Décimo día: Meteora - Igoumenitsa
Despertamos en Meteora con un cielo transparente que recorta el perfil severo de los monasterios en ese azul tan intenso que da color a la vida.
Empezamos la mañana visitando algunas viviendas-cueva, quizás menos llamativas que los monasterios, construidos sobre esta orografía tan particular pero enormemente interesantes porque fueron tallados en los acantilados de este peculiar paraje aprovechando las oquedades naturales.
Los monjes ortodoxos más ascéticos habitaron las cuevas que se formaban en la ladera de las montañas con el objetivo de estar más cerca de Dios, ya que, según sus creencias, estas eran las rocas enviadas por el cielo a la tierra. Allí vivían como ermitaños, de forma muy austera y contemplativa. Solo salían una vez a la semana, en domingo, para celebrar misa y recoger los alimentos que les donaban los habitantes de Kastraki y Kalambaka. Conforme fueron pasando los años, los monjes decidieron crear templos y monasterios en las laderas en las que vivían, e incluso, cultivaron algunas tierras para no depender exclusivamente de la generosidad de sus vecinos.
La forma de subir y bajar alimentos y personas seguía siendo tan rudimentaria como en las cuevas, mediante un sistema de poleas, cuerdas y cestas. A estas cuevas-monasterio se accedía por unas toscas escaleras de cuerda y madera que los monjes retiraban una vez que habían subido para evitar que nadie más alcanzara la morada en la que habitaban. Estas escaleras aún permanecen en el recinto, son bastante inseguras y solo se reemplazaban “cuando Dios dejaba que se rompieran” … no fueron pocos los monjes que perdieron la vida trepando hasta el que era su hogar.
Para acceder a la entrada de unos de los monasterios excavados en la roca hemos tenido que subir jadeando una empinada cuesta, de dos kilómetros aproximadamente, abierta en medio de un maravilloso bosque de encinas que mitigaba el tremendo calor y… trepando la tierra… pensaba como era posible que este sendero fuera su forma de comunicación con el mundo exterior… tan cerca y tan lejos… Al llegar exhaustos a la base de la roca (no olvidemos que vamos con el traje de moto y las botas puestas) se aprecian los peldaños tallados en la ladera que tampoco ofrecen seguridad alguna… La fe mueve montañas y en este caso las escala.
Retomamos la sinuosa carretera que serpentea entre los tremendos bloques de piedar de color gris negruzco y formas caprichosas para visitar el Monasterio del mártir Agios Stéfanos, construido en la parte sureste de las rocas a una altura de 528 metros. La historia de este monasterio se inicia en el siglo XII, su joya principal son los frescos que decoran la capilla con escenas de la vida del Santo, ilustraciones alegóricas al infierno, las torturas infligidas por los turcos y situaciones trágicas vividas de otras pandemias. El monasterio contiene valiosas reliquias, manuscritos y piedras preciosas procedentes de donaciones que, desafortunadamente, fueron saqueadas en su mayoría por el ejército nazi durante la II Guerra Mundial donde muchos monasterios fueron seriamente dañados, de hecho, de 20 monasterios sólo quedan 6.
En la actualidad los monasterios están habitados por pequeñas comunidades de monjes y algunas monjas como es el caso de San Stéfano que mantienen con mimo y mucha Fe… es el lugar adecuado para reflexionar sobre tantas cosas que dejamos de lado por falta de tiempo…
Regresamos sobre nuestra rodada para hacer un recorrido visual de todos los monasterios antes de marcharnos… queremos que tanta belleza se quede grabada en la memoria. No me puedo ir sin volver la vista atrás paseando la mirada con calma por sus sosegados patios donde las monjas disfrutan de la lectura en absoluto recogimiento a pesar del bullicio de los autocares de turistas que llenan y vacían el recinto en cuestión de 15 minutos…
Descubrir esos tapices de historia dibujados en los muros de cientos de años, con sus dragones, sus miedos, sus penitencias y los pecados de un mundo que pretendía ser más místico y menos humano… emociona…
Partimos con la tormenta que nos pilla de lleno en la carretera hacia el puerto de Igoumenitsa para tomar un Ferry que nos llevará a Bari, Italia. El barco llega con la boca abierta como una gran ballena dispuesta a devorarnos… así sea… cae la noche y las estrellas pespuntean el olimpo de los dioses… partimos de Grecia con el alma impregnada de mitos, leyendas y colores… los del viento y la mar.