miquel-silvestre
Curveando
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No me interesan las carreras ni las competiciones, sino los hombres, sus afanes y sus historias grandes y pequeñas, aquello que los hace únicos y los distingue de la multitud. ¿Qué hubiera sido Santiago Herrero de no haberse matado en aquella maldita isla? ¿Habría sido Ossa campeona del mundo? Ya da igual, pero si vas por Douglas, ¿por qué no visitas el cementerio y pones una flor en la placa que lleva su nombre? Al fin y al cabo, Santiago fue un valiente que mereció mejor suerte.
LA ISLA DE MAN
La Isla de Man es un poco más grande que Menorca y tiene unos 35.000 habitantes. Anclada entre Irlanda y Gran Bretaña, fue un reino vikingo durante la edad media y hoy es dominio personal de la Reina de Inglaterra. Los manx hablan orgullosos de mil años de democracia ininterrumpida y del parlamento más antiguo de Europa. Considerada paraíso fiscal, tiene moneda, presupuesto, legislación y Administración propia. La representación internacional la ejerce Londres y le pagan por ello una especie de alquiler. El idioma propio, el manx, es de origen celta y similar al gaélico irlandés. El secreto bancario ya es historia, pero su sistema penal sigue siendo durísimo y de hecho, el Reino Unido fue sancionado en 1978 por el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo pues las leyes manx seguían contemplando pena de azotes. Por no hablar de las brujas que fueron quemadas vivas.
Es un sitio atractivo para los turistas: parques naturales, pintorescos paisajes y monumentos milenarios como la impresionante fortaleza de Peel. Se puede practicar senderismo, ciclismo, paseos a caballo, navegación a vela… Pero lo que de verdad atrae cada año cientos de miles de visitantes son las carreras de motos, especialmente el Tourist Trophy que lleva celebrándose desde 1907. El TT es quizá la prueba más antigua, emblemática y mundialmente conocida de cuantas existen en el universo motociclista. Sin embargo, los pilotos con licencia federativa española no pueden participar desde que en 1970 se mató Santiago Herrero a lomos de una Ossa frustrando un prometedor futuro y apartando definitivamente a la marca de la competición deportiva.
Santiago Herrero es un mito. Tal vez un día no muy lejano ya no quede nadie en España que sepa quién fue. Entonces el Mundial de Motociclismo se habrá convertido en un circo de dinero y colores chillones donde los periodistas empujan a los pilotos a polémicas estúpidas y lo más comentado de Jerez y Cheste sean los subnormales de los caballitos y los muertos en la carretera.
DOUGLAS
Viajo en un ferry que zarpa de Dublín. Tras dos horas y cincuenta minutos de navegación arribamos al puerto de Douglas, la capital. Desde cubierta, la isla tiene un aspecto apacible. Está nublado y llueve algo. La ciudad tiene 20.000 habitantes y la vida gira en torno al paseo marítimo. Los edificios tienen ese aspecto victoriano y decadente de las cosas empapadas por siglos de lloviznas y temporales. El cemento, la madera, los metales, todo se oxida y se corroe por el salitre y la melancolía de una ciudad gris. El olor a mar es penetrante e intenso cuando baja la marea revelando una playa inmensa y plana.
Hay cantidad de motos por las calles, están aparcadas sin candar. Aquí os moteros no son jóvenes, sino hombres curtidos, algunos muy mayores. Aquí no se saludan con ráfagas ni con los dedos en V ni con ninguna extravagancia semejante. Los caballeros de las dos ruedas se saludan con una ligera inclinación de la cabeza. No hace falta más.
Hay un curioso símbolo por todas partes que recuerda al escudo de la bandera de Sicilia. Es una cruz con tres piernas. Me explican que es una adaptación medieval de un símbolo celta que representa el sol. O sea, una svástica. En España tenemos muchas diseminadas por la Cornisa Cantábrica.
En la oficina de turismo me hacen una reserva en Seaview Hotel. Una pocilga al final del paseo marítimo. El pasillo es estrecho, con trastos por el medio, una tabla de planchar, una aspiradora, cajas. El segundo piso exige subir unas escaleras muy empinadas. Sin embargo, la habitación, con la sempiterna moqueta, es amplia y luminosa.
Salgo a tomar algo. Un par de borrachos me abordan. Son de mediana edad y bastante socarrones. Me tomo una pinta de Guinness con ellos. Uno es irlandés y al darme la mano aprieta con fuerza como para decirme, ojo, que aquí estoy yo. Después ceno solo en un fish and chips regentado por orientales. Es una basura. Observo a la gente, son feos y blandos. Gordos. Enfermos. Enfrente de mí hay un grupo de sesentones. Tienen manchas en la piel, les faltan dientes, una mirada bovina que refleja nada la vulgaridad de una vida mediocre entre pintas y moquetas sucias. A veces pienso que soy muy injusto con la humanidad. La mayoría no tiene elección.
El sábado se ha despertado húmedo y con una espesa niebla cubriendo la isla. Voy a correr por el paseo marítimo. Mientras corro pienso en por qué los manx han tenido un trato más benévolo que los irlandeses. Les han dejado mantener su moneda, su idioma, su parlamento, su soberanía y sus leyes. No les han arrasado. En Irlanda es difícil encontrar una iglesia antigua, una abadía o un castillo que no esté en pura ruina.
EL CIRCUITO
Ha salido el sol. El circuito mide 37 millas y tres cuartos. Las motos dan 6 vueltas y los sidecares, 3. Hay que parar a repostar y a cambiar neumáticos. En pocas ocasiones un conductor ordinario tiene la oportunidad de recorrer un circuito tan mítico. El día se ha levantado neblinoso pero no llueve. La emoción que siento al tomar las primeras curvas me recuerda a la que embarga al peregrino en el Camino de Santiago: de algún modo la energía de los que pasaron antes se queda impregnada en las piedras, los árboles y el asfalto.
El viajero hará bien madrugando el fin de semana. No encontrará tráfico. De todas formas, conviene ser prudente: hay infinidad de curvas ciegas, bastantes baches, cambios de rasante imprevistos, estrechamientos, puentes, bordillos y muchas zonas urbanas. Se le pone a uno la piel de gallina al pensar que el record está en 130 millas por hora, unos 254 kilómetros por hora, sobre todo al ver numerosos cadáveres aplastados de conejos y erizos. Los marshalls o voluntarios del TT pueden evitar la invasión de espectadores, pero no la de la salvaje naturaleza que bordea el trazado. Imaginar lo que puede suponer atropellar un conejo a 200 por hora hace que inmediatamente afloje el puño.
El recorrido se divide en bosque y montaña. Se sale de Douglas en dirección a Peel, en el oeste. A los lados crece una exuberante vegetación salpicada de casitas de techos de dos aguas, mansiones victorianas y abadías e iglesias.
Unas tres millas antes de llegar a Peel, tuerce súbitamente en Ballacraine Corner hacia el norte en un giro de noventa grados. La curva es un cruce terrible y el premio para quien se salga son una serie de edificios que harán un verdadero puzzle para su traumatólogo. De ahí hacia Kirk Michael el paisaje se espesa, se adensa en su exuberancia vegetal, en muchos tramos los árboles que bordean la carretera abrazan sus copas creando un denso techo vegetal sobre el piloto que se siente atravesando un túnel umbrío.
La vía gira poco a poco hacia el éste. Es quizá la parte más bella del recorrido. Atraviesa tupidos bosques y prados verdísimos donde pastan indiferentes las vacas y los corderos, habituados desde hace ciento un años al ensordecedor rugido de los tubos de escape. Se entra en Ramsey, de nuevo en la costa este, por una estrecha calle. En un cruce espeluznante, se gira bruscamente hacia el sur para regresar a Douglas. Es la montaña en una subida que se inicia con spin hair, o sea, un giro de 180 grados que preludia una sucesión de curvas por un paisaje desolado y despoblado
LOS MEMORIALES
Enfrente de la meta está el cementerio de Douglas. Al final del sendero de grava descubro un muro con una placa dedicada a la memoria de los pilotos fallecidos. Es el Memorial Wall. Hay placas más pequeñas. La última es para Santiago Herrero. Mientras estoy allí rindiendo mi homenaje, se acerca un hombre de unos sesenta años y me pregunta qué estoy buscando. Contesto que el recuerdo de Santiago Herrero. Se le ilumina la cara. Lo conoció cuando tenía trece años.
Paseamos por el cementerio y me va señalando lápidas. Hay decenas de tumbas de pilotos locales. Algunos eran jovencísimos y sus familias les han dedicado estelas funerarias con forma de moto. Se me hace de pronto muy patente la sensación de estar en un universo extraño donde la religión es la velocidad.
Paul me cuenta que desde 1907 han muerto 250 pilotos. No me extraña. Le comento lo que he visto en uno de los puntos altos de la montaña, allí está la estatua que le levantaron al irlandés Joey Dunlop, verdadero rey del TT. Joey se mató en Estonia en el año 2000. Llevado por un impulso, abrigué al campeón de bronce con mi chaquetón de Bultaco, la legendaria marca española.
Mientras le hacía una foto me sorprendió un un timbre o una campanilla. A través de la niebla vi que un tranvía atravesaba el circuito por un paso a nivel sin barreras. Minutos antes había visto circular por ahí a varios motoristas a velocidades de vértigo.
No me lo pude creer, pero cuando bajé comprobé que no era una ilusión óptica: el trazado está atravesado por raíles ferroviarios que sobresalen del suelo. Resulta inconcebible un circuito de velocidad que obligue a los pilotos a superar seis veces este desnivel.
En fin, parece decirme Paul, esto es la Isla de Man, y al que no le guste, que se vaya a jugar con videojuegos.
Originalmente publicado en ABC, El Correo y La Nueva España.
http://www.elcorreo.com/vizcaya/20080913/sociedad/moto-isla-20080913.html
http://www.lne.es/secciones/noticia...-moto-circuito-para-recordar-Santiago-Herrero

LA ISLA DE MAN
La Isla de Man es un poco más grande que Menorca y tiene unos 35.000 habitantes. Anclada entre Irlanda y Gran Bretaña, fue un reino vikingo durante la edad media y hoy es dominio personal de la Reina de Inglaterra. Los manx hablan orgullosos de mil años de democracia ininterrumpida y del parlamento más antiguo de Europa. Considerada paraíso fiscal, tiene moneda, presupuesto, legislación y Administración propia. La representación internacional la ejerce Londres y le pagan por ello una especie de alquiler. El idioma propio, el manx, es de origen celta y similar al gaélico irlandés. El secreto bancario ya es historia, pero su sistema penal sigue siendo durísimo y de hecho, el Reino Unido fue sancionado en 1978 por el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo pues las leyes manx seguían contemplando pena de azotes. Por no hablar de las brujas que fueron quemadas vivas.
Es un sitio atractivo para los turistas: parques naturales, pintorescos paisajes y monumentos milenarios como la impresionante fortaleza de Peel. Se puede practicar senderismo, ciclismo, paseos a caballo, navegación a vela… Pero lo que de verdad atrae cada año cientos de miles de visitantes son las carreras de motos, especialmente el Tourist Trophy que lleva celebrándose desde 1907. El TT es quizá la prueba más antigua, emblemática y mundialmente conocida de cuantas existen en el universo motociclista. Sin embargo, los pilotos con licencia federativa española no pueden participar desde que en 1970 se mató Santiago Herrero a lomos de una Ossa frustrando un prometedor futuro y apartando definitivamente a la marca de la competición deportiva.
Santiago Herrero es un mito. Tal vez un día no muy lejano ya no quede nadie en España que sepa quién fue. Entonces el Mundial de Motociclismo se habrá convertido en un circo de dinero y colores chillones donde los periodistas empujan a los pilotos a polémicas estúpidas y lo más comentado de Jerez y Cheste sean los subnormales de los caballitos y los muertos en la carretera.

DOUGLAS
Viajo en un ferry que zarpa de Dublín. Tras dos horas y cincuenta minutos de navegación arribamos al puerto de Douglas, la capital. Desde cubierta, la isla tiene un aspecto apacible. Está nublado y llueve algo. La ciudad tiene 20.000 habitantes y la vida gira en torno al paseo marítimo. Los edificios tienen ese aspecto victoriano y decadente de las cosas empapadas por siglos de lloviznas y temporales. El cemento, la madera, los metales, todo se oxida y se corroe por el salitre y la melancolía de una ciudad gris. El olor a mar es penetrante e intenso cuando baja la marea revelando una playa inmensa y plana.

Hay cantidad de motos por las calles, están aparcadas sin candar. Aquí os moteros no son jóvenes, sino hombres curtidos, algunos muy mayores. Aquí no se saludan con ráfagas ni con los dedos en V ni con ninguna extravagancia semejante. Los caballeros de las dos ruedas se saludan con una ligera inclinación de la cabeza. No hace falta más.
Hay un curioso símbolo por todas partes que recuerda al escudo de la bandera de Sicilia. Es una cruz con tres piernas. Me explican que es una adaptación medieval de un símbolo celta que representa el sol. O sea, una svástica. En España tenemos muchas diseminadas por la Cornisa Cantábrica.

En la oficina de turismo me hacen una reserva en Seaview Hotel. Una pocilga al final del paseo marítimo. El pasillo es estrecho, con trastos por el medio, una tabla de planchar, una aspiradora, cajas. El segundo piso exige subir unas escaleras muy empinadas. Sin embargo, la habitación, con la sempiterna moqueta, es amplia y luminosa.
Salgo a tomar algo. Un par de borrachos me abordan. Son de mediana edad y bastante socarrones. Me tomo una pinta de Guinness con ellos. Uno es irlandés y al darme la mano aprieta con fuerza como para decirme, ojo, que aquí estoy yo. Después ceno solo en un fish and chips regentado por orientales. Es una basura. Observo a la gente, son feos y blandos. Gordos. Enfermos. Enfrente de mí hay un grupo de sesentones. Tienen manchas en la piel, les faltan dientes, una mirada bovina que refleja nada la vulgaridad de una vida mediocre entre pintas y moquetas sucias. A veces pienso que soy muy injusto con la humanidad. La mayoría no tiene elección.
El sábado se ha despertado húmedo y con una espesa niebla cubriendo la isla. Voy a correr por el paseo marítimo. Mientras corro pienso en por qué los manx han tenido un trato más benévolo que los irlandeses. Les han dejado mantener su moneda, su idioma, su parlamento, su soberanía y sus leyes. No les han arrasado. En Irlanda es difícil encontrar una iglesia antigua, una abadía o un castillo que no esté en pura ruina.

EL CIRCUITO
Ha salido el sol. El circuito mide 37 millas y tres cuartos. Las motos dan 6 vueltas y los sidecares, 3. Hay que parar a repostar y a cambiar neumáticos. En pocas ocasiones un conductor ordinario tiene la oportunidad de recorrer un circuito tan mítico. El día se ha levantado neblinoso pero no llueve. La emoción que siento al tomar las primeras curvas me recuerda a la que embarga al peregrino en el Camino de Santiago: de algún modo la energía de los que pasaron antes se queda impregnada en las piedras, los árboles y el asfalto.
El viajero hará bien madrugando el fin de semana. No encontrará tráfico. De todas formas, conviene ser prudente: hay infinidad de curvas ciegas, bastantes baches, cambios de rasante imprevistos, estrechamientos, puentes, bordillos y muchas zonas urbanas. Se le pone a uno la piel de gallina al pensar que el record está en 130 millas por hora, unos 254 kilómetros por hora, sobre todo al ver numerosos cadáveres aplastados de conejos y erizos. Los marshalls o voluntarios del TT pueden evitar la invasión de espectadores, pero no la de la salvaje naturaleza que bordea el trazado. Imaginar lo que puede suponer atropellar un conejo a 200 por hora hace que inmediatamente afloje el puño.
El recorrido se divide en bosque y montaña. Se sale de Douglas en dirección a Peel, en el oeste. A los lados crece una exuberante vegetación salpicada de casitas de techos de dos aguas, mansiones victorianas y abadías e iglesias.
Unas tres millas antes de llegar a Peel, tuerce súbitamente en Ballacraine Corner hacia el norte en un giro de noventa grados. La curva es un cruce terrible y el premio para quien se salga son una serie de edificios que harán un verdadero puzzle para su traumatólogo. De ahí hacia Kirk Michael el paisaje se espesa, se adensa en su exuberancia vegetal, en muchos tramos los árboles que bordean la carretera abrazan sus copas creando un denso techo vegetal sobre el piloto que se siente atravesando un túnel umbrío.
La vía gira poco a poco hacia el éste. Es quizá la parte más bella del recorrido. Atraviesa tupidos bosques y prados verdísimos donde pastan indiferentes las vacas y los corderos, habituados desde hace ciento un años al ensordecedor rugido de los tubos de escape. Se entra en Ramsey, de nuevo en la costa este, por una estrecha calle. En un cruce espeluznante, se gira bruscamente hacia el sur para regresar a Douglas. Es la montaña en una subida que se inicia con spin hair, o sea, un giro de 180 grados que preludia una sucesión de curvas por un paisaje desolado y despoblado
LOS MEMORIALES

Enfrente de la meta está el cementerio de Douglas. Al final del sendero de grava descubro un muro con una placa dedicada a la memoria de los pilotos fallecidos. Es el Memorial Wall. Hay placas más pequeñas. La última es para Santiago Herrero. Mientras estoy allí rindiendo mi homenaje, se acerca un hombre de unos sesenta años y me pregunta qué estoy buscando. Contesto que el recuerdo de Santiago Herrero. Se le ilumina la cara. Lo conoció cuando tenía trece años.

Paseamos por el cementerio y me va señalando lápidas. Hay decenas de tumbas de pilotos locales. Algunos eran jovencísimos y sus familias les han dedicado estelas funerarias con forma de moto. Se me hace de pronto muy patente la sensación de estar en un universo extraño donde la religión es la velocidad.

Paul me cuenta que desde 1907 han muerto 250 pilotos. No me extraña. Le comento lo que he visto en uno de los puntos altos de la montaña, allí está la estatua que le levantaron al irlandés Joey Dunlop, verdadero rey del TT. Joey se mató en Estonia en el año 2000. Llevado por un impulso, abrigué al campeón de bronce con mi chaquetón de Bultaco, la legendaria marca española.

Mientras le hacía una foto me sorprendió un un timbre o una campanilla. A través de la niebla vi que un tranvía atravesaba el circuito por un paso a nivel sin barreras. Minutos antes había visto circular por ahí a varios motoristas a velocidades de vértigo.

No me lo pude creer, pero cuando bajé comprobé que no era una ilusión óptica: el trazado está atravesado por raíles ferroviarios que sobresalen del suelo. Resulta inconcebible un circuito de velocidad que obligue a los pilotos a superar seis veces este desnivel.
En fin, parece decirme Paul, esto es la Isla de Man, y al que no le guste, que se vaya a jugar con videojuegos.

Originalmente publicado en ABC, El Correo y La Nueva España.
http://www.elcorreo.com/vizcaya/20080913/sociedad/moto-isla-20080913.html
http://www.lne.es/secciones/noticia...-moto-circuito-para-recordar-Santiago-Herrero