miquel-silvestre
Curveando
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Hola, hace pocos días me presenté y hoy quiero iniciar una serie de aportaciones al foro que sé serán polémicas pero que mantendré a no ser que el moderador las entienda impertinentes. A algunos no les agradará mezclar política y viajes o lo verán fuera de lugar. Discrepo. Viajar en moto depende de la política de modo absoluto. La posibililidad de entrar en moto en un país y moverse en él es una cuestión política. No es lo mismo viajar por la UE que por la ex Unión Soviética. No es lo mismo viajar por Marruecos que por Libia. No es lo mismo porque la política marca las diferencias. ¿Por qué están prohibidas las motos en Myanmar? Por una decisión política.
Pues bien, viajando en moto uno mira, ve, escucha y aprende. No hay aviones, sino kilómetros de realidad. Y lo que yo he visto y he aprendido en 70.000 km es que lo que nos cuentan no tiene nada que ver con lo que yo he visto. Y creo que es interesante que lo cuente. Muchos no estarán de acuerdo con mis puntos de vista. Pueden discrepar y lo agradeceré, o pueden no leer estos posts, que, ni que decir tiene, sólo se apoyan en la observación personal de un solitario viajero en moto.
ORIENTE MEDIO EN MOTO
LO QUE LOS TELEDIARIOS NO ENSEÑAN
Israel está otra vez en el punto de mira de la opinión tras el abordaje de una flota de activistas antisionistas. Entre el exceso represivo de unos y la temeraria estupidez de los turistas del ideal, se ha llenado otra vez de sangre Oriente Medio. Cada uno es muy libre de apoyar las causas románticas que más le estimulen, exciten, coloquen o embriaguen; allá cada uno con sus vicios, filias y fobias, pero los occidentales que gustan de calzarse kufiyas revolucionarias para jugar a romántico libertador deberían saber antes de embarcarse en según qué cruceros que el conflicto árabe israelí no es ninguna broma sino algo sumamente peligroso, así que nadie debería protestar cuando el video juego resulte fatal. El que voluntariamente ha metido la moneda en la ranura por pura reivindicación política es único responsable del abrupto Game Over en su ilusión de libertador amigo de los oprimidos.
Hoy de nuevo se llenan los periódicos y telediarios de sesudas opiniones sobre el asunto, uno de los más complejos del Planeta, evacuadas por gente que jamás ha estado allí. Uno, que tiene la manía de recorrer el Mundo en moto, observa estupefacto como estos analistas de salón reparten tan a la ligera lecciones magistrales sobre realidades que jamás han visto ni vivido en primera persona. ¿Cómo puedes opinar sobre un militar israelí si nunca te has encontrado con uno? ¿Qué diantres sabrás de un miliciano de Al Fatáh o de Hizbuláh, si en tu vida los has visto sino por la tele? Cuando con ocasión de sucesos criminales, catástrofes de la naturaleza o crisis políticas se habla de Ucrania, Rusia, el Cáucaso, Asia Central, Norteamérica, Siria o Israel no puedo sino pensar que estos plumíferos se refieren a países de pura fantasía.
Cuando recorrí Oriente Medio en mi GS 1200, visité Siria, Líbano, Jordania, Israel y los Territorios Palestinos. No me llevó allí ningún guía, ONG o parte involucrada en el conflicto. Fui solo, en moto y con un mapa de carreteras. Y con estos ojitos que Dios me ha dado y que querían verlo todo por sí mismos. Por ejemplo, comprobé en directo y desde la misma linde fronteriza cuán falsa es la propaganda estadounidense respecto al régimen sirio, supuesto amigo de los terroristas y ogro perverso contra el que todo bien nacido debería luchar. No percibí sentimiento antioccidental alguno y sí una enorme amabilidad. No sentí tampoco discriminación religiosa. Pude visitar sin dificultades los viejos monasterios ortodoxos de la importante comunidad cristiana del país, como el de San Jorge, y hablar con los fieles, quienes se identificaban como yo, colgando una cruz de su retrovisor. Siria fue el privilegiado solar donde primero anidó el Cristianismo y donde proliferaron santos, ermitaños y estilitas, como el famoso Simeón.
Líbano es un país de bellos paisajes y sucísimas carreteras que nadie parece cuidar. La circulación es un caos. No hay policía de tráfico y sí muchos controles militares. En realidad son de cartón, parecen decorativos y sus soldados, marionetas panchovillescas porque el aparente desorden político y religioso es en el fondo y la forma una cosa muy ordenada. Cada poder fáctico, clan tribal o grupo religioso tiene su propio territorio perfectamente delimitado. El Valle de la Beka es propiedad de los chiíes de Hizbolláh. Sólo 30 kilómetros separan la ciudad católica más importante en un país árabe, Zhale, con decenas de iglesias, de Balbeek, poblado en manos de los peligrosos barbados. Allí se encuentra nada menos que el romano Templo de Júpiter, patrimonio de la Humanidad. Los terroristas lo usan a su antojo para realizar una sangrienta propaganda ante la indiferencia e inacción de los soldados regulares. Mientras, los turistas del ideal venidos en autobuses compran alegres camisetas alegóricas del martirio pulverizando autobuses urbanos.
Para entrar en Israel con vehículo rodado desde el norte, el único paso posible es a través de Jordania, recorriendo el valle del bíblico Jordan, presuntamente militarizado desde los acuerdos de paz del 94. Debería ser una zona muy caliente, estrechamente vigilada y siempre a punto de explotar. La realidad es que los militares árabes sestean en sus garitas ajenos a todo lo que no sean sus propios ronquidos. Cuando llegué a la frontera, el aduanero tenía a sus pies un cajón lleno de matrículas. Los árabe-israelíes cambian las placas de sus coches para cruzar. Temen que se los quemen o vandalicen. Sería curioso que lo hicieran, porque sólo salen del país por carretera los palestinos para visitar a sus familiares del otro lado; ningún judío se aventura por la región sobre ruedas. ¿A dónde podría ir? Todos los países del entorno los repudian.
Mientras espero en tierra de nadie bajo de la moto y tomo una fotografía. Inmediatamente me veo rodeado del Mossad. ¿Qué estoy fotografiando? “El río”, explico enseñando la secuencia. ¿Por qué? “Coño”, contesto, “porque es el Jordan”. No sé si me entienden pero tampoco toman ninguna medida contra mí salvo aplicarme el inflexible reglamento; o sea, registro exhaustivo y larga espera. Mientras las cosas se desarrollan lentamente, observo. En Israel la seguridad fronteriza está en manos de niños. Alistamiento forzoso. Los jóvenes están obligados a realizar el servicio militar pero su aspecto fofo delata que aman más la comida basura que el sionismo. Van a perder la guerra si se siguen ablandando.
Los militares hebreos someten a los viajeros a un interrogatorio completo que tiene aroma a ópera bufa. “¿Ha visitado Marruecos” me pregunta una chiquilla rubia con uniforme verde oliva y marcado acento ruso. “Sí”, respondo, “Varias veces. Está al lado de mi casa”. “¿Ha visitado algún país árabe?”, insiste. “Sí, casi todos”. “De acuerdo, puede usted pasar”. Uno de los agentes me confiesa en voz baja que el también es motero. En cuanto entro me doy cuenta de dos cosas: el país es aburrido de recorrer por el nivel europeo de sus carreteras y está muy lejos de ser homogéneo. Los musulmanes israelíes se cuentan ya por millones. Y en cuanto a los judíos, los hay de todas las razas y colores. Cuando me detengo a preguntar constato algo que me sorprende: apenas saben hablar inglés.
En Nazareth me alojo en un convento que está lleno de españoles. Unos parecen del Opus u otra secta fundamentalista similar. Todos juntos, familias numerosas, impecablemente vestidos; el otro grupo lo forman desaliñados trotamundos izquierdistas. Han venido a protestar contra la ocupación. A pesar de ello los han dejado pasar. Sin embargo, se quejan continuamente del trato recibido en la frontera, por otro lado muy respetuoso. Y qué diablos queréis, pienso yo, se trata de una de los pasos fronterizos más conflictivos del Mundo. Yo estoy tan alejado de unos como de otros. Voy a salir a por unas cervezas y me advierten las monjas del riesgo de la delincuencia común. Resulta que el país con las fronteras más seguras del mundo tiene un grave problema de pequeña delincuencia, protagonizada por árabes marginados y jóvenes judíos inadaptados.
A Jerusalén se accede a través de una autopista de tráfico intenso. En la ciudad vieja hay legiones de turistas. Turistas, sí, que no peregrinos. Yo, que sí me considero auténtico peregrino, perdóneseme la presuntuosidad, no puedo considerar tal a quien viene en avión como no considero tal al que llega a Santiago de Compostela en coche. La peregrinación hay que sufrirla y a mí llegar de desde Uzbekistán, que fue donde tomé la decisión de venir, me ha costado bastantes penurias.
Los alojamientos más baratos están en el Cuarto Musulmán. El palestino que regenta el Youth Hostel Hebron me dice que los cristianos somos blasfemos porque igualamos a Cristo, un hombre, con Dios. Está bien, lo que tú digas, pienso, pero yo quiero ver donde nació. En los Territorios Palestinos los israelíes tienen totalmente prohibida la entrada. A pesar de que no lo soy, los milicianos de Al Fatáh no me quieren dejar entrar en Belén en moto. La objeción que alegan los del AK47 sobre motivos de seguridad es solo una excusa para que use uno de los taxistas árabes autorizados a acarrear peregrinos y que cobran suculentas tarifas. No me da la gana, contesto. Al final, transigen. Un motero en peregrinación a los Santos Lugares puede ser muy, pero que muy insistente. Pero no es todo devoción lo que encuentro. Además de un obsceno mercado de imágenes y souvenires religiosos, la santísima Iglesia de la Natividad alberga una garita para esta corrupta policía política desde que en la última Intifada usaran el templo como bunker y urinario. Su chulesca presencia allí es ofensiva e irritante.
Pues bien, viajando en moto uno mira, ve, escucha y aprende. No hay aviones, sino kilómetros de realidad. Y lo que yo he visto y he aprendido en 70.000 km es que lo que nos cuentan no tiene nada que ver con lo que yo he visto. Y creo que es interesante que lo cuente. Muchos no estarán de acuerdo con mis puntos de vista. Pueden discrepar y lo agradeceré, o pueden no leer estos posts, que, ni que decir tiene, sólo se apoyan en la observación personal de un solitario viajero en moto.
ORIENTE MEDIO EN MOTO
LO QUE LOS TELEDIARIOS NO ENSEÑAN
Israel está otra vez en el punto de mira de la opinión tras el abordaje de una flota de activistas antisionistas. Entre el exceso represivo de unos y la temeraria estupidez de los turistas del ideal, se ha llenado otra vez de sangre Oriente Medio. Cada uno es muy libre de apoyar las causas románticas que más le estimulen, exciten, coloquen o embriaguen; allá cada uno con sus vicios, filias y fobias, pero los occidentales que gustan de calzarse kufiyas revolucionarias para jugar a romántico libertador deberían saber antes de embarcarse en según qué cruceros que el conflicto árabe israelí no es ninguna broma sino algo sumamente peligroso, así que nadie debería protestar cuando el video juego resulte fatal. El que voluntariamente ha metido la moneda en la ranura por pura reivindicación política es único responsable del abrupto Game Over en su ilusión de libertador amigo de los oprimidos.
Hoy de nuevo se llenan los periódicos y telediarios de sesudas opiniones sobre el asunto, uno de los más complejos del Planeta, evacuadas por gente que jamás ha estado allí. Uno, que tiene la manía de recorrer el Mundo en moto, observa estupefacto como estos analistas de salón reparten tan a la ligera lecciones magistrales sobre realidades que jamás han visto ni vivido en primera persona. ¿Cómo puedes opinar sobre un militar israelí si nunca te has encontrado con uno? ¿Qué diantres sabrás de un miliciano de Al Fatáh o de Hizbuláh, si en tu vida los has visto sino por la tele? Cuando con ocasión de sucesos criminales, catástrofes de la naturaleza o crisis políticas se habla de Ucrania, Rusia, el Cáucaso, Asia Central, Norteamérica, Siria o Israel no puedo sino pensar que estos plumíferos se refieren a países de pura fantasía.
Cuando recorrí Oriente Medio en mi GS 1200, visité Siria, Líbano, Jordania, Israel y los Territorios Palestinos. No me llevó allí ningún guía, ONG o parte involucrada en el conflicto. Fui solo, en moto y con un mapa de carreteras. Y con estos ojitos que Dios me ha dado y que querían verlo todo por sí mismos. Por ejemplo, comprobé en directo y desde la misma linde fronteriza cuán falsa es la propaganda estadounidense respecto al régimen sirio, supuesto amigo de los terroristas y ogro perverso contra el que todo bien nacido debería luchar. No percibí sentimiento antioccidental alguno y sí una enorme amabilidad. No sentí tampoco discriminación religiosa. Pude visitar sin dificultades los viejos monasterios ortodoxos de la importante comunidad cristiana del país, como el de San Jorge, y hablar con los fieles, quienes se identificaban como yo, colgando una cruz de su retrovisor. Siria fue el privilegiado solar donde primero anidó el Cristianismo y donde proliferaron santos, ermitaños y estilitas, como el famoso Simeón.
Líbano es un país de bellos paisajes y sucísimas carreteras que nadie parece cuidar. La circulación es un caos. No hay policía de tráfico y sí muchos controles militares. En realidad son de cartón, parecen decorativos y sus soldados, marionetas panchovillescas porque el aparente desorden político y religioso es en el fondo y la forma una cosa muy ordenada. Cada poder fáctico, clan tribal o grupo religioso tiene su propio territorio perfectamente delimitado. El Valle de la Beka es propiedad de los chiíes de Hizbolláh. Sólo 30 kilómetros separan la ciudad católica más importante en un país árabe, Zhale, con decenas de iglesias, de Balbeek, poblado en manos de los peligrosos barbados. Allí se encuentra nada menos que el romano Templo de Júpiter, patrimonio de la Humanidad. Los terroristas lo usan a su antojo para realizar una sangrienta propaganda ante la indiferencia e inacción de los soldados regulares. Mientras, los turistas del ideal venidos en autobuses compran alegres camisetas alegóricas del martirio pulverizando autobuses urbanos.
Para entrar en Israel con vehículo rodado desde el norte, el único paso posible es a través de Jordania, recorriendo el valle del bíblico Jordan, presuntamente militarizado desde los acuerdos de paz del 94. Debería ser una zona muy caliente, estrechamente vigilada y siempre a punto de explotar. La realidad es que los militares árabes sestean en sus garitas ajenos a todo lo que no sean sus propios ronquidos. Cuando llegué a la frontera, el aduanero tenía a sus pies un cajón lleno de matrículas. Los árabe-israelíes cambian las placas de sus coches para cruzar. Temen que se los quemen o vandalicen. Sería curioso que lo hicieran, porque sólo salen del país por carretera los palestinos para visitar a sus familiares del otro lado; ningún judío se aventura por la región sobre ruedas. ¿A dónde podría ir? Todos los países del entorno los repudian.
Mientras espero en tierra de nadie bajo de la moto y tomo una fotografía. Inmediatamente me veo rodeado del Mossad. ¿Qué estoy fotografiando? “El río”, explico enseñando la secuencia. ¿Por qué? “Coño”, contesto, “porque es el Jordan”. No sé si me entienden pero tampoco toman ninguna medida contra mí salvo aplicarme el inflexible reglamento; o sea, registro exhaustivo y larga espera. Mientras las cosas se desarrollan lentamente, observo. En Israel la seguridad fronteriza está en manos de niños. Alistamiento forzoso. Los jóvenes están obligados a realizar el servicio militar pero su aspecto fofo delata que aman más la comida basura que el sionismo. Van a perder la guerra si se siguen ablandando.
Los militares hebreos someten a los viajeros a un interrogatorio completo que tiene aroma a ópera bufa. “¿Ha visitado Marruecos” me pregunta una chiquilla rubia con uniforme verde oliva y marcado acento ruso. “Sí”, respondo, “Varias veces. Está al lado de mi casa”. “¿Ha visitado algún país árabe?”, insiste. “Sí, casi todos”. “De acuerdo, puede usted pasar”. Uno de los agentes me confiesa en voz baja que el también es motero. En cuanto entro me doy cuenta de dos cosas: el país es aburrido de recorrer por el nivel europeo de sus carreteras y está muy lejos de ser homogéneo. Los musulmanes israelíes se cuentan ya por millones. Y en cuanto a los judíos, los hay de todas las razas y colores. Cuando me detengo a preguntar constato algo que me sorprende: apenas saben hablar inglés.
En Nazareth me alojo en un convento que está lleno de españoles. Unos parecen del Opus u otra secta fundamentalista similar. Todos juntos, familias numerosas, impecablemente vestidos; el otro grupo lo forman desaliñados trotamundos izquierdistas. Han venido a protestar contra la ocupación. A pesar de ello los han dejado pasar. Sin embargo, se quejan continuamente del trato recibido en la frontera, por otro lado muy respetuoso. Y qué diablos queréis, pienso yo, se trata de una de los pasos fronterizos más conflictivos del Mundo. Yo estoy tan alejado de unos como de otros. Voy a salir a por unas cervezas y me advierten las monjas del riesgo de la delincuencia común. Resulta que el país con las fronteras más seguras del mundo tiene un grave problema de pequeña delincuencia, protagonizada por árabes marginados y jóvenes judíos inadaptados.
A Jerusalén se accede a través de una autopista de tráfico intenso. En la ciudad vieja hay legiones de turistas. Turistas, sí, que no peregrinos. Yo, que sí me considero auténtico peregrino, perdóneseme la presuntuosidad, no puedo considerar tal a quien viene en avión como no considero tal al que llega a Santiago de Compostela en coche. La peregrinación hay que sufrirla y a mí llegar de desde Uzbekistán, que fue donde tomé la decisión de venir, me ha costado bastantes penurias.
Los alojamientos más baratos están en el Cuarto Musulmán. El palestino que regenta el Youth Hostel Hebron me dice que los cristianos somos blasfemos porque igualamos a Cristo, un hombre, con Dios. Está bien, lo que tú digas, pienso, pero yo quiero ver donde nació. En los Territorios Palestinos los israelíes tienen totalmente prohibida la entrada. A pesar de que no lo soy, los milicianos de Al Fatáh no me quieren dejar entrar en Belén en moto. La objeción que alegan los del AK47 sobre motivos de seguridad es solo una excusa para que use uno de los taxistas árabes autorizados a acarrear peregrinos y que cobran suculentas tarifas. No me da la gana, contesto. Al final, transigen. Un motero en peregrinación a los Santos Lugares puede ser muy, pero que muy insistente. Pero no es todo devoción lo que encuentro. Además de un obsceno mercado de imágenes y souvenires religiosos, la santísima Iglesia de la Natividad alberga una garita para esta corrupta policía política desde que en la última Intifada usaran el templo como bunker y urinario. Su chulesca presencia allí es ofensiva e irritante.