Mañana de invierno del año -83. Hora del recreo. Fresquito y sol. Llegando a casa sobre mi flamante Ducati 350 forza roja de tercera mano. Es mi segunda moto, tras una Vespa. Conduzco tranquilo, a 40, a lo sumo 50 por una calle desierta paralelo a la altísima valla del colegio del Pilar. Tengo 19 años, recién estrenada la moto, recién comenzada la facultad, recién conocida mi novia, recién comenzado a vivir. La gente no lo suele llevar por ciudad, de hecho creo que no es obligatorio, pero hoy llevo colocado el casco, un NAVA rojo, a juego con la moto, más que nada por el frío en las orejas, o quizás sólo porque sí. De repente, ¡¡¡¡CATACROOOOOCCC!!!!!! Un golpetazo enorme en la frente me dispara la cabeza hacia atrás, dejándome mirando al cielo, se me sueltan las manos del manillar, la moto culebrea un poco, pero no llega a derribarme, agarro el manillar de nuevo, logro parar a trancas y barrancas. Me veo de pie, al lado de la moto, aturdido, con dolor de cuello y sin tener ni puñetera idea de qué coño me ha pasado. Me quito el casco y veo en el lado derecho de la frente una grieta aparentemente lineal, pero que al hacer presión se abre y me caben cuatro dedos holgados en ella. Miro hacia atrás y la veo. Ha sido ella. Una piedra de forma y tamaño similares a un limón, aunque de cantos vivos ha impactado contra mi frente de lleno a la velocidad de la moto, más la suya propia. Empujo la moto hasta mi casa, apenas 100 metros cuando se me pasa el tembleque. Esa tarde hago una foto al NAVA y lo tiro a un contenedor. Mi madre me presta el dinero para otro, esta vez un AGV. Días después presencio el proceso repetido, sin víctimas: críos de aspecto desarrapado lanzan desde fuera piedras similares a la mía por encima de la valla, a ciegas, al patio del colegio y de igual forma, en "legítima defensa", retornan al exterior lanzadas por los colegiales. De no haber llevado puesto el NAVA, esa piedra habría sido extraída del interior de mi cráneo junto con medio kilo de masa cerebral convertida en papilla, en el mejor de los casos por un forense, en el peor por un neurocirujano.
Han pasado otros 19 años desde aquel día. Tuve otras motos y otros cascos. Me casé con aquella novia, acabé aquella carrera. Olvidé alguna vez incluso el ponerme el casco (pocas). Hice muchos kilómetros sin más sobresaltos. Hoy sólo quiero desde aquí rendir homenaje a aquel bendito Nava rojo al que debo ni más ni menos... Que la mitad de mi vida.
Han pasado otros 19 años desde aquel día. Tuve otras motos y otros cascos. Me casé con aquella novia, acabé aquella carrera. Olvidé alguna vez incluso el ponerme el casco (pocas). Hice muchos kilómetros sin más sobresaltos. Hoy sólo quiero desde aquí rendir homenaje a aquel bendito Nava rojo al que debo ni más ni menos... Que la mitad de mi vida.