Hola a tod@s!
En Perú la naturaleza no es dominada por completo por el hombre, así ayer tuve la ocasión de vivir tres carreteras de la muerte, y pasar sin wifi porque el viento había roto la antena y todo el pueblo de Santa Teresa está sin conexión.
Empiezo por el principio. Salí de Cusco en busca de las salineras de Maras, y realmente merece la pena la visita por las bonitas imágenes que ofrecen. Lo más complicado bajar hasta ellas, pues se trata de un camino de tierra que aunque está en buen estado a un lado queda un enorme precipicio, pero se hace bien porque el camino es ancho y no hay mucho tráfico. Me encontré con un grupo de quads que hacían una excursión organizada, y uno de ellos se puso a hablar conmigo sobre mi moto y las visitas que había hecho, era un joven colombiano que estaba también viajando.
Cerca de allí quedan las ruinas de Marais, los famosos anillos concéntricos que servían como laboratorio a los incas para probar cultivos a distintas altitudes. Pero lo dejé de lado porque vi que la hora se me echaba en encima y además me dijo el colombiano que tenía una entrada cara.
Seguí mi ruta y la carretera poco a poco comenzó a mostrarme un paisaje frondoso, se apreciaba que estaba yendo hacia la parte semi-selvatica. En un momento subiendo un puerto me paré a hacer una foto, y entonces se aproximó por detrás un coche que ponía carreteras, y que llevaba dos policías. Después de preguntarme si todo estaba bien, les pregunté por un sitio para comer, y me indicaron que subiendo un poco más adelantee encontraría una playa de estacionamiento a la izquierda y una casa a la derecha, allí podría comer trucha frita. Una vez más fueron muy amables conmigo y siguieron su ruta. Efectivamente hallé la casa, y para mi sorpresa cuando le dije al hombre de la entrada que quería comer se fue a una pequeña piscina junto con uno de sus hijos y con unas redes se pusieron a sacar mi trucha, así que más fresca imposible, jeje. Cuando estaba comiendo llegaron tres vigilantes de un blindado con sus revólveres sujetos a la pierna. Al principio les noté que no se fiaban de mí, guardaban un poco la distancia, tal vez por si realmente era un nuevo “Billy el niño” y de un momento a otro desenfundaba de debajo de la mesa mi revolver y les robaba el furgón, pero poco a poco les fue hablando de mi viaje y mi moto y se relajaron conversando conmigo, jeje.
Ya me avisaron que al otro lado había niebla y que tuviera cuidado, lo que no me esperaba es que sobre la carretera había desprendimientos que asustaban, con pedruscos en medio de la carretera, generalmente sobre mi carril que quedaba pegado a las altas pendientes. En un momento la niebla sí me dejó ver un cambio de tonalidad en el asfalto, lo que todavía no sé es como no terminé por los suelos, pues la rueda se metió en un cráter de alguna megapiedra caída y aunque la habían retirado no estaba tapado el boquete, con lo cual la moto se metió en aquel socavón y un buen susto que me llevé. Los derrumbes sobre la carretera eran continuos, además cuando quería parar para hacer alguna foto como muestra, vi un cartel que ponía derrumbes constantes, PELIGRO. Con lo cual ni siquiera paré porque temía que me cayera algún pedrusco en toda la cabeza. Además es que no era una piedrecita lo que veía, es que eran buenos pedruscos y muchas veces parte de la ladera tapando mi carril. Además ya temía hasta que el ruido de Dulcinea provocara algún desprendimiento, o que cuando pasaba algún camión con más ruido provocará lo mismo. Fueron momentos de tensión. Cuando comencé a bajar la montaña parecía que la cosa iba mejorando, ya no había niebla, pero entonces me percaté de una nueva novedad, los cauces de agua cruzaban la carretera y algunos de ellos eran muy caudalosos. Luego me encontré con un nuevo derrumbe que era el mayor de todos, pues como medio metro de piedras habían tapado los dos carriles de la carretera, teniendo que superarlo pasando por una de las rodadas que habían creado el tráfico de vehículos. Además miraba las paredes de las montañas circundantes y un montón de piedras sobresalían de la pared y se apreciaban las zonas vivas que mostraban el reciente derrumbe. Para colmo uno de las casitas junto a la carretera levantada por la muerte de alguna persona en accidente de circulación estaba rodeado de piedras y una grande sobre la casa, que parecía indicar que fue por aplastamiento de roca. Estuve todo el tiempo deseando terminar ese tramo.
Finalmente Dios quiso que llegará a Santa María, donde pregunté por el grifo para repostar a Dulcinea, “arriba señor”, me contestaron. Vuelvo a subir y sigo sin verla, “abajo señor”, me contesta otra persona. Pero vamos a ver si vengo de abajo, “junto al restaurante, que también vende combustible”. Entonces me percato de un tipo sentado junto a unos bidones. “¿Le ponemos un galón?”, y veo que un chaval saca un embudo con un trapo y aquel tipo se pone a verter sobre él un líquido marrón que a mí no me parece gasolina. “¿Eso es gasolina?”, le pregunto. “Sí señor, de 85 octanos”. Arranco y la moto al momento se para, y así varias veces. Veo que me miran como diciendo a qué nos echa la culpa. Pero en un cartel a la entrada vi que ponía la altura de la localidad, mil y pico de metros, con lo cual puede ser que la inyección todavía esté ajustándose por el cambio de altura. Finalmente consigo irme manteniendo el puño acelerado para que la moto no se venga abajo.
Santa Teresa quedaba a media hora por un camino de tierra, “pero muy bueno señor”. Y es cierto que el camino está bien, no es de los que tienen ondulaciones, se ve que lo mantienen. Lo que empiezo a notar es que me adelantan unas furgos a toda pastilla, aquellos tipos se saben el recorrido con los ojos cerrados, pero entonces para mí va a ser más de media hora con mi conducción defensiva, y esto quiere decir que voy a llegar de noche porque está oscureciendo. Mi primera prueba cruzar un puente con listones para las ruedas de los coches a los lados, y en el medio otros listones pero alguno partido por los que se veía el agua embravecida del río. Así que a pasar por una de las rodadas, pero no me atrevía a pasar dando gas por si me salía de los listones, así que poco a poco con los pies abiertos a ambos lados, menos mal que soy alto porque llegaba con la punta de los pies a los otros listones más bajos, aunque temía meter el pie en alguno roto, así que no me quedó más remedio que ir animándome y tratar de poner todos los sentidos en demostrar que todavía puedo aprobar el carnet de moto a la primera. Pero Dios tenía para mí nuevas pruebas guardadas. El camino comenzó a ascender y me percaté que uno de los lados del camino daba a un enorme precipicio, menos mal que yo iba por el lado de la pared. Hasta que después de una curva se invirtió la tendencia y me toco ir por el carril junto al precipicio, pero como apenas venían coches de frente al medio me tiré. La oscuridad cada vez era más cerrada, y yo no veía el fin, además no podía hacer como la noche anterior y ponerme detrás de un coche para aprovecharme de sus luces, porque en esta ocasión el polvo del camino me haría no ver nada. Sí veía luces detrás de mí, con lo cual si me caía podrían ayudarme. Entonces llegó una nueva prueba. Otro puentecillo pero sin barandillas laterales, y con la misma historia de los tablones, pero esta vez los del medio parecían no estar rotos. Pasar por los de las rodadas me resultó la opción más peligrosa, así que por el medio y dando gas, escuchando como se movían las tablas, y el sonido de las aguas bajo ellas. Pero estaba visto que eso no era todo, porque entonces llegué a una riada que atravesaba el camino, y no veía el fondo. Tenía dos opciones o pasar junto a las piedras arrastradas por el agua que supuse que es donde menos profundidad tendría, o por la parte central, pero sin saber la altura del agua. Y encima no pasaba ningún coche para hacerme una idea. Tampoco podía esperar porque la noche cerrada estaba al caer. Al final pasé junto a las piedras temiendo que resbalara el neumático en alguna y terminara dándome un chapuzón. Di gas y lo que si noté es que el agua me entró por encima de las botas, pero ya los pies era lo de menos, llegar, esa era sólo me preocupación. Además ya le prometí a Dios que si me ayudaba a salir de esta me comprometía a ir a misa aunque no tocaran el órgano. Vi unas luces y pensé que Dios había aceptado, pero un hombre me dijo “diez minutitos más”, pero aprecié que me vio asustado y que debía haberme animado con algunos minutos menos. Y fueron algunos minutos más, menos mal que ya no veía el precipicio sólo concentrado en el camino. Lo primero que apareció ante mí fue una enorme cruz iluminada que supuso el final de mi suplicio. Pregunté a un chaval por un hotel con parking, y me dijo “ese de allá no tiene pero le dejará meter la moto dentro”. Y así fue, convertida Dulcinea en una pieza decorativa en el salón del hotel, junto con una Suzuki de un californiano.
Esta mañana he cogido el tren para llegar a Aguas Calientes y subir hasta Machu Picchu, un lugar ¡INCREIBLEMENTE LINDO!”. Los estacazos te vienen por todos los lados, el tren, el autobús, la entrada, que me han llegado a sumar los 100 €, y eso que a la vuelta he decidido venir andando por la vía del tren, un paseo de unos 10 km pero que me ha encantado. Machu Picchu según la explicación que nos ha dado el guía era un lugar de culto al Dios Sol, de experimentación por los estudios que se hacían también de cultivos a distintas alturas en terrazas, y de estudio al llevar allí profesores de diversos ámbitos. Unas explicaciones por parte del guía muy académicas y completamente diferente a las que Martín Solana comenta en su libro un tanto absurdas que a él le dieron aunque ahora mismo no recuerdo, pero hasta a él le resultaban ridículas. De regreso por la vía del tren me he reencontrado con Roberto, un Polaco que también viaja en moto, una VStrom, que vi en Copacabana, y que esta vez ha decidido dejar su moto en Cusco para descansar y hacer el tour de Machu Picchu. Un tipo viajero y no turista, pues cuando le he visto iba con un grupo de gente charlando, ya que los turistas cuando me los cruzaba por la vía ni me miran y menos saludan. Otro al que también he visto ha sido al colombiano del quad, que quería subir hasta Machu Picchu andando, y creo que no porque se quisiera ahorrar unas pelas, sino porque se le veía un tipo muy deportista. Me atrevería a decir que si los viajeros gobernaran no habría guerras, pues los considero personas muy sociables y sin perjuicios de ningún tipo a la hora de charlar con gente sean de donde sean.
En Santa Teresa son famosas unas aguas termales, e incluso el taxista que me ha traído desde la hidroeléctrica, donde termina el paseo en tren, me las ha recomendado, como el dueño del hostel de Cusco, pero cuando me vacuné en el centro médico de Madrid una de las cosas que me dijo la doctora fue “baños en aguas dulces ni se te ocurra”, al parecer pueden contener gran cantidad de bacterias perjudiciales para mi salud, así que me he quedado descansando y escribiendo todo este ladrillo para cuando logre “guafai” que es como le llaman acá a la wifi.
Machu Picchu supone el final de mi viaje hacia el Norte, de tal modo que ahora seguiré rumbo sur en dirección Arequipa y Chile hasta llegar a Tierra de Fuego, donde nuevamente invertiré mi rumbo hacia el Norte. Mañana tengo que rehacer lo andado hasta Cuzco, con lo cual tendré que volver a revivir las últimas experiencias esperando obtener de nuevo el éxito en la misma.
Buenas noches desde Santa Teresa.
