El viaje en moto del verano 2019: Stella Alpina, Alpes Dolomiticos, Julianos y Carnicos.
Y alguna cosa mas...
Llega el verano, toca viaje en moto. El destino del año ya estaba marcado, venia con ganas de años anteriores: Alpes dolomíticos, julianos y cárnicos. Dolomitas, Eslovenia y Austria a partes iguales. La ruta estaba trazada y más que estudiada, afinando trayectos, suavizando jornadas y especiando el camino con un barniz de historia bélica. Pero de repente se me unió un compañero, convergimos en hacer la Stella Alpina de nuevo y con poco tiempo por delante me toco rehacer rutas y escribir un nuevo roadbook, que quedo mucho más escaso y soso, cosa que me acabaría saliendo cara.
1
Poco que contar. Salimos de tarde, después de trabajar, camino de Bilbao donde, gracias a la amistad pudimos dormir bajo techo y gratis, juntos, pero no revueltos.
2
Toca cruzar todo el sur de Francia, de mar a mar, de peaje en peaje, de atasco en atasco. Sorprendentemente no hay mucho atasco en Toulouse, pero si lo hubo en Bayona y ya lo hay antes de Carcasona prometiendo llegar hasta la costa. Por ello intentamos ir por el interior, pero no localizo la carretera para ir desde Carcasona a Bézier así que cuando aparecemos en Narbona, hartos de calor y tráfico, tiramos de peaje hasta Aviñón, donde hacemos noche de camping.
Hace calor, abundan las ruidosas pegas, los arboles sudan como yo en un verano sevillano manchándolo todo de resina pegajosa, pero por lo menos hay piscina, con las normas francesas absurdas e incomprensibles habituales que casi nos cuestan el baño. Pero pocas sensaciones hay mejores que llegar después de un largo y caluroso día de moto y sumergirse en una piscina fresca, dejando que el cansancio, el sudor y el polvo del camino se vayan disolviendo en el agua.
La cena la hacemos en un centro comercial cercano, comida italiana al estilo francés, cara para lo que ofrece, como era de esperar.
Camping du Grand Bois Avignon. 10€ por persona, con piscina pero sin lujos.
3
Para ir hasta Bardonecchia, la base de la Stella, hacemos un clásico de la Provenza, la Serres-Nyons, un goce de curvas que sube y baja una sierra de pequeño tamaño hasta que nos sumergimos en la operación salida en las cercanías del lago de Serre-Ponçon. Un hartazgo de coches, motos, caravanas, domingueros y turistas desparramados por la carretera. Poca paciencia tenemos para tanta tontería, ni siquiera lo arreglamos con unas paradas estratégicas.
De Briançon en adelante toca descubrir algo nuevo, así que en lugar del Mont Genevre cogemos camino del col de l’Echelle. El lado oeste es puramente alpino, una subida tendida por una carretera estrecha entre praderías y arboledas con cimas alrededor. No sé en que momento se pasa a Italia, no hay indicación ni frontera y de repente la carretera se convierte en un balcón que domina el valle, que parece diminuto de tan abajo que está. La carretera va contorneando la pared, descolgándose poco a poco, de horquilla en horquilla hasta converger con el valle.
Cuando llegamos a Bardonecchia no queda rastro del ambiente de la Stella de hace dos años, casi todo el mundo está ya arriba, aunque bien puede estar subiendo o bajando a tenor del tráfico que nos encontramos. Lo que más abunda este año son los coches y la subida esta en peor estado que hace dos años. Por ello mi moto toca suelo dos veces, principalmente por culpa de un borrego enlatado en un kia picanto que no puede ir más lento y que tiene la mala costumbre de frenar a deshora y en las curvas. Ni siquiera me permite adelantarlo pese a mis gestos, aspavientos y maldiciones. Y se hace pesado ir comiendo polvo a ritmo de desfile.
Finalmente, con más pena que gloria llegamos arriba, la concentración ya está a pleno ritmo y nos toca ir a plantar la tienda lejos y rodeados de boñigas. Es lo que tiene la aventura.
El resto de la tarde se va en pasear, conocer gente y certificar que va a hacer mucho, mucho frio, se habla de 2º de mínima por la noche y suena creíble, que tira un aire que afeita y en cuanto se quita el sol, el fresco muta a frio muy frio.
Y alguna cosa mas...
Llega el verano, toca viaje en moto. El destino del año ya estaba marcado, venia con ganas de años anteriores: Alpes dolomíticos, julianos y cárnicos. Dolomitas, Eslovenia y Austria a partes iguales. La ruta estaba trazada y más que estudiada, afinando trayectos, suavizando jornadas y especiando el camino con un barniz de historia bélica. Pero de repente se me unió un compañero, convergimos en hacer la Stella Alpina de nuevo y con poco tiempo por delante me toco rehacer rutas y escribir un nuevo roadbook, que quedo mucho más escaso y soso, cosa que me acabaría saliendo cara.
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Poco que contar. Salimos de tarde, después de trabajar, camino de Bilbao donde, gracias a la amistad pudimos dormir bajo techo y gratis, juntos, pero no revueltos.
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Toca cruzar todo el sur de Francia, de mar a mar, de peaje en peaje, de atasco en atasco. Sorprendentemente no hay mucho atasco en Toulouse, pero si lo hubo en Bayona y ya lo hay antes de Carcasona prometiendo llegar hasta la costa. Por ello intentamos ir por el interior, pero no localizo la carretera para ir desde Carcasona a Bézier así que cuando aparecemos en Narbona, hartos de calor y tráfico, tiramos de peaje hasta Aviñón, donde hacemos noche de camping.
Hace calor, abundan las ruidosas pegas, los arboles sudan como yo en un verano sevillano manchándolo todo de resina pegajosa, pero por lo menos hay piscina, con las normas francesas absurdas e incomprensibles habituales que casi nos cuestan el baño. Pero pocas sensaciones hay mejores que llegar después de un largo y caluroso día de moto y sumergirse en una piscina fresca, dejando que el cansancio, el sudor y el polvo del camino se vayan disolviendo en el agua.
La cena la hacemos en un centro comercial cercano, comida italiana al estilo francés, cara para lo que ofrece, como era de esperar.
Camping du Grand Bois Avignon. 10€ por persona, con piscina pero sin lujos.
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Para ir hasta Bardonecchia, la base de la Stella, hacemos un clásico de la Provenza, la Serres-Nyons, un goce de curvas que sube y baja una sierra de pequeño tamaño hasta que nos sumergimos en la operación salida en las cercanías del lago de Serre-Ponçon. Un hartazgo de coches, motos, caravanas, domingueros y turistas desparramados por la carretera. Poca paciencia tenemos para tanta tontería, ni siquiera lo arreglamos con unas paradas estratégicas.
De Briançon en adelante toca descubrir algo nuevo, así que en lugar del Mont Genevre cogemos camino del col de l’Echelle. El lado oeste es puramente alpino, una subida tendida por una carretera estrecha entre praderías y arboledas con cimas alrededor. No sé en que momento se pasa a Italia, no hay indicación ni frontera y de repente la carretera se convierte en un balcón que domina el valle, que parece diminuto de tan abajo que está. La carretera va contorneando la pared, descolgándose poco a poco, de horquilla en horquilla hasta converger con el valle.
Cuando llegamos a Bardonecchia no queda rastro del ambiente de la Stella de hace dos años, casi todo el mundo está ya arriba, aunque bien puede estar subiendo o bajando a tenor del tráfico que nos encontramos. Lo que más abunda este año son los coches y la subida esta en peor estado que hace dos años. Por ello mi moto toca suelo dos veces, principalmente por culpa de un borrego enlatado en un kia picanto que no puede ir más lento y que tiene la mala costumbre de frenar a deshora y en las curvas. Ni siquiera me permite adelantarlo pese a mis gestos, aspavientos y maldiciones. Y se hace pesado ir comiendo polvo a ritmo de desfile.
Finalmente, con más pena que gloria llegamos arriba, la concentración ya está a pleno ritmo y nos toca ir a plantar la tienda lejos y rodeados de boñigas. Es lo que tiene la aventura.
El resto de la tarde se va en pasear, conocer gente y certificar que va a hacer mucho, mucho frio, se habla de 2º de mínima por la noche y suena creíble, que tira un aire que afeita y en cuanto se quita el sol, el fresco muta a frio muy frio.