Despertaferro
Curveando
Hoy, entre las hierbas que rodean el estanque de mi jardín he encontrado un papel, un húmedo papel, donde escrito con pulso compulsivo y minúscula grafía, podía leerse esto:
Recuerdo nítidamente cuando aún solo era la mitad de mí.
Lo anterior todavía permanece entre tinieblas, pero sí se que fui otra cosa antes, entera, y aún antes otras, diferentes y también enteras.
No se cuanto tiempo estuvimos todos juntos, mis otros hermanos y yo, nadando en el fluido, allí, encerrados, pero sí puedo describir con precisión el momento en que aquel impulso incontestable e imperativo nos empujó a todos hacia el exterior. Sentí frío pero no dejé de agitar mi cola frenéticamente, igual que mis hermanos.
Allí, recuerdo, encontramos otras mitades de nosotros y todos pugnamos, empujamos y peleamos..., yo conseguí fundirme con la otra mitad y ya nunca supe de mis medios hermanos.
Más tarde los volví a encontrar en el exterior, ya enteros, como yo, después de que el espacio se me quedara pequeño y tras vencer una situación de ahogo por falta de aire.
Todos, a pesar de estar ya completos, con nuestras dos partes unidas en un solo yo, seguíamos nadando en el fluido, esta vez más fresco y luminoso, pero ahora era diferente, teníamos que valernos por nosotros mismos para encontrar el alimento y además nos volvimos cautos, desconfiados y huidizos. Otros seres nos acechaban.
Estaba convencido que tarde o temprano me crecerían los brazos y las piernas que iban a sustituir la cola que ahora me servía para desplazarme, y además me permitirían poder conducir aquella máquina de dos ruedas que, aunque de forma imprecisa, recordaba que mucho tiempo atrás, mucho antes de diez o quince procesos de juntar mis mitades, había conducido.
Efectivamente, funcionaba, semanas después comenzaron a apuntar en mi tórax y en mis caderas unos incipientes miembros que se tenían que convertir en las anheladas extremidades.
Crecieron y se moldearon, con sus dedos para el claxon y sus pies para frenar y cambiar, y mi cola desapareció.
Por fin llegó el día en que me acerqué a la orilla del fluido, y con piernas y brazos trepé por el su linde hasta alcanzar tierra firme.
Después de muchas lunas y de ocupar formas apodas unas veces, con aletas otras, incluso excesivamente poli podas algunas, por fin tendría la forma adecuada y sería el ser preciso para mi ansiada meta, por fin podría de nuevo acariciar aquel emblema bicolor de puro blanco y reluciente azul y fluir veloz sintiendo el viento acariciar mi cara.
Henchido de emoción y ya rodeado de nuevo de aire me dispuse a gritar su nombre; llené todo lo posible mis pulmones con la reencontrada frescura de la brisa, y grité:
CROACK, CROACK, CROACK.
Después de leerlo he mirado hacia el verde espejo del agua del estanque y por un momento me ha parecido ver que una diminuta mano de largos dedos unidos por delicadas membranas me hacía señas. Como llamándome.
¿Creéis que es malo tomarse un chupito de orujo a media tarde?
Recuerdo nítidamente cuando aún solo era la mitad de mí.
Lo anterior todavía permanece entre tinieblas, pero sí se que fui otra cosa antes, entera, y aún antes otras, diferentes y también enteras.
No se cuanto tiempo estuvimos todos juntos, mis otros hermanos y yo, nadando en el fluido, allí, encerrados, pero sí puedo describir con precisión el momento en que aquel impulso incontestable e imperativo nos empujó a todos hacia el exterior. Sentí frío pero no dejé de agitar mi cola frenéticamente, igual que mis hermanos.
Allí, recuerdo, encontramos otras mitades de nosotros y todos pugnamos, empujamos y peleamos..., yo conseguí fundirme con la otra mitad y ya nunca supe de mis medios hermanos.
Más tarde los volví a encontrar en el exterior, ya enteros, como yo, después de que el espacio se me quedara pequeño y tras vencer una situación de ahogo por falta de aire.
Todos, a pesar de estar ya completos, con nuestras dos partes unidas en un solo yo, seguíamos nadando en el fluido, esta vez más fresco y luminoso, pero ahora era diferente, teníamos que valernos por nosotros mismos para encontrar el alimento y además nos volvimos cautos, desconfiados y huidizos. Otros seres nos acechaban.
Estaba convencido que tarde o temprano me crecerían los brazos y las piernas que iban a sustituir la cola que ahora me servía para desplazarme, y además me permitirían poder conducir aquella máquina de dos ruedas que, aunque de forma imprecisa, recordaba que mucho tiempo atrás, mucho antes de diez o quince procesos de juntar mis mitades, había conducido.
Efectivamente, funcionaba, semanas después comenzaron a apuntar en mi tórax y en mis caderas unos incipientes miembros que se tenían que convertir en las anheladas extremidades.
Crecieron y se moldearon, con sus dedos para el claxon y sus pies para frenar y cambiar, y mi cola desapareció.
Por fin llegó el día en que me acerqué a la orilla del fluido, y con piernas y brazos trepé por el su linde hasta alcanzar tierra firme.
Después de muchas lunas y de ocupar formas apodas unas veces, con aletas otras, incluso excesivamente poli podas algunas, por fin tendría la forma adecuada y sería el ser preciso para mi ansiada meta, por fin podría de nuevo acariciar aquel emblema bicolor de puro blanco y reluciente azul y fluir veloz sintiendo el viento acariciar mi cara.
Henchido de emoción y ya rodeado de nuevo de aire me dispuse a gritar su nombre; llené todo lo posible mis pulmones con la reencontrada frescura de la brisa, y grité:
CROACK, CROACK, CROACK.
Después de leerlo he mirado hacia el verde espejo del agua del estanque y por un momento me ha parecido ver que una diminuta mano de largos dedos unidos por delicadas membranas me hacía señas. Como llamándome.
¿Creéis que es malo tomarse un chupito de orujo a media tarde?