Despertaferro
Curveando
Parte 1
Pese a su experiencia, siempre en los últimos momentos lo invadía un sudor frío y el estómago parecía desaparecer de su vientre. Nunca lo había podido superar y aunque se lo ocultaba a los demás y a sí mismo, sabía que en un recóndito rincón de su conciencia se escondían, agazapados, remordimientos sobre sus ya veintiséis trabajos.
Llevaba semanas preparando minuciosamente el plan y no podía fallar. Su reputación, creada a partir del éxito de sus anteriores trabajos, se suponía que debería darle un plus extra de confianza.
Hacía mucho frío, y aunque sabía que el frío no tenía por que ser un inconveniente -una “Beretta 92 FS” no tiembla sola por mucho frío que haga-, se sentía especialmente inquieto.
Hubiese preferido su “SIG-Sauer P226”, la de siempre, pero en Italia desde la “Polizia Municipale” hasta la “Guardia di Finanza, pasando por el “Corpo Forestale dello Stato”, todos los cuerpos armados la utilizaban, y ese era precisamente el origen de la suya, eso contribuiría a eliminar su propio rastro, si es que por primera vez en su vida profesional dejaba alguno.
Intuitivamente palpó su costado izquierdo y los 970 gramos de acero parecieron, por un momento, tranquilizarlo. La llevaba metida bajo el sobaco, en la manga de su cazadora, nunca le había gustado utilizar fundas ni correas, podían ser un estorbo, o quizás contribuir a delatarlo. Una vez utilizada le quiratía el cargador y los tiraría a ambos, pistola y cargador, por separado, en algún imbornal o contenedor de basuras.
En el bolsillo izquierdo de la trasera de su pantalón guardaba un único cargador con siete balas de 9mm "Parabellum",–más que suficientes, hasta ahora le había bastado solo una-, las tres primeras con una incisión en cruz en el extremo.
Decidió regalarse otra dosis de tranquilidad y también lo palpó, esta vez solo con tres de los dedos de la mano izquierda –no tenía más-, el meñique y el anular se los dejó hace años, reducidos a dos dimensiones, en una prensa cuando se mal ganaba la vida honestamente en la imprenta de un tío suyo.
Veintiséis trabajos impecablemente llevados a cabo le habían proporcionado fama –la justa y necesaria en su mundo-, reputación y dinero, mucho dinero, por lo menos el suficiente para poderse retirar de por vida con todas las comodidades, además tenía proyectos para que la cifra, no solo no decreciera, si no que aumentara.
Se sorprendió descubriéndose a si mismo cavilando sobre estas cosas. No se lo podía permitir, faltaban tan solo quince o veinte minutos para el momento, y él allí, comiéndose el coco como un puto aficionado.
Inspiró hondo, casi con violencia, y retuvo por un instante el gélido aire en sus pulmones, y al tiempo que lo expulsaba de nuevo, se dirigió con decisión hacia la “Ducati Hypermotard 1100S” que con matrícula falsa y sin números de identificación de chasis y motor, aguardaba al otro lado de la desierta callejuela.
(Continuará)
Pese a su experiencia, siempre en los últimos momentos lo invadía un sudor frío y el estómago parecía desaparecer de su vientre. Nunca lo había podido superar y aunque se lo ocultaba a los demás y a sí mismo, sabía que en un recóndito rincón de su conciencia se escondían, agazapados, remordimientos sobre sus ya veintiséis trabajos.
Llevaba semanas preparando minuciosamente el plan y no podía fallar. Su reputación, creada a partir del éxito de sus anteriores trabajos, se suponía que debería darle un plus extra de confianza.
Hacía mucho frío, y aunque sabía que el frío no tenía por que ser un inconveniente -una “Beretta 92 FS” no tiembla sola por mucho frío que haga-, se sentía especialmente inquieto.
Hubiese preferido su “SIG-Sauer P226”, la de siempre, pero en Italia desde la “Polizia Municipale” hasta la “Guardia di Finanza, pasando por el “Corpo Forestale dello Stato”, todos los cuerpos armados la utilizaban, y ese era precisamente el origen de la suya, eso contribuiría a eliminar su propio rastro, si es que por primera vez en su vida profesional dejaba alguno.
Intuitivamente palpó su costado izquierdo y los 970 gramos de acero parecieron, por un momento, tranquilizarlo. La llevaba metida bajo el sobaco, en la manga de su cazadora, nunca le había gustado utilizar fundas ni correas, podían ser un estorbo, o quizás contribuir a delatarlo. Una vez utilizada le quiratía el cargador y los tiraría a ambos, pistola y cargador, por separado, en algún imbornal o contenedor de basuras.
En el bolsillo izquierdo de la trasera de su pantalón guardaba un único cargador con siete balas de 9mm "Parabellum",–más que suficientes, hasta ahora le había bastado solo una-, las tres primeras con una incisión en cruz en el extremo.
Decidió regalarse otra dosis de tranquilidad y también lo palpó, esta vez solo con tres de los dedos de la mano izquierda –no tenía más-, el meñique y el anular se los dejó hace años, reducidos a dos dimensiones, en una prensa cuando se mal ganaba la vida honestamente en la imprenta de un tío suyo.
Veintiséis trabajos impecablemente llevados a cabo le habían proporcionado fama –la justa y necesaria en su mundo-, reputación y dinero, mucho dinero, por lo menos el suficiente para poderse retirar de por vida con todas las comodidades, además tenía proyectos para que la cifra, no solo no decreciera, si no que aumentara.
Se sorprendió descubriéndose a si mismo cavilando sobre estas cosas. No se lo podía permitir, faltaban tan solo quince o veinte minutos para el momento, y él allí, comiéndose el coco como un puto aficionado.
Inspiró hondo, casi con violencia, y retuvo por un instante el gélido aire en sus pulmones, y al tiempo que lo expulsaba de nuevo, se dirigió con decisión hacia la “Ducati Hypermotard 1100S” que con matrícula falsa y sin números de identificación de chasis y motor, aguardaba al otro lado de la desierta callejuela.
(Continuará)