NIKKO
Nos levantamos emocionados, por fin, vamos a recoger a “Fuji”, el amigo nipón de La Taca. Rehacemos las maletas tranquilamente y nos equipamos con las botas y el pantalón para dirigirnos a “Rental819”. La tienda abre a las 11h y eso trastocará bastante nuestros planes. Acarreamos el resto de bártulos hasta el local situado en una nueva extensión de Tokio, a 23 paradas de bus. No importa. La espera merece la pena. El cielo se cubre de acero y amenaza con llover. Aún no nos hemos acostumbrado ese calor húmedo que empapa las sienes y la camiseta.
En la entrada nos recibe una amable japonesa que nos atiende con una sonrisa radiante. Nos explica toda la documentación y el funcionamiento de la moto ante la perplejidad de Manolo que espera impaciente que termine con todo el protocolo de entrega. Llevamos la moto a la puerta, nos hacemos unas fotos y ya podemos motear cada una de las rutas preparadas con tanto esmero y paciencia.
Como dis personas no pueden circular en moto por el centro de la capital, tomamos la circunvalación para deshacernos del área metropolitana de una urbe que toma tierra del mar. Las carreteras se anudan formando lazos de asfalto. En Japón se conduce por la izquierda. Poco a poco los bosques de rascacielos se van quedando atrás y emergen los bosques de cedros gigantes que escoltan la carretera. Nos llama la atención que cualquier sitio es bueno para ser utilizado como cementerio, albergando muchas o pocas tumbas. Normalmente situados en unas suaves colinas verdes con unas vistas espectaculares.
En Japón cohabitan en perfecta armonía la religión sintoísta y budista. Ambas tienen en común muchos aspectos, como la importancia del alma de los seres vivos. Es por eso que, en Japón, al morir las personas siguen siendo igual de importantes. Se cree que los muertos nunca nos abandonan y nos cuidan o, por el contrario, nos perturban. A pesar de que los japoneses viven en un mundo rodeado de modernidades, sigue existiendo ese mundo espiritual de creencias arraigadas a la tradición que quizás pueda colisionar.
Nos dirigimos al santuario de Nikkō Futarasan, un santuario que rinde culto al monte Nantai, está consagrado a la deidad del amor y la suerte y es Patrimonio de la Humanidad con más de 1.200 años de antigüedad. Las montañas fueron convertidas en lugar de culto y de ascetismo. Sus bosques milenarios ocultan los rezos perdidos de los monjes que ya no están en este mundo y son la esencia arraigada de la naturaleza..
Antes de llegar al santuario, nos detenemos en el puente Shinkyo que significa, literalmente, “Sagrado”. Es la entrada al conjunto de templos y santuarios de Nikko. Un bellísimo puente de color bermellón que, según cuenta la leyenda, el monje Shōdō elevó sus oraciones cuando el camino quedó bloqueado por los rápidos del río Daiyagawa y en el lugar aparecieron dos enormes serpientes que se transformaron en ese puente. Si bello es de día, al anochecer es fascinante. Una espesa bruma se levanta sobre el torrente del escandaloso río provocando un efecto de luces y sombras sobrecogedor.
Llegamos al complejo de santuarios demasiado tarde, cuando la luz iba atenuando las siluetas de los árboles y el bosque reflectaba el atardecer. Los edificios exhibían una policromía inusual y detallada en perros y dragones que guardan los secretos confiados. Los cascabeles colgados de cientos de los enamorados tintineaban a solas empujados por un viento suave con sabor a madera mojada. Casi a solas, pude disfrutar del olor acuoso de los musgos frescos y descansar la mente del ritmo trepidante en el que vivimos. Cuanta paz, solo respirar, sentir el abrigo de la naturaleza apretar el alma, cerrar los ojos y dejarme llevar por los senderos cuajados de cedros seniles.
Volvemos hasta el puente para dirigirnos al Abismo Kanmangafuchi donde se funden tres ríos en una garganta. Recorro el camino a través del bosque en un largo paseo, mientras empieza a oscurecer, bajo la atenta mirada de las estatuas “Bake Jizo” (Jizos fantasmas) que lo custodian y que parecen sonreir a mi paso. Existe la creencia de que las estatuas juegan con los paseantes cambiando de sitio… no puedo evitar sentirme vigilada y acelero el paso… se me agita el corazón hasta que veo a Manolo esperándome sereno junto a la moto y pienso… lo que hace la sugestión. Todavía nos queda una hora y media de camino. La noche nos cubre de nubes y cansancio acumulado pero siempre con la mirada prendida en todo lo vivido… seguimos caminando.
