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Setiembre 2013
Reconociendo que cada uno ve lo que ve y no lo que hay, y siente de forma distinta a los demás (por suerte somos individuos únicos y no piezas de serie como desearían los que mandan), tras un cierto reposo, estoy en disposición de contar mi experiencia del recorrido en moto que hicimos hace unos días.
Nos apuntamos a una salida organizada por Travelbike, por Córcega y Cerdeña, saliendo de Barcelona un Viernes en Grimaldi Lines y volviendo el Sábado de la siguiente semana. No voy a nombrar a los participantes por discreción, pero debo reconocer que tuvimos suerte con el grupo. Cuatro parejas y tres solos, siete motos, once personas y buena sintonía general con un Vasco cuya empatía cohesionaba el conjunto y facilitaba el entendimiento. (¡Gracias, Patxi!). El guía, todo voluntad y tesón, con un conocimiento limitado del territorio, pero con una magnífica disposición y entrega al grupo, amable y contemporizador.
Tras una plácida travesía un tanto anodina, desembarcamos en Porto Torres (Cerdeña) a eso de las 11.30 de la mañana. Nos dirigimos a lo largo de la bonita costa norte de la isla por la SP90 a Santa Teresa di Gallura, donde comimos ligeramente y embarcamos hacia Bonifaccio (Córcega). Quedaba claro que no era un periplo gastronómico. Lo importante era el territorio a descubrir, el grupo y hacer moto por rutas divertidas e interesantes en muchos aspectos.
De Bonifaccio a Isolella por la N196 cuya nomenclatura no debe engañar, ya que en los 160 kms hay curvas de todo pelaje y casi sin descanso. Paramos en Sartene, precioso pueblo en lo alto de un promontorio que separa las bahías de Cala Figari y de Propiano, para tomar un café mediocre. Es curioso que la calidad del café cambie tanto con solo cruzar una frontera. No obstante la bollería era deliciosa y el casco antiguo de la población muy agradable. Luego, la revirada bajada a Propiano, la subida hasta Bicchisano, descenso a Ajaccio y una amena carreterita que nos llevaría al Hotel donde nos hospedaríamos en Córcega y desde el cual se harían las rutas planificadas. El hecho de centrar en un solo lugar la partida y llegada diarias de las rutas tiene como ventaja la comodidad indudable y el inconveniente de una cierta reiteración de los tramos iniciales y finales de cada jornada.
La cena permitió acabar de cohesionar el grupo generando una actitud tolerante ante la individualidad de cada uno, con un pronóstico de agua si o si, para el siguiente día. Merece la pena mencionar que de las 7 motos, cinco eran BMW (1 GTL, 1 RT y 3 GS de distintas generaciones), una Ducati (Multisatrada) y una Honda (Goldwing). Ninguna de ellas tuvo problema alguno y se adaptaron perfectamente al sinuoso recorrido. Me sorprendió gratamente la Goldwing que yo creía menos polifacética, ratificando también que el piloto es una parte de gran peso en las prestaciones de la máquina.
El día siguiente amaneció lúgubre y amenazador. Hubo quien se quedó en el hotel, quien optó por un trayecto corto con visita a la ciudad de Ajaccio, ciudad natal de Napoleón Bonaparte, y los más aventureros se lanzaron a la ruta prevista bajo algún que otro aguacero, sin mayores consecuencias. Estos últimos pudieron admirar las rojas formaciones rocosas de la costa de Porto.
El tercer día, con un tiempo espléndido, se dedicó a descubrir la rica variedad de montaña de la isla. Córcega es un cacho de Alpes arrojado al Mediterráneo (más bien emergido de él). Para realizar lo abrupto que llega a ser el terreno, valga el dato de que el Monte Cinto (2.706 mts) se encuentra a tan solo 17 kilómetros en línea recta de la costa. Jornada motera por excelencia, subimos a Corté, pasamos del calor soleado a la niebla helada, recorrimos las gargantas de Santa Hermenegilda, coronamos el puerto más alto de la isla (col de vergio), saciamos nuestra hambre con un plato de ragú de ternera con pasta en Evissa y descendimos por la sinuosa D70 hasta Sagone donde tomamos un refresco a orillas de un mar que se mostraba cada vez más revuelto. Luego una visita fugaz a Ajaccio, la gruta de Napoleón, las islas Sanguinarias y un rocambolesco recorrido en todas las direcciones (sic) hasta llegar nuevamente al hotel, donde nos esperaba un menú compuesto por… ¡un magnífico plato de ragú de ternera con pasta!
El viento arreciaba y la previsión era de rachas huracanadas y fuerte marejada aumentando a mar gruesa y muy gruesa durante el día siguiente. Habiendo navegado por aquellas aguas y conociendo su dureza, no me cabía duda en cuanto a las consecuencias sobre el recorrido previsto del siguiente día que nos debía acercar a Bonifaccio, para cruzar nuevamente el estrecho de este nombre y regresar a Cerdeña.
Efectivamente, tras un recorrido sacudido por fuertes rachas de viento, acabamos frente a un simple letrero donde se anunciaba “hoy no hay barcos”; sin más. La naviera cerrada y con nula información, aprovechamos para ir a conocer Porto Vecchio, que bien se lo merece. Javier, el guía, era de lejos el que más sufría y se movió de lo lindo para solventar los problemas que esta situación ocasionaba al grupo (¡gracias, Javier!). La respuesta de Travelbike, no muy apreciada y me temo que no recuperaremos los gastos que este avatar nos ocasionó. La respuesta del grupo, en cambio, fue magnífica; ¡a las penas,” puñalás”! Una buena cena, unas buenas risas y a dormir, que mañana veremos.
Por mi parte debo destacar la belleza de un rincón llamado Cala Santa Giulia al sur de Porto Vecchio, lugar que invita a volver en contraste con la tosquedad del carácter áspero y a veces grosero de algunos personajes que regentan curiosamente establecimientos dedicados al turismo, fuente básica de sustento de la isla entera.
Al día siguiente, una vez más, nuestro esforzado guía se movió, y acompañado por un voluntarioso y madrugador integrante del grupo, logró incluirnos en el único transbordador que cruzó este día el estrecho de Bonifaccio. Tras una travesía movida pero mejor de lo que esperábamos, desembarcamos en Santa Teresa y nos dirigimos a nuestro hotel de Cerdeña, cerca de Trinitá d’Agultu, llamado La Tana di li Mazzoni. Un hotelito sencillo pero con encanto y donde encontramos toda la cordialidad que despliegan los amables y simpáticos Sardos, que contrasta con el adusto carácter de los ariscos Corsos. Tras una muy agradable comida, fuimos a admirar el duro embate de las olas contra la bonita Costa Paradiso y luego fuimos a visitar Castelsardo, cuyo único encanto, a mi entender, es la fortaleza que corona un fiero peñasco que se adentra ligeramente en las aguas del estrecho. Nada aconsejable la circulación en moto por el casco antiguo cuyas empinadas cuestas empedradas y giros imposibles descabalgan fácilmente al motero poco advertido.
Durante el siguiente día de moto nos deleitamos con la ruta a Palau, circunvalar la isla de La Madalena cuyas calas atesoran los mejores rincones que he visitado en esta salida, un vistazo a la isla de Caprera, donde nació Garibaldi, comimos en un simpático bar de Arzachena y bajamos por la SP59 costeando hasta Porto Cervo. Luego el grupo se dividió, con el grueso de las fuerzas hacia Tempio por la sinuosa SP136 y unos pocos en busca del codiciado coral rojo de la zona, nuevamente hacia Palau. ¡Estos últimos, llegaron al hotel no solo más tarde, sino también más ligeros de bolsillo!
La mañana siguiente amaneció con un espléndido tiempo y nos dirigimos a la playa más cotizada de Cerdeña, de aguas turquesa, arena blanca, rematada en el estrecho de Stintino por un islote que le da nombre: “Torre Pelosa”. Hubo quien valientemente se bañó, otros se remojaron los pies, y otros se refugiaron en la calidez de una magnífica terraza que ofrecía además de un merecido refresco, una vista de las que se fijan en la memoria para poder soñar durante los fríos días de invierno. Sin tiempo para más, nos dirigimos a Cabo Caccia y los mejor dotados bajaron (y subieron) los 654 escalones de la Gruta de Neptuno. El mar residual de la ventada de los anteriores días no permitió la entrada a la gruta mediante las embarcaciones al uso. Una vez repuestos del esfuerzo de aquellos que se atrevieron a la excursión, recorrimos la “strada provinciale” SP55 por la maravillosa bahía di Conte, admirando la playa Mugoni en dirección a Alghero y recorriendo una extraordinaria Via Lido hasta la entrada de la muralla de la Ciudadela que desemboca en la zona de los “Palazzos” (y también de las más concurridas tiendas de abalorios, souvenirs y floripondios). Tras un buen rato de cruenta lucha por conseguir el mejor perifollo al mejor de los precios y un par de sabrosos helados de tartufo y stracciatella, partimos de la ciudad para nuestra penúltima ruta hacia Sassari.
Poco queda por relatar. El madrugón, el tramo aún de noche cerrada hasta Porto Torres para embarcar. Destaco la dicha que produce haber tenido la fortuna de encontrar entrañables personas en un grupo de fortuna sin un solo descontento ni un simple desafino. ¡Qué suerte haber formado parte de este magnífico equipo!
Para aquellos que no conozcan estas islas, les puedo asegurar que merece la pena ir en plan motero, ya que las carreteras son excelentes para este uso. Las rutas (tanto interiores como de costa) son muy agradables, variadas y divertidas. Sin duda alguna, repetiré Cerdeña para rematar la faena (no llegamos a conocer ni el 50% de sus costas) y disfrutar del carácter afable y cordial de sus habitantes.
Hasta siempre, amigos.