Hola a tod@s!
Qué tal amigos, me he pasado un par de días en Potosí, dejando descansar a Dulcinea y cansándome yo un poco por las calles empinadas a 4000 m de altitud. El mal de altura en mi caso lo acuso cansándome un poco cuando subo las cuestas o escaleras, el día que llegué al subir las maletas por las escaleras era como si me faltara el aire, hoy un poco mejor, además tengo unas burbujas de aire en el esófago después de comer. La noche pasada no he pegado ni ojo, pero el caso es que no tengo nada de sueño, y la habitación era cómoda, espero dormir esta noche porque si no mañana cuando descienda me da pavor que entonces me entre todo el sueño conduciendo.
Bueno, pues veamos, en cuanto a la gasolina sin problemas, he conseguido repostar en dos o tres sitios y no me han puesto problemas, eso sí, pagando el litro a 8 bolívianos, en vez de a 8,50, pero sin factura, vamos que la pasta de más para la buchaca, jeje. Mientras que a los bolivianos se lo venden a 3 bolivianos.
Otra anécdota es que me paró la policía boliviana cuando circulaba con mi moto, pero nuevamente han sido unos tipos la mar de amables, y les entiendo porque con un sueldo para un policía base de 300 $, y además con detalles como que el gobierno les da la tela para que después ellos se hagan los uniformes, o dietas por desplazamientos de 1$ qué se puede pedir, pues que al final tengan que buscarse la vida para sobrevivir. “Evo nos prometió mucho pero luego nada”. Incluso me hice una nueva foto con ellos, pero con el compromiso de no colgarla, y así será, incluso el policía que iba con el Sargento se ha hecho mi amigo en el Facebook.
Estos días he visitado la catedral, muy bonita, y lo que más me ha gustado han sido las vistas desde la torre del campanario, donde se aprecia la ciudad asentada sobre las laderas de la montaña. Las calles empinadas son además de cansadas un asfixie, porque pasan unos pequeños microbuses que echan un humo venenoso que si ya me falta oxígeno su olor además me pone medio enfermo, y al estar en cuesta le pisan a fondo y lanzan una nube tóxica que mata, pero bueno con sólo un par de días y las travesías venideras por la nada espero limpiar mis pulmones.
Hoy he visitado la Casa de la Moneda donde se acuñaban las monedas de plata, y me ha gustado tanto la historia que encierra el edificio como los utensilios empleados para este menester. Además nuevamente la sed de riqueza estaba por encima de cualquier planteamiento anti maltrato de los animales, pues me ha apenado el que las mulas que utilizaban para mover las poleas apenas duraban con vida unos meses, afortunadamente algo impensable en la era actual en el mundo desarrollado.
Pero en lo que me quiero centrar esta noche es en comentaros la visita más impactante de todas las que he vivido hasta la fecha, así como el milagro que he conocido, un gran y bonito milagro. Veréis, Potosí siempre me llamó la atención por sus minas, de las que se extraía la plata que llegaba a España, y que luego pasaba a manos de banqueros holandeses en pago de los excesos de los gobernantes españoles. Pues bien, he decidido a conocer sus entrañas, y os puedo asegurar que ha sido una experiencia enormemente dolorosa. Entrar en aquellos agujeros además de claustrofóbico, con pasos angostos y oscuros que hay que pasar en cuclillas, y las galerías en la que la mayoría de las veces no cabía de pié, son explotadas por un montón de cooperativas que apenas tienen medios, con lo cual no hay electricidad, ni medidas de seguridad, ni dignidad alguna al permitir que personas, muchos de ellos jóvenes, trabajen en condiciones inasumibles que atentan contra los derechos humanos de los trabajadores. He entrado con el guía, Ricardo, “Richi”, y otro chaval argentino, Tomás, que si bien en un momento él sintió ganas de salir de allí pero por no dejarme en la estacada decidió continuar. Luego, al trepar por un angosto pasadizo he sentido que con la fatiga me faltaba el aire, y que me iba a marear, aterrado porque no me imaginaba cómo me sacarían de allí, para lo cual he tenido que recobrar la calma y sosegar la respiración, pero han sido los dos minutos más aterradores de este viaje. En este caso Tomás ya se encontraba mejor y hemos seguido un poco más, hasta el final de la visita, donde hemos conocido al minero más mayor de toda la mina, 72 años. Si os soy sincero sé que no estaba muerto porque se movía y lanzaba unos sonidos ininteligibles para mí que nos traducía Richi, pero su aspecto era de un verdadero muerte viviente, ennegrecido, demacrado, sordo de las detonaciones … El horario de la mina suele comenzar a las tres de la mañana, y suele durar hasta las seis o siete de la tarde. Los jóvenes son los encargados de empujar las carretillas. Cuando mi casco daba en el techo se desprendía un polvo que unido a que tampoco hay mucho oxígeno a más de 4000 m era asfixiante, y cuando hemos visto los buzones, las bocas por las que sale el mineral para ser cargado en las carretillas, la polvareda que se levanta es tan enorme que la nube impide ver nada, y esto con unos jóvenes que van sin mascarilla… La edad de vida para estos mineros no supera los 30 años. Como dijo Tomás, se está mejor en la cárcel que allá abajo. No volveré entrar en un sitio así jamás, ni por dinero ni curiosidad, tan sólo lo haría por salvar una vida.
Richi nos contó que él trabajó durante un año en la mina, con la intención de sacarse un dinero con el que pagar sus estudios universitarios. Su amigo que también entró con él sigue trabajando dentro de la mina, pero él supo valorar su vida y apostar por los estudios, y ya sólo le falta terminar la tesina para graduarse como licenciado de turismo. Éste para mí ha sido el milagro, un joven arrancado de las garras de la mina. Al salir un niño nos ofreció minerales por 5 pesos, se los he dado, y le dicho que se quedara con los minerales que nos lo quería, pero que a cambio nunca entrara en la mina a trabajar, que estudiara. Ojalá se repita un nuevo milagro.
Esta tarde he ido a visitar los Ojos del Indica, un lago de aguas termales que me ha decepcionado, acostumbrado a que acá todo es enorme, su tamaño era muy pequeño, pero allí he conocido a una pareja de Guadalajara que también andan de viaje por Sudamérica, y por más tiempo que yo, seis meses. Hemos regresado juntos y nos lo hemos pasado genial en una furgo reconvertida en autobús, y lo mejor la buena gente boliviana que son encantadores, será que como tengo tantas de hablar porque esta soledad empieza a ser un tanto cargante, jeje, me enrollo con cualquiera, jaja.
Buenas noches desde Potosí.
