 50 años que me comentó “mal día para ir en moto”. 36 grados, con el traje de cordura negro, casco integral y guantes… no podía hacer mejor. Me comentó que tuvo una BMW clásica y que hacía bien en llevar las maletas atadas porque en una ocasión perdió una en marcha. En ese momento llegó su mujer, encantadora,* y tras charlar un rato y comentarles que iba a ver las carreras de La Bañeza, me dijeron que pertenecían a los “Old Bikers” y que alguno de ellos participaba en la carrera. Quedé en llevarles recuerdos, pero como no los vi, se los doy ahora. ¡Recuerdos de Tano!
Continuando en dirección a Puebla de Sanabria, enlazo con la N-525 en Mombuey, un pueblo que siempre está lleno de gente de paso comprando embutido, hogazas, bacalao. De pequeño, con mis padres, pasaba por Mombuey de camino a casa de mis abuelos y siempre parábamos a comprar. Era como el último lugar hasta donde la civilización había llegado, más allá no había nada, ni papel higiénico, ni fregonas, ni pilas.
Un poco más adelante, Asturianos, separando las zonas de Sanabria y la Carballeda. Supongo que será un pueblo formado por inmigrantes del norte. Esta foto se la dedico a mi amigo “Carpintero”.
Nada más salir del pueblo, a la derecha, aparece una carreterucha que ataja hasta la CL-622. Si no lo sabes, ni la ves. El asfalto es pésimo, pero solo son dos minutos y de repente te encuentras en un lugar fantástico, rodeado de robles y castaños, entre montes de curvas suaves repletos de vegetación a los que bauticé de pequeño como “las dos tetas”, “el culo”, etc. Los lugares en los que pasaste los mejores veranos de tu niñez, siempre serán los mejores lugares a los que regresar.
Dos kilómetros más y llegas al Río Negro. Este nombre no me lo inventé yo pero siempre me ha gustado. Curva de 90 grados, unos metros más y llegamos a la casa de mi abuela…
Anta de Rioconejos, un pequeñísimo pueblo a 15 kilómetros de Puebla de Sanabria. Mi abuela ya no está, nos dejó el año pasado a punto de cumplir los 100 años, pero su casa siempre será “la casa de la abuela”, con su portón azul, sus grietas, su tejado de pizarra destartalado y una bodega que parece una cueva de piratas y donde estoy seguro que hay un tesoro escondido. Cualquier día me pongo a cavar.
Nunca había venido en moto a Anta y tenía muchas ganas de hacerlo. Una parada en casa de mis tíos, -para ellos era la bolsa de higos-. Comí en su casa, café y a continuar camino hacia La Bañeza; con un paisaje precioso y bastantes curvas, es una ruta muy transitada por moteros.
Nada más entrar en La Bañeza se veía que la ciudad estaba tomada por las motos. Una vueltita lenta y parada junto a la plaza.
*Foto grande: http://www.laberinto-art.es/capitancacharro/labaneza/13-labaneza-sabado.jpg
El calor era sofocante. Al apoyar la pata de cabra sobre el asfalto, este se undió unos centímetros como si fuera mantequilla. Cogí la mochila, la bolsa sobre-depósito, el casco, la chaqueta y me acerqué hacia un grupo de gente que colapsaba el acceso a una de las calles por la que discurría la carrera. Bramido de motores, olor a gasolina; me abrí paso como un porteador por el amazonas, tomé posiciones, monté el arma y a disparar…
Al poco rato comienza a llover, primero unas gotas aisladas, que con el calor acumulado crean una sensación asfixiante de sauna y luego una lluvia fuerte que obliga a suspender las tandas de entrenamiento.
Refugiado en un pasaje, a cubierto, me quedé mirando las gotas de lluvia impactando sobre la acera, en los charcos que ya se habían formado, disfrutando de su relajante sonido, y a mi lado este grupo de “clásicas”…
Dejó de llover y se reanudaron las tandas. En las aceras se apelotonaba la gente. Mucho motero, pero también lugareños que quizá con más curiosidad que afición, disfrutaban de las carreras.
Después de las clásicas, los “pepinillos” de 125 cc.
Entre carrera y carrera, el público invadíamos la calzada para avanzar o retroceder en el recorrido y cambiar de punto de vista. De nuevo las clásicas, ahora de 2 tiempos, pequeñas, frágiles y preciosas, con su petardeo agudo, cruzando como rayos.
Para cambiar de escenario me adentro en los boxes, que en realidad son una larga calle, donde cada equipo tiene colocada su carpa, junto a su furgoneta o su autocaravana, con sus sillas de río, sus maletines de herramientas, monos de cuero desgastados colgados de las rejas de las casas, pilotos sudorosos que contestan a las preguntas de los paseantes, motos esqueléticas desmembradas tras la batalla.
Bajo las carpas, veneradas sobre retales de moqueta azul, las máquinas: verdaderas joyas de museo rezumando aceite y gasolina.
Pero la sensación no era de seducción y hechizo, más bien todo lo contrario. Aquello era la trastienda de un circo romano, donde los gladiadores esperan su turno para salir a la arena, o recogen los pedazos de su actuación. Los rostros son duros y deambulando entre ellos con la cámara en la mano, uno se siente como un frívolo visitante de un zoológico de especies en vías de extinción.
Todo mi respeto para estos hombres y para sus familias.
Vuelvo al circuito. Debido a la lluvia, los horarios habían ido encadenando retrasos, y la última carrera de la tarde, la de 125cc. se encontró de repente con que la noche había caído. En una curva cerrada, cerca de la salida, dos motos se fueron al suelo impactando contra el muro de alpacas que explotó literalmente en una nube de paja, y golpearon un poste metálico del Ayuntamiento. El público se sobresaltó, a mi lado un chico decía “que no sea Jose, que no sea Jose”. Pararon la carrera y todos nos acercamos con miedo, porque el golpe había sido fuerte. Llegó la ambulancia y se llevó a los heridos, mientras unos echaban la culpa a la lluvia, otros a la noche y otros al poste del Ayuntamiento.
El público se fue disolviendo y yo me dirigí hacia la plaza. Tomé una cerveza, recogí mi moto y me fui a Hospital de Órbigo, a 20 kilómetros, que fue el sitio más cercano donde encontré hotel. Qué sorpresa, a la puerta del hotel me encuentro una R65, más jovencita que la mía, pero de la familia.
Pregunto a la recepcionista hasta que hora tienen abierto el comedor y me dice que de caliente hasta las 11:30 h.
Son las 11:10 h. así que debo darme prisa. Este soy yo en el ascensor del hotel. La foto no está desenfocada, así estoy yo después de un día agotador.
Me quito como puedo los pantalones de cordura, que parece que se me han fundido con las piernas, me doy una ducha rápida y bajo corriendo a la cafetería. Son las 11:29 h. Pregunto a la camarera que qué tienen para cenar y me dice que a estas horas bocatas fríos. Después de un bocata de chorizo picante como rayos y una bolsa de patatas fritas, me retiro a mis aposentos.
Domingo por la mañana. Desde Hospital de Órbigo salgo para Astorga. Una localidad preciosa.
La catedral…
La fachada del Ayuntamiento…
Al volver, después de dar una vuelta por la plaza me encontré a una bruja subida a mi moto. ¡Qué cosas!
Y el Palacio Episcopal de Gaudí; un palacio de cuento de hadas que no parece real, donde la piedra de granito blanco parece moldeada como si fuera plastilina, formando volúmenes imposibles.
Justo antes de llegar al Palacio, circulo por la callé detrás de un mercedes 170 V, de 1938, con la pintura perfecta, granate y negro, con el interior de madera, impecable. Qué gozada. Estuve charlando con el conductor, un hombre mayor que me comentó que tenía una buena colección, con una R27 y una R52 que estaba restaurando en este momento y algún que otro coche antiguo. Me pasó unas direcciones de profesionales de la pintura y el radiado de ruedas y nos despedimos dejando pendiente un café. Siento no tener foto, porque era una preciosidad.
De nuevo en La Bañeza. El domingo hay todavía más motos en la plaza mayor. Aparco junto a la torre de la iglesia y me voy a las carreras.
*Foto grande: http://www.laberinto-art.es/capitancacharro/labaneza/56-labaneza-domingo.jpg
Mucha gente….
Unos corriendo mucho…
Y otros corriendo poco…
A pocas vueltas para el final de la carrera de 125 vuelve a llover y se suspende. Así termina el GP.
Paseando por la ciudad me encuentro con estas joyas:
Una moto famosa, sobre todo en los círculos café-racer, una de las Valtorón de los hermanos Delgado “Team Varde”. Verla en vivo impresiona, parece una pieza de orfebrería.
Casi al vuelo consigo sacar esta foto de una R100? Cafeteada, matrícula de San Sebastián, -no se si será de algún forero-, y al lado, aparcada, una R45.
Al ir a buscar al “Capitán” para volver a casa, me encuentro en la Plaza Mayor con esta foto, que es un buen resumen gráfico de este Gran Premio de La Bañeza.
De nuevo comienza a llover y en mi afán por circular por carreteras de interior, opto por la LE-110 hacia Jiménez de Jamúz, con buen firme, pero a los pocos kilómetros me desvío a otra más pequeña aún, hacia Arrabalde, sin ni siquiera nomenclatura. Cuando haces esto te encuentras con frecuencia carreteras desechas o en obras…
… pero también te puedes encontrar parajes insólitos…
Al llegar a casa, ya dentro de la cochera, una bocanada de aire caliente sube de los cilindros. Cierro contacto y al bajar de la moto le paso suavemente la mano sobre el depósito.
Si has llegado leyendo hasta aquí me comprenderás perfectamente.
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