NOTA: CRONICA.
Sin elemento subjetivo no habría viaje por lo que os presento a los cinco integrantes de la expedición africana:
Antonio. Es difícil encontrar una persona que hable español y que sepa tanto de Africa, al menos de su parte Occidental que es la que ahora nos interesa, como Antonio Ortega. Si os fijáis bien es ya medio negro. Su ayuda en momentos cruciales es inestimable. Os invito a visitar su página web
www.transahara.org. Para que os hagáis una idea ya en el año 90, cuando yo estaba casi en el colegio, él había realizado más de cien viajes a Africa y ha continuado hasta hoy. Sus anécdotas y aventuras vividas son inabarcables. Si lees esto Antonio haznos a todos el favor de colaborar con alguien para plasmar todo ello en un libro, hay un montón de “nuevos aventureros” vendiendo una cantidad ingente de ejemplares de sus libros y te garantizo que el tuyo sería un bestseller entre todos ellos. ¡¡¡Me pido la primera edición!!! Nadie es perfecto y por desgracia no tiene ni idea de motos pues conduce una Yamaha, jejejeje.
Alberto, viejo amigo de Antonio, resistente como un lobo estepario, metódico como pocos. Volverá bien engrasado. Y eso que llevaba hasta tres camisas de manga larga al viaje. Tampoco tiene mucha idea de motos, lleva Yamaha, jijiji.
Santi, el dice ser vasco, pero escucha rumbas, reguetón, no sé yo jurjurjur. Más fuerte que la radio de un sordo, pura adrenalina. En su última analítica de sangre encontraron leves restos de ella entre el café. Conduce una moto inglesa, no comments. Y está en promoción chicas, diversión garantizada.
Javier, sin duda el más rápido de Africa, buen navegante, cambia una rueda antes de que te termines la cerveza. Le querrás a tu lado cuando entres al desierto. Es catalán pero no se le nota, jejeje.
Y un servidor… creo que hago buenas fotos y poco más. Ellos se empeñan en decir que soy suizo grrrrr.
Si un viaje de aventura se desarrolla sin inconvenientes abre bien los ojos porque es muy probable que aún no haya empezado.
Y como esto es una realidad inexorable pues el arranque de nuestra aventura ya presentó esos pequeños traspiés que ocurren y no son sino piezas del gran puzle que finalmente montarás y crearán ese recuerdo imborrable que has venido a buscar. Son leves dosis de cafeína aventurera que te mantienen alerta o al menos te recuerdan que ya no estás en tu salón viendo la tele o uno de esos canales de youtube que tanto nos gustan. Te has convertido en el protagonista.
Arrancó el viaje con un vuelo cancelado de uno de los compañeros, lo cual exige reconfigurar todo el planteamiento inicial y recuperar ese día eliminando una de las jornadas de descanso. No es muy acertado hacer algo así pues el descanso es tan importante como la gasolina pero no cabía otra opción.
Reunidos todos los viajeros no solo del espacio sino también del tiempo como veríamos dado que nuestro camino nos llevaría a épocas muy primitivas, aparece otro problema. Los amigos de lo ajeno han hecho acto de presencia durante la noche y se han llevado todo el equipo de acampada de uno de los compañeros. Cuando la que va a ser tu casa durante muchos días ha sido usurpada, y espero que quien lo hizo pase momentos muy infelices dentro de ella y esta maldición le persiga, el ánimo se viene abajo, las opciones de éxito ciertamente descienden de forma exponencial, vamos a lugares en los que no hay absolutamente nada, pero el espíritu siempre vence al demonio y seguimos adelante.
Marruecos discurre de forma relativamente bien, con esos pequeños escollos, y nos plantamos rápidamente en Mauritania. En mi opinión el verdadero punto de partida. La frontera ya te enseña que llegas a un mundo diferente, sin hojas de reclamaciones, corrupción por todas partes y donde la paciencia es un arma bastante importante para vencer miedos y fantasmas, abrirte paso a empujones funciona mejor que un “por favor”. Con la dosis de tiempo necesaria se resuelven las cosas básicas, atravesamos la frontera bañados en calor entre un caos de camiones desvencijados, un cementerio de vehículos en su día vivientes y de los que únicamente sus esqueletos nos recuerdan que un día fueron flamantes, cambio de moneda con el regateo de rigor, la mayoría de las veces ridículo pues estas discutiendo céntimos, y encaminado el tema móviles, en mi opinión lo que peor he resuelto en todo el viaje.
Avanzando Mauritania nos dividimos en dos grupos, las motos más pesadas y el vehículo de apoyo harán un tramo más largo de carretera y las más ligeras se enfrentarían al desierto en el banco de Arguin.
No es posible comparar el desierto con los Alpes, con los paisajes lunares de Islandia, nuestras cordilleras ibéricas o con otros cientos de sitios. Pero a su belleza singular, para los que nos gusta, se une algo baste propio y casi exclusivo, el enorme peligro que corres cuando te adentras en sus entrañas. El dragón de fuego te acoge suavemente, y casi sin darte cuenta estás en sus garras.
Los kilómetros transcurren y la sensación de desolación, de inmensidad, de estar a merced de miles de factores y de que vas a poner a prueba tu suerte y quizá tus instintos básicos como el de mera supervivencia te van apretando el cuello, hasta que agitando tu cabeza intentas poner orden dentro de tu cerebro y te pones a trabajar en lo que has venido a hacer.
El Sr. Miedo tendrá que esperar, pero cabalgará contigo paciente, esperándote, dispuesto a tumbarte si le das la oportunidad. Empiezas a pensar en lo necesario, cuidar la mecánica, repasar tu material mentalmente, navegar la ruta que has seguir para adentrarte en las fauces de la bestia y salir de ella… y el tiempo pasa, los sustos de la arena se suceden, hay que ser fino pilotando y los kilómetros te van sumergiendo hacia paisajes cada vez más grotescos pero de una belleza indudable e inusitada.
Entonces, tras varias horas adentrándote en su corazón te das cuenta que puedes estar a medio camino, que salir de allí andando es absolutamente imposible y que las opciones de que pase un ser humano en las próximas horas, días y lo más seguro semanas son bastante reducidas. Una vez más el miedo se ha agarrado a tu garganta cuando ves que respirar te está empezando a costar algo más y de nuevo un ejercicio de tesón, pura supervivencia y mucha cabezonería te siguen impulsando hacia adelante, a un ritmo quizá demasiado alegre, probablemente porque pensamos que es mejor sacar la muela rápidamente que de forma lenta y pausada.
El paisaje en muchas ocasiones y en cualquier dirección en increíble, una línea recta que marca el horizonte y absolutamente nada más, un mar inmenso de arena que navegamos con nuestras motos. Primero el sol, de forma aproximada, y después nuestros Gps nos van indicando que el rumbo es el correcto. Con buen ritmo, paradas acordadas para beber agua y algunas instrucciones básicas para el caso de perdernos, los kilómetros caen y la mitad del trayecto va quedando atrás. Es difícil explicar cómo rodando en ese mar gigantesco en el momento que uno desvía su rumbo un grado te aleja del compañero de tal manera que te has perdido. Y así fue. Sin nervios paro a hacer alguna foto, reanudo trayecto y salgo a buscar a la otra moto. En soledad los miedos se magnifican, intentan apoderarse de la situación, cualquier rotura puede ser fatal, y has de ser más firme aún. Cuando se hacen las cosas de forma correcta los riesgos se reducen rápidamente, así es que nos reencontramos para continuar el tránsito por el desierto.
Cayendo el Sol y poco a poco en la letanía aparece el cabo que constituye nuestro destino, primero es un grano del tamaño de un garbanzo pero poco a poco va creciendo y un rato después casi anocheciendo llegamos al punto de reunión donde pasaríamos la noche.
Por el otro camino están intentando llegar los otros vehículos de la caravana, el coche queda atascado en un banco de arena y uno de los compañeros en moto no se percata y continúa trayecto. Sigue circulando hasta que queda solo. Llegamos al punto de encuentro, el desierto nos ha escupido a todos como una flema que no ha podido digerir excepto a uno…
Así es, una de las motos no consigue llegar hasta el punto elegido, ha continuado el trayecto por el desierto en solitario… Es una situación de auténtico y grave peligro.
La noche cae, salimos a buscarle intentando encontrar su traza dibujada en la arena pero no hay suerte, alcanzamos sitios elevados para hacer señales de luz con los faros de las motos y que habrían de verse a muchos kilómetros pero no hay respuesta, ni hay hoguera en la lejanía que nos indique un punto de rescate, nada, el viento, la arena y el bramido de la bestia.
El momento es ciertamente angustioso. No sabemos cómo estará pasando la noche el compañero pero os aseguro que la nuestra fue un infierno, la ausencia de noticias es terrible y las horas transcurren muy lentamente. Todas las hipótesis se ponen sobre el tapete. Una rotura, una caída, perdida del rumbo…
Evidentemente allí el móvil sólo sirve para sujetar la servilleta de papel y que no la devore el desierto.
Tras una intensa noche, al despuntar el alba, cuando vamos a reiniciar la búsqueda, y por si no fuera suficiente el momento dramático que estamos viviendo, al ir a repostar para salir de allí nos percatamos de que el bidón que llevábamos para dar de beber a nuestras monturas no contiene gasolina, sino gasoil… El muchacho de la gasolinera ha equivocado el líquido. Lamentos, algún insulto y nueva valoración de soluciones. Con cálculos lo más ajustados posibles parece resolverse la ecuación y damos comienzo el rescate. Buscando por el desierto localizamos su traza aún dibujada, el viento no ha conseguido borrarla; es lo que nos temíamos, se ha adentrado más en sus fauces con muy mal pronóstico, pues el lugar hacia dónde se dirige no tiene salida para su moto. Enormes dunas le cerrarán el paso. Por tanto, si no ha habido ningún percance tipo caída, cuyas consecuencias no me atrevo a valorar ni siguiera ahora mismo, es casi seguro que se habrá quedado sin gasolina y estará allí atrapado. Sin apenas agua, ni alimentos, ni gasolina, sin saber si estará herido ni el alcance... el momento es tremendo. Sin tiempo para lamentos vamos a comprar gasolina, unos 40 km de desierto ya desde ese punto y retornar para buscarle y rescatarle. Al mismo tiempo, los otros compañeros que no pueden circular por el desierto irían a dar la alerta a las autoridades por si colaboran en la búsqueda.
Nuevamente las dos motos más ligeras irán directos a través de dunas y los otros vehículos por donde accedieron para hablar con la policía.
Rodando hacia la salida las dos motos ligeras se extravían una de otra pues cada uno sigue hasta un waypoint diferente. Una vez más el desierto nos demuestra lo fácil que es extraviarse pues una pequeña elevación puede ocultar cien kilómetros… Rodeado por dunas insalvables decido retornar y dirigirme hacia el otro waypoint, por la orografía parece más asequible. Finalmente llego a la población y ya nos reunimos todos, excepto el que se perdió en la noche.
A la rocambolesca situación de nuestra caravana se une la visión del poblado esperpéntico en el que buscar avituallamiento.
Finalmente repostamos gasolina y un minuto antes de salir intentamos hacer llamada pues allí parece haber un punto de cobertura. Milagrosamente el teléfono da tono y tras varios responde al otro lado la voz del perdido. La alegría es instantánea. Va con una pick up que le ayuda salir del desierto. Luego nos explicaría en detalle lo ocurrido. La paz y tranquilidad vuelve al grupo y el optimismo redirige nuestro ánimo para cubrir los miles de kilómetros que aún nos faltan.
El piloto extraviado había continuado los waypoints marcados pero se saltó uno y se había adentrado en un lugar sin salida para su moto. Para más intensidad de repente se le encendió la luz de la reserva. Avanzó un poco más en dirección a la costa y por un auténtico milagro encontró un pequeño poblado de pescadores de los que hay cada 100 kilómetros que le dieron cobijo, un techo para dormir y le ayudaron a salir de allí al día siguiente como he relatado.
Ahora la nueva prioridad del grupo pasa por cumplir el siguiente objetivo. Así es como funciona, tan pronto estas barajando todas las posibilidades que una desaparición implica, incluso las peores, como pasas a planear dónde parar para comer y seguir ruta.
La experiencia nos ha enseñado que esto no es un juego y reconocerlo es el primer paso para evitarlo.
Un enlace por carretera nos lleva hasta la costa y allí los más ligeros rodarán por la playa hasta las proximidades de la capital Mauritana donde unas jaimas nos aguardan en la playa para descanso y reunión de todos los participantes. La marea alta con motivo del retraso dificulta el avance pero toda la jornada se desarrolla sin más incidentes. Es bastante complicado rodar por allí sin pisar los miles y miles de cangrejos que en la playa dan cuenta de todo lo que el mar expulsa, incluidos atunes enormes, una ballena o una tortuga. Varios poblados de pescadores nos enseñan la rudeza de sus vidas, sin más sustento que la mar traicionera a la que acuden con sus pequeñas y roídas barcas.
Es increíble e incomprensible la cantidad de basura que arrojan al suelo y que finalmente acaba en el mar y si no en el desierto. Reconozco que es fácil juzgarles desde nuestras flamantes motos de blancos europeos en nuestro fugaz tránsito por sus tierras. La conciencia medioambiental de estos pobladores es nula. Creo que bastante tienen con sobrevivir en esas condiciones, sin agua, sin luz, sin las cosas más básicas. Tampoco existe aparentemente ningún servicio de recogida de basuras, tanto que a nosotros mismos nos costaba deshacernos de nuestros residuos; allí simplemente lo orgánico se lo comen los animales que hay por la calle y los plásticos permanecen. Por todo intenté limitarme a observarlo procurando no hacer ningún juicio de valor con los prejuicios de gente acomodada.
Como anécdota contaré que uno de los compañeros en una gasolinera cogió la bolsa de basura de su desayuno y se la entregó a la tienda para que la tirara. El dueño accedido, pero al minuto salió a la calle y en su misma puerta la vació en el suelo. ¿Tiene algún sentido? Sin duda para nosotros no.
El sol se ocultó y la noche en una tienda abierta a la brisa del mar hizo descansar los maltrechos cuerpos.
El día nos tenía preparado un tramo de carretera, probablemente uno de los más destructivos para vehículos del mundo entero. Las cunetas están repletas de coches o camiones que han reventado, literalmente, alguna de sus piezas en los agujeros de dos palmos de profundidad y metros de largo que tatúan lo poco que queda de asfalto. Los vehículos en ambos sentidos conducen zigzagueando para evitar las mortales trampas y ello provoca que los choques frontales sean muy frecuentes.
Cruzar la frontera con Senegal por el puesto de Dizama no es especialmente complejo si no fuera por los oportunistas que te asaltan para ayudarte con los trámites previo pago de su tarifa. Algo que sería comprensible, tolerable y que puedo compartir; lo que es una auténtica canallada es que ese mismo tipo, cuando te niegas, probablemente por ser hijo de alguno de los funcionarios entra en las oficinas, te señala descaradamente y convierte tu paso en un aténtico infierno. Tu pasaporte pasa a ser siempre el último de los apilados, recibes malos modos… Es obvio que el turismo no ha hecho acto de presencia en estos lugares y si no cambian es probable que tarde mucho en llegar. Menos mal que Antonio, el sheriff, que es medio africano y conoce gente por allí cuando llegó cortó las alas del joven bufón sin oficio ni beneficio que tira piedras a su tejado. Desde aquí os animo a que si pasáis por allí jamás contratéis sus servicios, los de un tipo joven casi adolescente que en lugar de trabajar extorsiona a los turistas. Un saludo pequeño payaso. Y como frontera africana decir que para poder pasar el vehículo de apoyo, el viejo mercedes benz, hubo que sobornar al agente de aduanas. Suma y sigue…
La llegada a Sant Lois se produce sin incidentes, a través de diques con cadáveres de enormes lagartos o facoceros, esos cerdos de grandes colmillos. La vieja ciudad colonial nos acoge como un fantasma de lo que demuestra que en su día fue, bonita pero absolutamente descuidada. El legendario hotel La Post en el que Antoine de Saint-Exupéry escribiera su Principito, cuidó de nuestros cuerpos aquella noche.
Y entonces empezaron a aparecer ellos, como una nube de polvo viva que se extiende de allí en adelante, los seres más temidos de Africa, sus mosquitos. Propagadores de mil enfermedades además de la desagradable picazón de su visita perturbarán tu sueño. He probado repelentes, insecticidas fuertes, ropa larga y aún así, pican, y el fantasma de la malaria aparece. Para combatirla tomaba Malarone por prescripción de los médicos españoles y sus efectos secundarios me acompañaron (en mi caso diarreas, dolor de cabeza, mareo, sueño)
A la salida de Sant Louis ligeros y pesados volvemos a dividirnos. Los primeros atravesaremos el desierto de El Ferlo y los segundos irán por carretera.
Como siempre, y esto lo considero otro gran error por nuestra parte, entrábamos en los desiertos en las peores horas, pasado el mediodía, y la jornada se volvía bastante intensa. El esfuerzo de pilotar sobre la arena con exceso de temperatura se quintuplica.
Los arenales de Mauritania poco a poco han ido dando paso a un suelo algo más compacto y puntiagudas acacias capaces de perforar casi el metal empiezan a acompañar nuestro camino. Imaginad lo que harían con vuestros neumáticos. Yo había elegido llevar mouses por lo que rodaba bastante tranquilo. Creo que es una elección bastante acertada y más si vais solos. El contrapunto lo encuentras en los tramos de carretera donde has de cuidarlos y no puedes circular a cruceros altos por lo que 85 o 90 era mi velocidad.
En una parada para tomar las obligatorias fotos dejo abierto el compartimento del móvil y sale despedido. Gracias a Dios me doy cuenta relativamente pronto y más gracias aún he de dar porque a un par de kilómetros atrás consigo encontrarlo.
Unos minutos después atravesamos una línea imaginaria pero casi visible y un manto verdoso convirtió, como por arte de magia, el desierto en sabana. Fue una sensación muy interesante.
Llegamos al punto de encuentro con los compañeros y en poblado típico africano, de chabolas básicamente, encontramos una gasolinera como si estuviéramos en Europa, bebidas frías, aire acondicionado, daban ganas de dormir allí, pero la elegida fue la sabana.
De los animales que imaginaba que pudiera irrumpir en el campamento nocturno jamás habría acertado a decir que fuera un burro y su rebuzno magnificado por el silencio de la noche el que nos sobresaltaría violentamente arrebatándonos unos minutos de descanso. Habíamos usurpado su casa y no se lo tomó muy bien.
Descansados salimos al día siguiente a recorrer nuevamente la sabana arenosa que nos rodeaba. Uno de los pilotos se extravía (y esto ya empieza a ser preocupante) y continúa en solitario el camino, que como veremos resultó plagado para él de experiencias.
Por nuestra parte, con el amigo calor acompañándonos de nuevo el día trascurre duro sobre todo para las motos pesadas. Las miles de trazas que se unen unas con otras y los arenales dificultan nuestro avance. Los poblados que vamos encontrando aplacan el cansancio y sus agradables gentes nos acogen con los brazos abiertos, nos invitan a entrar, a comer y beber. Posan con alegría para nuestras fotos y vídeos. Por desgracia nuestro tiempo limitado y nuestros débiles estómagos europeos nos impiden aceptar sus gentiles ofertas y proseguimos viaje.
En una de las paradas, completamente rodeados de niños de todas las edades, un compañero abrió una lata de refresco caliente y al sonido del gas que se escapó los niños corrieron como gatos con petardos. Es palpable el miedo que nos tienen, seguramente con razón. Al segundo, analizada la situación y la ausencia de peligro, regresaban con nosotros por si les tocaba alguna otra lata a ellos. Es curioso que un sitio con tanta hambre y penuria, y esto lo digo desde nuestra perspectiva acomodada obviamente, los niños compartían entre sí los refrescos.
Hasta el camino más largo tiene un final y el nuestro también. Allí nos reunimos el coche, el extraviado y nosotros. En ese momento nos enteramos que el viajero solitario de ese día había pinchado hasta por dos veces y únicamente su pericia y medios le permitieron salir del desierto y cumplir con su infernal etapa, sin duda exhausto por el calor. Los errores, y éste también lo fue, parecían querer enseñarnos que en África no hay grúas de asistencia, que las condiciones pueden ser muy duras y todo se puede complicar enormemente.
En esta ocasión era un campamento de caza cerrado por fin de temporada el que nos acogía ya que un pequeño soborno a su guarda nos abrió las puertas para una ducha fría y un comedor techado para montar las camas a la brisa de la noche con nuestras mosquiteras por mantas.
La pista del día siguiente nos condujo hasta un hotel-restaurante con piscina, es en serio, y entramos. Obviamente su uso era exclusivo de clientes alojados pero tras discutir ya desde dentro de ella con varios de los empleados aceptaron que si nos quedábamos a comer podríamos usarla. Y vaya si lo hicimos. Lo realmente sorprendente es que al final tampoco nos quedamos a comer, el pollo que habíamos pedido que nos cocinaran debía de correr más que el cocinero porque varias horas después seguían sin prepararlo. El tiempo en África se mide de otra manera.
Así es que tras el baño gratuito en una piscina africana, y reconozco que no fue apropiado lavar mi polvorienta camisa de moto en ella, continuamos ruta y en poco la sabana se convirtió en jungla, voluptuosa y gritona, plagada de monos ladrones y confiados que desde nuestro nuevo campamento de caza observamos acercarse dispuestos a robar lo que pudieran. A la orilla del río Gambia una fría cerveza nos hizo olvidar por unos instantes a los mosquitos. Aquí encontramos algunos de los pocos blancos que he visto en todos los países por los que hemos pasado, como una profesora americana de francés que encontraba conversación, y algo más, de uno de los trabajadores negros del recinto.
Continúo trayecto hasta el siguiente campamento que montaríamos al aire libre, cinco valientes con sus catres y mosquiteras y un servidor esta vez en su tienda. Quizá demasiado cerca de la carretera y nuestra hoguera como reclamo. A las 3 de la mañana, porque si no, no tendría gracia, cayó una gota, y a la primera sucedieron en procesión otros miles de millones. Con más prisa que maña los del exterior recogieron rápidamente e invadieron mi tienda para así no dormir ninguno, y a las seis como no paraba de llover arrancamos hacia la siguiente frontera, cada vez más fáciles eso sí.
La situación ******** de Mali aconsejaba atravesar el país lo más rápido posible y eso significa que el gato negro nos esperaba…
Al atravesar uno de los pasos de la frontera no apreciamos que un agente nos reclama, entre los miles de gentes que lo hacen para venderte sus cosas y tras una persecución de película en moto, nos alcanza y nos retiene. Nos quita la documentación del coche y nos lleva a su terreno donde al final una multa sin recibo lo arregla todo.
A media mañana una de las motos pincha. Su dueño empieza con la reparación, en tiempo récord pero arañando minutos de los que no disponemos.
Reanudamos trayecto y nuevo percance, otra de las motos rompe un vaso de expansión del aceite que empieza a desparramar convirtiendo toda su ropa en un trapo de taller. Entre reparar o cargarla al remolque optamos por lo segundo. La consigna es no circular de noche por Mali pues los asaltantes están al acecho y no queremos caer en emboscada. Lógicamente no cumplimos y terminamos circulando a la luz de la luna llena.
Como la capital está cerca damos un último empujón y nos presentamos en su aduana para entrar cuando un hombre negro vestido de azul oscuro nos da el alto. Las posibilidades de verlo pues ciertamente eran escasas pero él no lo concibe así. El coche para y después una moto pero ésta al ir a dar la vuelta, quizá de forma un poco inapropiada, casi le atropella y le llena de polvo sus zapatos. Pude ver la ira en sus ojos ensangrentados.
Retiene a la motocicleta y hace desmontar al piloto que queda automáticamente queda detenido. Sí, detenido y a disposición del Procurador para un juicio rápido. El momento es bastante tenso la verdad, el día ha sido duro y ahora esto no podía sucedernos. Ni me imagino lo que el detenido estaría pasando en su interior. Sólo recordaba la película El Expreso de Medianoche, si no la habéis visto vuestra vida tiene una carencia que tenéis que remediar, e imaginaba cuán dura sería una cárcel de Mali.
Después de unos largos y tensos momentos de terror los humos se atemperan y las conversaciones se reconducen a otros términos, tras pronunciarse las palabras mágicas, como el importe de una multa soborno para evitar la cárcel. Así se resolvió finalmente el rocambolesco episodio, abonando una mordida. La cantidad a pagar fue ciertamente irrisoria, seguramente al agente le parecía un dineral inconsciente claro está del dinero, que al menos yo, habría pagado por no pasar esa noche o más en una dura y mugrienta cárcel de Mali.
Seguimos el camino, ya casi nos faltaban metros y un profundo agujero en la carretera revienta la torreta del amortiguador del coche que casi sale por el capó. Comprobado el alcance del entuerto avanzamos lentamente hasta el hotel que nos aguardaba por dos noches y desde allí poder reparar vehículos, cuerpos y almas.
El compañero que fue detenido decide esa noche que ya tenido suficiente aventura para unos meses o años y procede a retornar en avión a su hogar para reunirse con los suyos. Sin duda alguna recordará aquella noche hasta el fin de sus días.
Llegó la hora de salir de Bamako, capital de Mali, y un agente nos asalta. Lo expreso así conscientemente porque es el verbo que mejor lo describe. Nos dice muy enfurecido, papelazo digno de Hollywood, que está prohibido circular con remolque y se dispone a multarnos. Hartos de tanto atraco Antonio le dice que somos militares de la ONU que vivimos en la base de la ciudad. Al agente le cambia el rostro y con besos y abrazos nos despide olvidándose de su presa y sobresueldo.
Poco tiempo después, antes de salir de la ciudad la reparación de la moto que perdía aceite no resulta efectiva y hay que retornar al taller, o descampado con piezas o como lo queráis llamar. Nuevo remiendo a la montura y salida corriendo, sin olvidar que no podemos circular de noche, aunque obviamente lo volvimos a incumplir. Un frente tormentoso delante de nuestro camino nos advierte que algo gordo está a punto de ocurrir, y así es. El cielo se abre y de él caen litros y litros de agua que en minutos lo inundan todo. Pudimos guarecernos en una cabaña de un poblado, nuevamente propiedad de habitantes acogedores y encantadores.
Pasado el monzón la frontera de Burkina se hace inalcanzable así es que paramos en una ciudad bulliciosa y destartalada como todas pero no muy alejada de ella para su asalto a la mañana siguiente.
Vencida la noche, con alguna aventura que no me corresponde a mí contar, retomamos ruta. Los mismos trámites de siempre, aduana, policía y gendarmería tanto para salir como para entrar de cada vecino país. Todo perfecto salvo que en el último puesto se tomaron muy mal y se pusieron muy nerviosos porque entré con el casco puesto; como mi nivel de francés anda un poco justo y el tipo veía que no le hacía ni caso pues cada vez se tensaba más y cuando ya parecía que me lo iba a sacar a tiros el idioma de los gestos resolvió la situación (y sin pagar multa).
Eso y el nivel de atrincheramiento del puesto fronterizo, nos avisaba que el grado de alerta en Burkina es bastante elevado por los ataques yihadistas, que encima circulan en moto.
Pasada la frontera nos esperaba un enlace, yo los llamo así por pura vocación campera, y después una pista, como un río de aguas rojas y orillas verdes y frondosas. El camino nos dividió durante la mañana porque había zonas menos apropiadas para las motos pesadas.
Maíz, mijo, sargo, palmeras, arrozales, mangos enormes con sus frutos y miles de especies más desconocidas para mí forman el paisaje que me acompaña hasta unas cascadas a las que no puedo acceder por falta de tiempo.
A mitad de trayecto unos motoristas me paran en el camino. La conversación en un inglés bastante precario empieza a adoptar tintes que me resultan bastante sospechosos, pues insisten en saber si viajo solo, qué hago por allí, me piden dinero... Por precaución no había parado el motor de mi monocilíndrica y con media sonrisa fui dando la vuelta mientras intentaba explicarles todo y nada para salir de allí sin prisa pero sin pausa que se convirtió en algo más de marcha cuando vi por mi espejo que montaban en sus motos y seguían mis pasos. Aquí la Ktm impuso su ley y tras un buen rato a ritmo comprobé que desistieron de su empeño. La sombra de los secuestros seguramente nos hace ver gigantes en todas partes, pero prefiero no pararme a comprobar si son molinos.
Un rodeo para evitar a mis intrigantes aparecidos y me reuní con el resto en un lago para nuestra pequeña comida buscando sin éxito a los hipopótamos que lo pueblan pues una vez más el tiempo nos apremia. Nos esperan 200 kilómetros de pista bacheada y por tramos polvorienta, con bastante tráfico local, las motos chinas presentes por todas partes con sus temerarios pilotos, zigzagueando sin casco ni espejos y circulando a todo lo que sus pequeños motores les permiten.
La noche se nos vuelve a caer encima y nos quedan casi dos horas de trayecto para poner a prueba las luces de nuestras máquinas. Cada uno a su ritmo vamos llegando al hotel que nos acogería impregnados del polvo rojo de la pista. Un local puramente africano como todos, recuerdo de alguna otra época mejor, limpio pero destartalado, casi vacío, de rentabilidades que no podemos comprender pero al fin y al cabo bien atendido a cualquier hora en su recepción y cocina. Propiedad de libaneses que perpetúan su apuesta por Africa. Según vamos llegando cenamos pero nos falta uno, el coche de apoyo no aparece. Entra la madrugada y pensamos que habrá parado a dormir en el camino en contra de las consignas y la prudencia, carentes de móviles de contacto nos vamos una vez más a la cama con la intriga.
Quedaría desvelada a la mañana siguiente, el coche en el parking demuestra el problema del retraso. El remolque se ha desoldado y maltrecho con unas cuerdas y cinchas hubo que recomponerlo para poder llegar unas horas después. Así es África, siempre mostrándote su dureza.
El día siguiente lo empleamos para visitar los poblados Lobi, más apartados de la civilización y con costumbres ancestrales que aún perviven resistiéndose al progreso que todo lo invade.
En la búsqueda de sus construcciones típicas, una especie de castillos de adobe, la batería de mi moto me impide continuar los últimos kilómetros del largo viaje. Por enorme fortuna estoy acompañado de otros dos aventureros del equipo y no estamos muy lejos, relativamente claro está, de nuestra base para poder traer repuesto e intentar reparación en ese punto o bien sacar la moto con el remolque. No paro de dar vueltas, como una advertencia ahora fallida pero que recordaré para mis siguientes viajes, lo peligroso que es rodar en solitario por muchos de los sitios por lo que he transitado en África. Esta misma estúpida avería, o cualquier otra, en alguno de los lugares de la Bestia Africana que he atravesado en solitario, podría haber tenido consecuencias muy feas. Tomadlo como una advertencia o un valioso consejo.
Con la llegada al campamento la noche se apodera de todo y empiezo a desmontar la moto para su reparación. Una leve brisa me hace mirar al cielo, y a los cinco minutos sin más aviso estoy en medio de una tormenta que inunda absolutamente todo en minutos, arranca la luz eléctrica que me acompaña y nos sume en la oscuridad. El día ha sido otra vez largo y lleno de anécdotas. La cama me espera.
En la madrugada intento resolver el entuerto, las mediciones con el voltímetro no son muy halagüeñas pero la moto arranca y nos ponemos en marcha, pero poca porque a los 20 kilómetros vuelve a desvanecerse su chispa y me susurra levemente que nuestro largo viaje termina ahí. Tan solo 300 kilómetros me separaban de mi destino, pero en realidad no me importa mucho, siempre he pensado que es el camino el que hace el viaje y no su destino, mi aventura que empezó meses atrás llega a su fin, pero el trayecto ha sido intenso, completo, repleto de vivencias y ha dejado mis retinas saciadas para mucho tiempo. Por el imprevisto la última etapa que nos llevaría a una reserva de caza a pasar la noche no la puedo cubrir y el grupo se divide nuevamente en dos, el coche de apoyo y la moto herida iremos directos a la capital y las otras dos motos irán a conocer ese rincón que como tantos otros debía de aplacar nuestra sed de aventura. Pero como el guion lo marcan los acontecimientos, tras una larga y penosa pista inundada por la tormenta anterior, llegados al campamento un grupo de hombres armados, soldados en su mayoría pero no todos, paran a los compañeros. Con muchísima más entereza que la que yo habría tenido, sin lugar a dudas pues estas gentes armadas me imponen mucho respeto, atienden sus órdenes de media vuelta y les devuelven a la traza, por lo que deciden dar lo último e intentar alcanzarnos en la capital, pero la empresa es demasiado ambiciosa, aquí los kilómetros discurren lentamente como todo, así es que han de pernoctar por el camino.
Sería la mañana siguiente la que nos reuniera en el punto más lejano del viaje, la capital de Burkina, donde unos se darían la vuelta para encontrar de nuevo sus pasos y sus hogares y yo tomaría un avión que me llevara al mío. De los que retornan me consta a estas horas que están sufriendo lo suyo para cumplirlo pero serán ellos lo que narren con más detalle estos episodios.
Los restaurantes de la capital están protegidos por soldados armados, cascos, chalecos antibalas… para entrar has de superar un detector de metales. La tensión se masca en el ambiente. Esa misma madrugada unos insurgentes han asesinado a 24 militares que junto con varios heridos y desaparecidos exacerban más los ánimos. El toque de queda que vive el país parece no ser suficiente. Las noticias que recibo del exterior y de mi familia que sigue con preocupación lo que está ocurriendo me hacen ser más cauto de lo habitual. Había intentado sin éxito adelantar mi vuelo así es que quedo recluido en el hotel, solo tras la partida de los compañeros.
La entrada en el aeropuerto exige más controles de los habituales, el pasaporte es requerido una y otra vez, hasta el enojo, la maleta es examinada incluso en el más pequeño de sus recovecos, abriendo cualquier bolsa o compartimiento de su interior. Sin duda han de extremarse las medidas de seguridad. Lo cual es un alivio pero al mismo tiempo una preocupación pues el mismo vigilante puede dejar de serlo si llega el caso y permitir el acceso de lo prohibido; he aprendido que la corrupción es aquí el día a día de estas gentes. A un pasajero delante de mí se le impide acceder y ha de abandonar su vuelo. En otra ventanilla los gritos de una mujer son calmados por la policía mientras la llevan a otro lugar. Ignoro de todo ello los motivos. Llegado mi turno en el que sin duda es el peor embarque de toda mi vida accedo intrigado pero sin más problema, o eso creía. Cuando ya los he pasado todos y estoy en el embarque un individuo se me acerca y me muestra un distintivo del aeropuerto, de papel y al parecer de su seguridad. Empieza su interrogatorio, le contesto en mi mediocre francés, es decir, en español pero más lento y más alto, rallando la tontería y unido a un deliberado inglés maltratado. Ninguna de sus preguntas queda con respuesta clara y empieza ya más directamente a preguntarme cuánto dinero llevo encima acompañado de inequívocos gestos, cuestión que trato de evitar del mismo modo, pero sin fortuna pues insiste hasta el punto de coger mi cartera. No me queda más remedio que abrirla, pero no me deja sacar el dinero, simplemente quiere verlo, sin que lo exhiba. Para mi suerte, o eso creo, los escasos 20 euros al cambio que ya me quedan provocan en él profundo desinterés y del mismo modo sigiloso como llegó se marcha sin más y desaparece entre el gentío. Los rezos para que mi avión llegara tienen respuesta y consigo salir del país. Lo que no pude conseguir es dormir en un vuelo de cuatro horas lleno de islamistas (seguramente todos buenos) a pesar de volar a las 2 de la mañana. Es otro episodio inquieto de mi viaje, para mí difícil y sin explicación, pero al tiempo enriquecedor una vez superado.
Con la mochila más vacía y el corazón mucho más lleno, os escribo intentando acaparar en unas líneas las miles de aventuras que he vivido. Habré olvidado sin duda muchísimas de ellas, pero estas pinceladas dibujan una imagen bastante fiel del que ha sido un enorme proyecto, repleto de ilusiones desde su concepción, momentos irrepetibles, de sudor, esfuerzo y alegrías, muchas más que penas. Hoy me siento un hombre muy rico, no de oro que pesa y desaparece, sino de vivencias que me acompañarán para siempre con la gigante satisfacción de haber conquistado un nuevo continente.
Salid ahí fuera y conquistad los vuestros.