gdelasheras
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Prolegómenos
La feliz coincidencia de unas vacaciones escolares y uno de los pocos festivos (tres al año) en los que no trabajo me situaba ante una oportunidad que no podía dejar pasar: tres días libres seguidos; un tesoro que triplicaba mi habitual descanso semanal. Vamos, que la cosa pintaba para un viaje en moto.
La poca previsión con la que organizamos el viaje nos impidió reservar alojamiento, así que decidimos ir a la aventura, sin reservar nada. A cambio, elegimos Francia, donde no era festivo y las posibilidades de encontrar sitios donde pasar la noche aumentaban exponencialmente.
Bilbao - Arcachon (viernes)
Saliendo de Bilbao
La N-634 es tan bonita como siempre, sobre todo una vez que abandona la zona más urbana del centro de Vizcaya y enfila la costa guipuzcoana, que pespuntea como uniendo mar y tierra. Además, salvo porque hacía algo de viento, el día era luminoso, ideal para viajar en moto. Era, según las previsiones meteorológicas, el día en el que había menos posibilidades de que nos mojáramos.
Nos perseguían unos extras de 'Sons of Anarchy' rascando hierros en las rotondas
Llegamos a comer Hendaye -en francés-, o Hendaya -castellano-, o Hendaia -euskera-. Vamos, que aunque haya tres maneras de escribirlo y dos de pronunciarlo, sólo se trata de un pequeño y agradable pueblo fronterizo, con una playa que lo convierte en relativamente turístico y veraniego. El otro interés es la estación de tren donde se coge el TGV que llega hasta París.
Llamada a casa para decir que estaba de viaje. Ante todo, organización
Después de recorrer 'La Corniche', hermosa como siempre, pero azotada por un viento constante, sin saber cómo -navegamos al tuntún, y no al TomTom- damos a una autopista de peaje. Pagamos un euro y pasamos Bayonne (o Bayona, o Baiona). Lo comido por lo servido: me parece justo. Bayona merece una visita, pero no hoy. La clave es que por fin podemos tomar dirección Hossegor, y antes de darnos cuenta estamos ya remontando Las Landas por la costa. Paramos en Hossegor para ver el mar, pues la carretera circula algo alejada de la primera línea de agua.
'La Corniche', carretera costera entre Hendaya y San Juan de Luz
Una sola playa en la costa de Las Landas
En realidad, la belleza del paisaje se encuentra en su continuidad. Es una enorme línea de asfalto relativamente recta, rodeada de pinos en un suelo arenoso, con desvíos a la izquierda, diferentes accesos a una playa que recorre la costa durante decenas de kilómetros. Los desvíos a la derecha conducen indefectiblemente a Dax, Mont-de-Marsan o Burdeos, según septentrional sea la posición. En estas circunstancias, y con buena visibilidad para favorecer los adelantamientos, avanzamos rápidamente hacia Arcachon, donde tenemos pensado hacer noche. Me concentro en mantener la distancia con el coche de delante para evitar el agua que levantan sus neumáticos o adelantarlo en cuanto sea posible. Muchos conductores se apartan hasta el extremo de meter su rueda derecha en la cuneta. Así da gusto circular en moto.
Antes de llegar, paramos en la duna de Pila (o de Pylat). Bueno; han sido trescientos kilómetros, pero algo hemos avanzado: sólo dos nombres para un mismo sitio. Ahora es por el occitano, por cierto. Se supone que es la mayor duna de Europa, o eso había leído en Internet, y me pareció que merecía una parada. Además, estábamos realmente cerca de Arcachon, a menos de diez kilómetros, así que ya no había prisa.
Una duna enorme, pero muy preparada para el turismo
En Arcachon, entramos hasta el paseo marítimo, y una vez allí, cogemos habitación en el primer hotel que encontramos: se trata del Park Inn. Pago un suplemento porque la habitación dé al mar. Me imaginaba que el atardecer, así orientado, con el pueblo mirando hacia el oeste, sería espectacular. La verdad es que me quedé en la bañera dándome un baño bien largo, y cuando salí… bueno, había muchas nubes, casi niebla. No se habría visto gran cosa. Un baño, habida cuenta de que en casa sólo tenemos plato de ducha, es un placer al que no pienso renunciar cuando estoy de viaje.
Buenas vistas, pero luz algo sombría
La lluvia no nos impidió recorrer el paseo marítimo depués de cenar (bastante bien, por cierto). Allí encontramos las placas de algunos navegantes, como Éric Tabarly. Las casualidades abundan para los ojos observadores.
Arcachon - Sarlat (sábado)
La comida más importante del día
Por la noche ya nos había llovido, y a la mañana siguiente seguía haciéndolo. De hecho, según las previsiones, no podíamos hacernos los sorprendidos. Así que, enfundados en nuestras chaquetas nuevas y carísimas, salimos dirección Bergerac. Antes de ello, nuestra primera parada era Saint-Émilion, un pueblecito rodeado de viñas conservado sorprendentemente bien, en parte gracias al turismo, sobre todo enológico. Estamos en una de las mayores zonas de viñas de Europa, y de donde procede la uva y la forma de hacer vino de La Rioja, por ejemplo.
Saint-Émilion, precioso, tal como lo recordaba
Al dejar el pueblo, y arrancar de nuevo el motor de Antígona, saltó un mensaje en el pantallita: bombilla fundida. Efectivamente, la luz de cruce (las cortas), no alumbraba. Menos mal que la moto es tan lista que se da cuenta de esas cosas. A cambio, tienes el iconito angustiante en el salpicadero. Estoy convencido que de no me habría dado cuenta hasta que me tocara arrancar la moto en el garaje. Pero, con la luz de avería siempre presente, era muy difícil obviarlo. Así que tras comprobar que no había parecido a un taller, dimos con un supermercado donde encontré la bombilla (evidentemente, no llevaba recambio). Leímos en el manual el proceso a seguir: no hacían falta herramientas, ni había nada que desatornillar… Bah, un juego de niños: quitar una tapa, desconectar unas clavijas, soltar un alambre que hacía de presilla, sustituir la bombilla y volver a montar lo desmontado por orden inverso. En una hora y media angustiosa conseguimos hacerlo. No era difícil, pero tenía truco. Llegué a pensar incluso en que las cortas no eran una luz tan importante en la moto.
Por fin: tras una hora de enredar en un hueco minúsculo y protegidos de la lluvia por una marquesina
Después de la reparación, en mitad de la lluvia, bajo una marquesina que era un parking para bicis de un supermercado, todo volvía a la normalidad. Así que nos dirigimos hacia Bergerac, donde descubrimos que lo más bonito era el nombre y la relación con Cyrano, al menos que nosotros viéramos. El panini que nos metimos entre pecho y espalda, eso sí, de antología.
El 'lamp-affaire' nos había trastocado el horario, pero decidimos que no era necesario renunciar a ninguna visita. Desde Bergerac, después de haber comido, las cosas se veían de otra manera. La lluvia, que nos había dado una tregua para el paseo por Saint-Émilion, incluso parecía que mojaba menos.
Cuando nos dirigíamos a La Roque Gageac, un pueblecito del que había visto una foto en Internet y quería visitar, nos encontramos por sorpresa (porque lo atravesaba la carretera que utilizábamos) con Beynac, un pueblecito de cuento en el que paramos a estirar las piernas y hacer unas fotos en un momento de pausa de la lluvia.
Nos encontramos con Beynac, un pueblo de cuento de hadas
Después nos acercamos a La Roque Gageac, que resultó ser parecido a Beynac: también un pueblecito como de película de espadas, armaduras y bellas damiselas.
De este pueblo había visto fotos en Internet: quería verlo al natural
Estábamos ya cerca de nuestro destino, Sarlat, localidad que yo recordaba por una visita al Périgord hacía más de diez años, con otros estudiantes de prehistoria. Périgord es el territorio que concentra las más famosas cuevas con arte rupestre de Francia: Lascaux, Rouffingac… además de un montón de yacimientos de referencia para lo que yo estudiaba en ese momento. Sin embargo, lo que yo recordaba de Sarlat, era el vinagre aromatizado con nueces que compré en su momento, y era excusa más que suficiente para pasar allí una noche.
Safari fotográfico por Sarlat
Tras el consiguiente safari fotográfico por Sarlat -aprovecho las paradas para sacar la cámara 'buena'- damos, de chiripa, con un restaurante magnífico, situado dentro de una casa sin remodelar, en la que cada habitación era un comedor. Alucinante.
Un restaurante glorioso
Sarlat - Bilbao (domingo)
La vuelta a casa siempre tiene esa vertiente triste de poner fin al disfrute de viajar. En nuestro caso, decidimos obviar las autopistas (sobre todo las de peaje) y volvimos por carreteras nacionales. Llovía a ratos, y el paisaje iba cambiando poco a poco, pasando de los nogales de Sarlat, a las vides del Périgord púrpura, los frutales posteriormente y acabar en las casitas con vigas encastradas de la pared propias de Las Landas y, finalmente, caseríos de hechura vasca.
Paisajes entre Périgord y Dordogne
Apenas paramos salvo para orientarnos. Lo hicimos en Villefranche de Périgord, y desde allí -después de alguna parada para repostar o tomar un café- llegamos hasta Mont-de-Marsan, donde comimos en un McDonald's. Allí tienen unas salsas afrancesadas para las patatas que yo, que soy más de Burger King, no conocía. Lo mismo hasta están extendidas por todo el mundo.
Parada para tomar eso que los franceses llaman café
Las salsas del McDonald's
A la salida de Mont-de-Marsan, la Policía Nacional francesa nos paró para mirar los papeles de la moto. Los miraron muy amablemente, me hicieron soplar para nada, y, sorprendentemente, no miraron ningún papel que no fuera del vehículo: ni carné de conducir, ni identidad, ni nada parecido.
Sin más novedad que los atascos del País Vasco francés y un chaparrón en Biarritz mientras el mar embravecido sacudía la costa, fuimos deshaciendo el camino a casa por la nacional, ya cansados y con ganas de llegar finalmente a casa. Con aceite de nueces, vinagre aromatizado y paté en las maletas, por supuesto.
[con fotos de Supergiulia / McClellan]
La feliz coincidencia de unas vacaciones escolares y uno de los pocos festivos (tres al año) en los que no trabajo me situaba ante una oportunidad que no podía dejar pasar: tres días libres seguidos; un tesoro que triplicaba mi habitual descanso semanal. Vamos, que la cosa pintaba para un viaje en moto.
La poca previsión con la que organizamos el viaje nos impidió reservar alojamiento, así que decidimos ir a la aventura, sin reservar nada. A cambio, elegimos Francia, donde no era festivo y las posibilidades de encontrar sitios donde pasar la noche aumentaban exponencialmente.
Bilbao - Arcachon (viernes)
Saliendo de Bilbao
La N-634 es tan bonita como siempre, sobre todo una vez que abandona la zona más urbana del centro de Vizcaya y enfila la costa guipuzcoana, que pespuntea como uniendo mar y tierra. Además, salvo porque hacía algo de viento, el día era luminoso, ideal para viajar en moto. Era, según las previsiones meteorológicas, el día en el que había menos posibilidades de que nos mojáramos.
Nos perseguían unos extras de 'Sons of Anarchy' rascando hierros en las rotondas
Llegamos a comer Hendaye -en francés-, o Hendaya -castellano-, o Hendaia -euskera-. Vamos, que aunque haya tres maneras de escribirlo y dos de pronunciarlo, sólo se trata de un pequeño y agradable pueblo fronterizo, con una playa que lo convierte en relativamente turístico y veraniego. El otro interés es la estación de tren donde se coge el TGV que llega hasta París.
Llamada a casa para decir que estaba de viaje. Ante todo, organización
Después de recorrer 'La Corniche', hermosa como siempre, pero azotada por un viento constante, sin saber cómo -navegamos al tuntún, y no al TomTom- damos a una autopista de peaje. Pagamos un euro y pasamos Bayonne (o Bayona, o Baiona). Lo comido por lo servido: me parece justo. Bayona merece una visita, pero no hoy. La clave es que por fin podemos tomar dirección Hossegor, y antes de darnos cuenta estamos ya remontando Las Landas por la costa. Paramos en Hossegor para ver el mar, pues la carretera circula algo alejada de la primera línea de agua.
'La Corniche', carretera costera entre Hendaya y San Juan de Luz
Una sola playa en la costa de Las Landas
En realidad, la belleza del paisaje se encuentra en su continuidad. Es una enorme línea de asfalto relativamente recta, rodeada de pinos en un suelo arenoso, con desvíos a la izquierda, diferentes accesos a una playa que recorre la costa durante decenas de kilómetros. Los desvíos a la derecha conducen indefectiblemente a Dax, Mont-de-Marsan o Burdeos, según septentrional sea la posición. En estas circunstancias, y con buena visibilidad para favorecer los adelantamientos, avanzamos rápidamente hacia Arcachon, donde tenemos pensado hacer noche. Me concentro en mantener la distancia con el coche de delante para evitar el agua que levantan sus neumáticos o adelantarlo en cuanto sea posible. Muchos conductores se apartan hasta el extremo de meter su rueda derecha en la cuneta. Así da gusto circular en moto.
Antes de llegar, paramos en la duna de Pila (o de Pylat). Bueno; han sido trescientos kilómetros, pero algo hemos avanzado: sólo dos nombres para un mismo sitio. Ahora es por el occitano, por cierto. Se supone que es la mayor duna de Europa, o eso había leído en Internet, y me pareció que merecía una parada. Además, estábamos realmente cerca de Arcachon, a menos de diez kilómetros, así que ya no había prisa.
Una duna enorme, pero muy preparada para el turismo
En Arcachon, entramos hasta el paseo marítimo, y una vez allí, cogemos habitación en el primer hotel que encontramos: se trata del Park Inn. Pago un suplemento porque la habitación dé al mar. Me imaginaba que el atardecer, así orientado, con el pueblo mirando hacia el oeste, sería espectacular. La verdad es que me quedé en la bañera dándome un baño bien largo, y cuando salí… bueno, había muchas nubes, casi niebla. No se habría visto gran cosa. Un baño, habida cuenta de que en casa sólo tenemos plato de ducha, es un placer al que no pienso renunciar cuando estoy de viaje.
Buenas vistas, pero luz algo sombría
La lluvia no nos impidió recorrer el paseo marítimo depués de cenar (bastante bien, por cierto). Allí encontramos las placas de algunos navegantes, como Éric Tabarly. Las casualidades abundan para los ojos observadores.
Arcachon - Sarlat (sábado)
La comida más importante del día
Por la noche ya nos había llovido, y a la mañana siguiente seguía haciéndolo. De hecho, según las previsiones, no podíamos hacernos los sorprendidos. Así que, enfundados en nuestras chaquetas nuevas y carísimas, salimos dirección Bergerac. Antes de ello, nuestra primera parada era Saint-Émilion, un pueblecito rodeado de viñas conservado sorprendentemente bien, en parte gracias al turismo, sobre todo enológico. Estamos en una de las mayores zonas de viñas de Europa, y de donde procede la uva y la forma de hacer vino de La Rioja, por ejemplo.
Saint-Émilion, precioso, tal como lo recordaba
Al dejar el pueblo, y arrancar de nuevo el motor de Antígona, saltó un mensaje en el pantallita: bombilla fundida. Efectivamente, la luz de cruce (las cortas), no alumbraba. Menos mal que la moto es tan lista que se da cuenta de esas cosas. A cambio, tienes el iconito angustiante en el salpicadero. Estoy convencido que de no me habría dado cuenta hasta que me tocara arrancar la moto en el garaje. Pero, con la luz de avería siempre presente, era muy difícil obviarlo. Así que tras comprobar que no había parecido a un taller, dimos con un supermercado donde encontré la bombilla (evidentemente, no llevaba recambio). Leímos en el manual el proceso a seguir: no hacían falta herramientas, ni había nada que desatornillar… Bah, un juego de niños: quitar una tapa, desconectar unas clavijas, soltar un alambre que hacía de presilla, sustituir la bombilla y volver a montar lo desmontado por orden inverso. En una hora y media angustiosa conseguimos hacerlo. No era difícil, pero tenía truco. Llegué a pensar incluso en que las cortas no eran una luz tan importante en la moto.
Por fin: tras una hora de enredar en un hueco minúsculo y protegidos de la lluvia por una marquesina
Después de la reparación, en mitad de la lluvia, bajo una marquesina que era un parking para bicis de un supermercado, todo volvía a la normalidad. Así que nos dirigimos hacia Bergerac, donde descubrimos que lo más bonito era el nombre y la relación con Cyrano, al menos que nosotros viéramos. El panini que nos metimos entre pecho y espalda, eso sí, de antología.
El 'lamp-affaire' nos había trastocado el horario, pero decidimos que no era necesario renunciar a ninguna visita. Desde Bergerac, después de haber comido, las cosas se veían de otra manera. La lluvia, que nos había dado una tregua para el paseo por Saint-Émilion, incluso parecía que mojaba menos.
Cuando nos dirigíamos a La Roque Gageac, un pueblecito del que había visto una foto en Internet y quería visitar, nos encontramos por sorpresa (porque lo atravesaba la carretera que utilizábamos) con Beynac, un pueblecito de cuento en el que paramos a estirar las piernas y hacer unas fotos en un momento de pausa de la lluvia.
Nos encontramos con Beynac, un pueblo de cuento de hadas
Después nos acercamos a La Roque Gageac, que resultó ser parecido a Beynac: también un pueblecito como de película de espadas, armaduras y bellas damiselas.
De este pueblo había visto fotos en Internet: quería verlo al natural
Estábamos ya cerca de nuestro destino, Sarlat, localidad que yo recordaba por una visita al Périgord hacía más de diez años, con otros estudiantes de prehistoria. Périgord es el territorio que concentra las más famosas cuevas con arte rupestre de Francia: Lascaux, Rouffingac… además de un montón de yacimientos de referencia para lo que yo estudiaba en ese momento. Sin embargo, lo que yo recordaba de Sarlat, era el vinagre aromatizado con nueces que compré en su momento, y era excusa más que suficiente para pasar allí una noche.
Safari fotográfico por Sarlat
Tras el consiguiente safari fotográfico por Sarlat -aprovecho las paradas para sacar la cámara 'buena'- damos, de chiripa, con un restaurante magnífico, situado dentro de una casa sin remodelar, en la que cada habitación era un comedor. Alucinante.
Un restaurante glorioso
Sarlat - Bilbao (domingo)
La vuelta a casa siempre tiene esa vertiente triste de poner fin al disfrute de viajar. En nuestro caso, decidimos obviar las autopistas (sobre todo las de peaje) y volvimos por carreteras nacionales. Llovía a ratos, y el paisaje iba cambiando poco a poco, pasando de los nogales de Sarlat, a las vides del Périgord púrpura, los frutales posteriormente y acabar en las casitas con vigas encastradas de la pared propias de Las Landas y, finalmente, caseríos de hechura vasca.
Paisajes entre Périgord y Dordogne
Apenas paramos salvo para orientarnos. Lo hicimos en Villefranche de Périgord, y desde allí -después de alguna parada para repostar o tomar un café- llegamos hasta Mont-de-Marsan, donde comimos en un McDonald's. Allí tienen unas salsas afrancesadas para las patatas que yo, que soy más de Burger King, no conocía. Lo mismo hasta están extendidas por todo el mundo.
Parada para tomar eso que los franceses llaman café
Las salsas del McDonald's
A la salida de Mont-de-Marsan, la Policía Nacional francesa nos paró para mirar los papeles de la moto. Los miraron muy amablemente, me hicieron soplar para nada, y, sorprendentemente, no miraron ningún papel que no fuera del vehículo: ni carné de conducir, ni identidad, ni nada parecido.
Sin más novedad que los atascos del País Vasco francés y un chaparrón en Biarritz mientras el mar embravecido sacudía la costa, fuimos deshaciendo el camino a casa por la nacional, ya cansados y con ganas de llegar finalmente a casa. Con aceite de nueces, vinagre aromatizado y paté en las maletas, por supuesto.
[con fotos de Supergiulia / McClellan]