wazzup
En rodaje
El pasado sábado decidimos hacer una nueva escapada por arena; nuestro próximo viaje a Marruecos se acerca y hay que entrenar. Los proscritos para este día éramos Barry, Tete, Chema y yo mismo. Se echó de menos a Ernesto, aunque el muy bribón mal no lo estaba pasando: tenía regata en La Manga... a la cuál yo también había sido invitado, peeeeeroo... ultimamente me puede más la navegación en tierra. Etapas de la vida, supongo. Eso si, ya estoy planeando un cruce del Atlántico, hito inexcusable en mi vida, pero eso es otra historia que aquí no viene al caso.
En fin, volviendo a lo que nos ocupa, Tete estrenaba supermaquinón: un espectacular "self-remake" de una Yamaha Super Teneré, que no pasaba desapercibida... ¡qué belleza! Aunque no tuve la ocasión de probar el infernal artilugio, el aspecto era inmejorable, sobre todo para prolongadas cabalgadas por tierras morunas, ya que transportaba la nada despreciable cantidad de 60 litros de gasolina... ¡y eso da para hacer muchos kilómetros!
Una vez terminados los saludos de rigor y tras ayudar a un amigo de Chema que finalmente volvió grupas por problemas con la batería de su BMW, nos pusimos en marcha con dirección Segovia.
Tras "reponer" fuerzas antes de haberlas empezado a gastar, nos metimos de lleno en arena, sin anestesia y sin más preámbulos. El grupo dio cumplida cuenta de una de las palas en donde habitualmente se suelen echar ya los primeros higadillos, aunque en defensa de los que allí se han quedado otras veces, he de decir que la arena estaba bastante compacta debido a las últimas lluvias. En cualquier caso, en seguida quedó claro que en el grupo había un buen nivel y que el resto del día prometía desenvolverse a buen ritmo, como así sucedió.
Una vez superada la prueba inicial, seguimos adentrándonos por los bosques de pinos resineros, siempre manteniendo un ritmo bastante elevado... Nadie protestaba y todos parecían sentirse cómodos con el ritmo de marcha, así que no aflojamos, mientras devorábamos aquellos primeros kilómetros con rapidez...
... Hasta que yo, que iba en cabeza y hacía ese día de liebre, me zampé un pequeño pero profundo y traidor charco, que se plantó de repente en mitad del camino... y ya sabéis de mi extraña afición por los fanguizales y humedales varios. Fue la típica caída tonta -pero que muy tonta-, pero lo suficiente para que tuviera que pagar por ella el habitual peaje que la marca de Baviera impone a nuestras motos: el celebérrimo tornillito de marras de la base del retrovisor -18 eurazos, vamos-. Como uno ya es perro viejo, llevaba otro de recambio, así que apañé el tema y a seguir caminito, no sin que antes Tete aprovechara el momento pausa para revisar a su fastuosa "Franco Pico" y asegurarse de que todas las piezas seguían allí... cosas de los "self-remakes", supongo.
Aun hubo que sortear algunos otros húmedos inconvenientes y después de que alguien más decidiera retozar entre lodos, finalmente salimos de nuevo a terrenos más secos y de arenas más profundas, en donde de nuevo el ritmo volvió a ser elevado.
Finalmente, salimos de los arenales para adentrarnos en una zona de páramos pedregosos, en donde de nuevo hubo que sortear varias trampas de lodo viscoso... aunque, una vez más, no todo el mundo consiguió salir airoso... y no, esta vez no fui yo, aunque a punto estuve, je, je, je... Parada, comentario, revisión de motos -si fuéramos tan cariñosos con nuestras mujeres, mejor nos iría con ellas, je, je, je- y de nuevo a cabalgar.
Apenas unos minutos más tarde entrábamos en la primera población desde que habíamos iniciado la ruta... y si hubiéramos entrado apenas unos segundos antes, nos hubiéramos metido de lleno en plena procesión... si, si, con paso, banda, beata, mantilla y cura. Vamos, que no organizamos un "fregao" por escaso margen. Al final, detuvimos respetuosos nuestras máquinas y disfrutamos de la pequeña comitiva y del encanto que aún conserva -afortunadamente- una gran parte de nuestra querida España.
Una vez terminada la breve comitiva, continuamos camino, rumbo a Cuellar. Aún tuvimos que sortear algún tramo más de arena y sobre todo una zona de obras de la nueva autovia, que nos cortaba el paso. Superada esta última prueba, decidimos que ya era hora de reponer fuerzas, esta vez justificadamente... y aunque todavía quedaba más arena por digerir, no me atreví a plantearlo; el ritmo había sido intenso y llevábamos ya unas cuantas horas de cabalgada... bueeeeenoo y también a mi me llamaba ese cordero que da fama a la región (beeee, beeeee).
Tras la comida -ligera y somera, claro-, nos pusimos de nuevo en marcha, aunque confieso que los ánimos andaban algo abotargados... Sería culpa de la falta de lechuga en el menú, supongo. El caso es que Tete decidió que ya habían tenido suficiente él y su montura, así que fueron los primeros en volver grupas en dirección al establo. Los demás, seguimos a ritmo de trote cochinero, con parada incluida para resolver un ligero percance -doy fe de que en esta ocasión era ligero- en la KTM de Chema: el maldito sensor de la pata de cabra, que no sé por qué no extirparán -como el apéndice- en todas las motos de campo. Tras una breve intervención, eliminamos la fuente del problema y seguimos nuestra ruta.
Magnífico atardecer y espectacular salida de la luna, vestida de gala para la ocasión, puesto que ese día tenía que cumplir con un ceremonial eclipse total. Charla entre los dos astros y sombras que se van difuminando, hasta desaparecer. Una jornada para disfrutar de la moto y como siempre, de la compañía.
En fin, volviendo a lo que nos ocupa, Tete estrenaba supermaquinón: un espectacular "self-remake" de una Yamaha Super Teneré, que no pasaba desapercibida... ¡qué belleza! Aunque no tuve la ocasión de probar el infernal artilugio, el aspecto era inmejorable, sobre todo para prolongadas cabalgadas por tierras morunas, ya que transportaba la nada despreciable cantidad de 60 litros de gasolina... ¡y eso da para hacer muchos kilómetros!
Una vez terminados los saludos de rigor y tras ayudar a un amigo de Chema que finalmente volvió grupas por problemas con la batería de su BMW, nos pusimos en marcha con dirección Segovia.
Tras "reponer" fuerzas antes de haberlas empezado a gastar, nos metimos de lleno en arena, sin anestesia y sin más preámbulos. El grupo dio cumplida cuenta de una de las palas en donde habitualmente se suelen echar ya los primeros higadillos, aunque en defensa de los que allí se han quedado otras veces, he de decir que la arena estaba bastante compacta debido a las últimas lluvias. En cualquier caso, en seguida quedó claro que en el grupo había un buen nivel y que el resto del día prometía desenvolverse a buen ritmo, como así sucedió.
Una vez superada la prueba inicial, seguimos adentrándonos por los bosques de pinos resineros, siempre manteniendo un ritmo bastante elevado... Nadie protestaba y todos parecían sentirse cómodos con el ritmo de marcha, así que no aflojamos, mientras devorábamos aquellos primeros kilómetros con rapidez...
... Hasta que yo, que iba en cabeza y hacía ese día de liebre, me zampé un pequeño pero profundo y traidor charco, que se plantó de repente en mitad del camino... y ya sabéis de mi extraña afición por los fanguizales y humedales varios. Fue la típica caída tonta -pero que muy tonta-, pero lo suficiente para que tuviera que pagar por ella el habitual peaje que la marca de Baviera impone a nuestras motos: el celebérrimo tornillito de marras de la base del retrovisor -18 eurazos, vamos-. Como uno ya es perro viejo, llevaba otro de recambio, así que apañé el tema y a seguir caminito, no sin que antes Tete aprovechara el momento pausa para revisar a su fastuosa "Franco Pico" y asegurarse de que todas las piezas seguían allí... cosas de los "self-remakes", supongo.
Aun hubo que sortear algunos otros húmedos inconvenientes y después de que alguien más decidiera retozar entre lodos, finalmente salimos de nuevo a terrenos más secos y de arenas más profundas, en donde de nuevo el ritmo volvió a ser elevado.
Finalmente, salimos de los arenales para adentrarnos en una zona de páramos pedregosos, en donde de nuevo hubo que sortear varias trampas de lodo viscoso... aunque, una vez más, no todo el mundo consiguió salir airoso... y no, esta vez no fui yo, aunque a punto estuve, je, je, je... Parada, comentario, revisión de motos -si fuéramos tan cariñosos con nuestras mujeres, mejor nos iría con ellas, je, je, je- y de nuevo a cabalgar.
Apenas unos minutos más tarde entrábamos en la primera población desde que habíamos iniciado la ruta... y si hubiéramos entrado apenas unos segundos antes, nos hubiéramos metido de lleno en plena procesión... si, si, con paso, banda, beata, mantilla y cura. Vamos, que no organizamos un "fregao" por escaso margen. Al final, detuvimos respetuosos nuestras máquinas y disfrutamos de la pequeña comitiva y del encanto que aún conserva -afortunadamente- una gran parte de nuestra querida España.
Una vez terminada la breve comitiva, continuamos camino, rumbo a Cuellar. Aún tuvimos que sortear algún tramo más de arena y sobre todo una zona de obras de la nueva autovia, que nos cortaba el paso. Superada esta última prueba, decidimos que ya era hora de reponer fuerzas, esta vez justificadamente... y aunque todavía quedaba más arena por digerir, no me atreví a plantearlo; el ritmo había sido intenso y llevábamos ya unas cuantas horas de cabalgada... bueeeeenoo y también a mi me llamaba ese cordero que da fama a la región (beeee, beeeee).
Tras la comida -ligera y somera, claro-, nos pusimos de nuevo en marcha, aunque confieso que los ánimos andaban algo abotargados... Sería culpa de la falta de lechuga en el menú, supongo. El caso es que Tete decidió que ya habían tenido suficiente él y su montura, así que fueron los primeros en volver grupas en dirección al establo. Los demás, seguimos a ritmo de trote cochinero, con parada incluida para resolver un ligero percance -doy fe de que en esta ocasión era ligero- en la KTM de Chema: el maldito sensor de la pata de cabra, que no sé por qué no extirparán -como el apéndice- en todas las motos de campo. Tras una breve intervención, eliminamos la fuente del problema y seguimos nuestra ruta.
Magnífico atardecer y espectacular salida de la luna, vestida de gala para la ocasión, puesto que ese día tenía que cumplir con un ceremonial eclipse total. Charla entre los dos astros y sombras que se van difuminando, hasta desaparecer. Una jornada para disfrutar de la moto y como siempre, de la compañía.