wazzup
En rodaje
Ya sabéis los que me conocéis que soy un poco insaciable con esto de la moto, así que a pesar de lo del sábado, no me faltaron ganas para seguir cabalgando al día siguiente.
El caso es que el domingo me metí una sesión de las que hacen historia; vamos, que me hice un poco más hombre... ¡¡¡LA FIRJEN!!!... ¡¡NO HE PASADO MAS FRIO EN MI VIDA!! (y os podría contar unas cuentas de pasar las de Caín, tanto navegando, como en la montaña e incluso en la moto... pero lo del domingo...)
Ya por la mañana me metí una ruta bastante simpática con Afonso, pero sin más, entre otras cosas porque no quiso repetir zona y –a mi pesar- la parte que hicimos fue bastante más sosa (cómo le gusta mandar al condenao, je, je, je). Después de comer algo en el hotel, nos despedimos y cada uno por su lado. Como sabéis algunos, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, me iba a Cáceres para hacer unas gestiones al día siguiente por la mañana, así que hacia allí me fui, pero de "turismo" y con idea de perderme por la sierra de Aracena.
Nada más salir de Arcos, ya sentí la llamada de la selva: todos esos campos me miraban lascivos según pasaba junto a ellos y como hacen las busconas, juraría que alguno hasta me guiñó un ojo y otro me enseñó algo entre sus siembras... ¡Sea pues!, bordo a babor y a pisar tierra, que ya llegaremos y además no hay prisa; "total, hasta mañana a las 11..." En fin, paseito de investigación, tratando de seguir el rumbo con el GPS, algún enhuerte en caminos que morían en los sembrados y placer, mucho placer. Bueeeeeeeeeno, y una caída tonta, de esas en parado tratando de dar la vuelta a la montura… ya sabéis: adelante, atrás, adelante, atrás, aprovechando un peralte del camino y de repente ¡¡hiiiiiiiiiiiii!! ¿dónde esta el suelo?... no, no, no, no, no… hasta que ves que por mucha fuerza que hagas no recuperas ya la vertical y te dejas vencer por el peso de la moto y el equipaje, tratando, eso si, de hacer el aterrizaje lo más suave posible… vamos, lo típico de las motos trail. Eso si, sin mayores consecuencias… aunque confieso que en el orgullo siempre duele y por eso uno mira a uno y otro lado, pensando: ¿me habrá visto alguien?... Afortunadamente estoy en el campo.
Al cabo de una horita, salí otra vez a la carretera y rumbo a Sevilla. Más hete aquí que durante la aproximación y aún sin saciar del todo, sentí otra vez la llamada de la selva: fastuosa vía de servicio para zumbar sobre la tierra... ¡a ella, pues! Aquí no hubo nada relevante, salvo un par de enhuertes y otras tantas idas y venidas nacional arriba y nacional abajo (siempre por la vía de servicio), porque no había forma de cruzar la autopista y tuve que volver en contra dirección. Lo normal en estas circunstancias y más placer en cualquier caso.
Tras atravesar Sevilla, tiro para Huelva, por una comarcal paralela a la nacional; bien, más pueblitos y menos civilización. Llego a un cruce y carretera seductora que se abre a mi estribor. Miro el mapa y ahí estaba ese pueblo: "Castillo de la Guarda". Bien, me parece un buen nombre y esta en una buena zona de sierra para tratar de llegar hasta allí... pero por caminos. A por ello. Un enhuerte, dos enhuertes, tres enhuertes... y la tarde que va muriendo. Esto se acaba, chaval y aquí estás: has avanzado como si arrastraras a un catalán alejándole de una pela. Bueno, ya encontraremos donde dormir y en el peor de los casos, en el monte, junto a un buen fuego, que así se hacía antes y aquí estamos todos.
Parada en lo alto de un cerro para contemplar una puesta de sol, demasiado cubierta para verla en todo su esplendor, pero puesta al fin y al cabo. Y al camino, que la sierra es para verla y hay que aprovechar las últimas luces antes de que salga el lobo. Pista va, pista viene -esta vez parece que cogí la buena- y más tierra, ahora en mitad de una sierra espectacular. Por allí me crucé con algunos quads -dos grupos- que andaban de regreso al cubil y lo cierto es que hicieron honor a su mala fama: a todos saludé y ni uno devolvió el cumplido... Claro que minutos antes, al cruzar un pueblo, había visto una de las demostraciones más cutres de mi vida: al paso de un caballo, que yo llevaba delante por no querer rebasar hasta poder hacerlo suavemente no fuera a espantar al animal, otro animal se cruzó en sentido contrario y ni corto ni perezoso apretó el paso a su altura, a la vez que enseñaba con desparpajo uno de sus dedos bien tieso, el "corazón" para ser más exacto. El deleznable niñato iba en un quad y acelerando trató de espantar al caballo que llevaba yo delante, a la vez que le expresaba al charro su mejor cumplido con aquel dedo... Reconozco que no me faltaron ganas de dar media vuelta para empitonar a aquel cafre, preferentemente por donde amargan los pepinos, pero luego seguro que le dicen a uno que a tortas no se arreglan las cosas... Pues que me perdonen, pero hay algunos que sin duda las merecen: un par y bien dadas. Desde luego todos íbamos a dormir más tranquilos: el caballo, el dueño del caballo, yo por no haberme quedado con las ganas y el niñato, que no es bueno irse a la cama sin haber cenado.
En fin, que estábamos disfrutando, así que otra vez me llevo el relato para el monte y mejor seguir a lo que estaba. Decía que esta vez parecía que había cogido la pista buena y cada vez me adentraba más por aquella sierra. No tardé mucho en tener que guiarme por las luces y con el xenón la verdad es que volvió el día, aunque en un pequeño sector nada más. Bien, todo bien... otra vez disfrutando yo sólo como un bellaco: pedazo de fin de semana y la guinda una cabalgada en solitario por aquellos parajes y ya de noche. Un pasada. Y encima el lobo no tardó en salir... bueno, lobo, lobo... eran más bien "mixtolobos", con el rabo un poco ensortijado y manchados como vacas lecheras, aunque de frisonas tenían poco aquellos perrillos asilvestrados, que trataron de hincarle el diente a las "Alpinestars" sin demasiado éxito. Eso si, ya lo de dormir en el monte como que se estaba poniendo pelín tornasolado, tirando a negro zaino: frío del copón (sin saco y sin tienda, claro esta), en mitad de Dios sabe dónde y con posibilidad de altercado con aquellos chuchos... Ya veremos.
Y vimos que aquello se terminó complicando más de la cuenta: las pistas terminaban muriendo todas o bien en vallas cerradas y con pinta de convertirse en trasgresión de un cierto nivel su apertura, o bien en trialeras realmente hostiles o bien en cortafuegos seductores, pero de elevado riesgo. Todo ello de noche, con el lobo pisándome los talones y sin que nadie más en este mundo tuviera la más remota idea de dónde podía estar yo, o por dónde empezar a buscar en caso de que no apareciera... ¿cobertura telefónica allí?... si hombre, si, y un bar con chimenea junto al río, claro... si es que pensáis unas cosas... En fin, que años atrás habría seguido en mi empeño, pero uno ya no esta sólo y aquello empezaba a ser más de la cuenta hasta para mi. Más que nada porque con qué argumentos le explica uno a alguien (dando por hecho que en algún momento se pudiera hacer) qué cojones hacía a esas horas y sólo en mitad de aquella sierra. Si la explicación encima hay que darla a la contraria, ya ni os cuento... ¡como para decir que en octubre me vuelvo a Marruecos!
Al final la razón se impuso y volví grupas con idea de acercarme hasta Aracena y buscar un hotelillo agradable en donde pasar la noche. Además, ya hacía mucho rato que había anochecido y empezaba a tener frío: los pies seguían empapados allí abajo dentro de las botas, que todavía seguían mojadas desde el día anterior.
Al llegar a Aracena aproveché para encender el teléfono y hacer alguna llamada, pero… ¡sorpresa!: recibo un mensaje diciendo que se ha cancelado lo de Cáceres. Ya no pintaba nada yendo hacia allí. En fin, qué se le va a hacer. Estoy cansado y muerto de frío; llevo desde las 10’30 de la mañana encima de la moto, casi 12 horas, pero… ¡AR CARAHO!... me voy del tirón a Madrid.
Y aquí es donde comenzó el “Vía Crucis”… Al llegar a Zafra, medio muerto de frío, no pude aguantar más: me metí en un polígono (por tener algo de luz y no dar demasiado “el cante”) y entre temblor y tiritona conseguí abrigarme a conciencia y sobre todo quitarme las botas y ponerme calzado menos abrigado, pero seco: los pies estaban helados y entumecidos. Comí algo que llevaba encima y a la moto otra vez.
Menudo viaje: contaba los kilómetros y a ratos pensaba que no iba a ser capaz de aguantar hasta Madrid. Tuve que parar dos veces, más que por la gasolina, para tratar de meterme algo caliente en el cuerpo… claro, que la segunda vez, a falta de caldito o un café humeante, me metí un zumo bien fresquito, que me suministró una máquina impersonal en una triste gasolinera. Allí no había nada más. No tengo muy claro que esto de las áreas de servicio de las autovías sea progreso.
Al final llegué a Madrid, mal que bien, a las 4 de la mañana y con una hipotermia galopante. De hecho, en casa todavía seguí tiritando un buen rato y aún a la mañana siguiente cuando me levante tenía todavía el frío metido en el cuerpo. Entre el cansancio, las horas acumuladas encima de la moto, la humedad y el frío –el frío del carajo-, las pasé canutas… ¡En mi vida he pasado tanto frío!
Eso si, no se lo que tendrá esto del trail, que a pesar de todo, cuando me metí en la cama, ahí seguía ella: UNA SONRISA DE OREJA A OREJA.
P.D.: gracias especiales a José Mari y a Bruji… sin vuestra generosidad este relato no habría sido posible. :-* :-* Tampoco me olvido de Ricardo, que también estuvo ahí para ayudarme con la mecánica :-* :-*
El caso es que el domingo me metí una sesión de las que hacen historia; vamos, que me hice un poco más hombre... ¡¡¡LA FIRJEN!!!... ¡¡NO HE PASADO MAS FRIO EN MI VIDA!! (y os podría contar unas cuentas de pasar las de Caín, tanto navegando, como en la montaña e incluso en la moto... pero lo del domingo...)
Ya por la mañana me metí una ruta bastante simpática con Afonso, pero sin más, entre otras cosas porque no quiso repetir zona y –a mi pesar- la parte que hicimos fue bastante más sosa (cómo le gusta mandar al condenao, je, je, je). Después de comer algo en el hotel, nos despedimos y cada uno por su lado. Como sabéis algunos, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, me iba a Cáceres para hacer unas gestiones al día siguiente por la mañana, así que hacia allí me fui, pero de "turismo" y con idea de perderme por la sierra de Aracena.
Nada más salir de Arcos, ya sentí la llamada de la selva: todos esos campos me miraban lascivos según pasaba junto a ellos y como hacen las busconas, juraría que alguno hasta me guiñó un ojo y otro me enseñó algo entre sus siembras... ¡Sea pues!, bordo a babor y a pisar tierra, que ya llegaremos y además no hay prisa; "total, hasta mañana a las 11..." En fin, paseito de investigación, tratando de seguir el rumbo con el GPS, algún enhuerte en caminos que morían en los sembrados y placer, mucho placer. Bueeeeeeeeeno, y una caída tonta, de esas en parado tratando de dar la vuelta a la montura… ya sabéis: adelante, atrás, adelante, atrás, aprovechando un peralte del camino y de repente ¡¡hiiiiiiiiiiiii!! ¿dónde esta el suelo?... no, no, no, no, no… hasta que ves que por mucha fuerza que hagas no recuperas ya la vertical y te dejas vencer por el peso de la moto y el equipaje, tratando, eso si, de hacer el aterrizaje lo más suave posible… vamos, lo típico de las motos trail. Eso si, sin mayores consecuencias… aunque confieso que en el orgullo siempre duele y por eso uno mira a uno y otro lado, pensando: ¿me habrá visto alguien?... Afortunadamente estoy en el campo.
Al cabo de una horita, salí otra vez a la carretera y rumbo a Sevilla. Más hete aquí que durante la aproximación y aún sin saciar del todo, sentí otra vez la llamada de la selva: fastuosa vía de servicio para zumbar sobre la tierra... ¡a ella, pues! Aquí no hubo nada relevante, salvo un par de enhuertes y otras tantas idas y venidas nacional arriba y nacional abajo (siempre por la vía de servicio), porque no había forma de cruzar la autopista y tuve que volver en contra dirección. Lo normal en estas circunstancias y más placer en cualquier caso.
Tras atravesar Sevilla, tiro para Huelva, por una comarcal paralela a la nacional; bien, más pueblitos y menos civilización. Llego a un cruce y carretera seductora que se abre a mi estribor. Miro el mapa y ahí estaba ese pueblo: "Castillo de la Guarda". Bien, me parece un buen nombre y esta en una buena zona de sierra para tratar de llegar hasta allí... pero por caminos. A por ello. Un enhuerte, dos enhuertes, tres enhuertes... y la tarde que va muriendo. Esto se acaba, chaval y aquí estás: has avanzado como si arrastraras a un catalán alejándole de una pela. Bueno, ya encontraremos donde dormir y en el peor de los casos, en el monte, junto a un buen fuego, que así se hacía antes y aquí estamos todos.
Parada en lo alto de un cerro para contemplar una puesta de sol, demasiado cubierta para verla en todo su esplendor, pero puesta al fin y al cabo. Y al camino, que la sierra es para verla y hay que aprovechar las últimas luces antes de que salga el lobo. Pista va, pista viene -esta vez parece que cogí la buena- y más tierra, ahora en mitad de una sierra espectacular. Por allí me crucé con algunos quads -dos grupos- que andaban de regreso al cubil y lo cierto es que hicieron honor a su mala fama: a todos saludé y ni uno devolvió el cumplido... Claro que minutos antes, al cruzar un pueblo, había visto una de las demostraciones más cutres de mi vida: al paso de un caballo, que yo llevaba delante por no querer rebasar hasta poder hacerlo suavemente no fuera a espantar al animal, otro animal se cruzó en sentido contrario y ni corto ni perezoso apretó el paso a su altura, a la vez que enseñaba con desparpajo uno de sus dedos bien tieso, el "corazón" para ser más exacto. El deleznable niñato iba en un quad y acelerando trató de espantar al caballo que llevaba yo delante, a la vez que le expresaba al charro su mejor cumplido con aquel dedo... Reconozco que no me faltaron ganas de dar media vuelta para empitonar a aquel cafre, preferentemente por donde amargan los pepinos, pero luego seguro que le dicen a uno que a tortas no se arreglan las cosas... Pues que me perdonen, pero hay algunos que sin duda las merecen: un par y bien dadas. Desde luego todos íbamos a dormir más tranquilos: el caballo, el dueño del caballo, yo por no haberme quedado con las ganas y el niñato, que no es bueno irse a la cama sin haber cenado.
En fin, que estábamos disfrutando, así que otra vez me llevo el relato para el monte y mejor seguir a lo que estaba. Decía que esta vez parecía que había cogido la pista buena y cada vez me adentraba más por aquella sierra. No tardé mucho en tener que guiarme por las luces y con el xenón la verdad es que volvió el día, aunque en un pequeño sector nada más. Bien, todo bien... otra vez disfrutando yo sólo como un bellaco: pedazo de fin de semana y la guinda una cabalgada en solitario por aquellos parajes y ya de noche. Un pasada. Y encima el lobo no tardó en salir... bueno, lobo, lobo... eran más bien "mixtolobos", con el rabo un poco ensortijado y manchados como vacas lecheras, aunque de frisonas tenían poco aquellos perrillos asilvestrados, que trataron de hincarle el diente a las "Alpinestars" sin demasiado éxito. Eso si, ya lo de dormir en el monte como que se estaba poniendo pelín tornasolado, tirando a negro zaino: frío del copón (sin saco y sin tienda, claro esta), en mitad de Dios sabe dónde y con posibilidad de altercado con aquellos chuchos... Ya veremos.
Y vimos que aquello se terminó complicando más de la cuenta: las pistas terminaban muriendo todas o bien en vallas cerradas y con pinta de convertirse en trasgresión de un cierto nivel su apertura, o bien en trialeras realmente hostiles o bien en cortafuegos seductores, pero de elevado riesgo. Todo ello de noche, con el lobo pisándome los talones y sin que nadie más en este mundo tuviera la más remota idea de dónde podía estar yo, o por dónde empezar a buscar en caso de que no apareciera... ¿cobertura telefónica allí?... si hombre, si, y un bar con chimenea junto al río, claro... si es que pensáis unas cosas... En fin, que años atrás habría seguido en mi empeño, pero uno ya no esta sólo y aquello empezaba a ser más de la cuenta hasta para mi. Más que nada porque con qué argumentos le explica uno a alguien (dando por hecho que en algún momento se pudiera hacer) qué cojones hacía a esas horas y sólo en mitad de aquella sierra. Si la explicación encima hay que darla a la contraria, ya ni os cuento... ¡como para decir que en octubre me vuelvo a Marruecos!
Al final la razón se impuso y volví grupas con idea de acercarme hasta Aracena y buscar un hotelillo agradable en donde pasar la noche. Además, ya hacía mucho rato que había anochecido y empezaba a tener frío: los pies seguían empapados allí abajo dentro de las botas, que todavía seguían mojadas desde el día anterior.
Al llegar a Aracena aproveché para encender el teléfono y hacer alguna llamada, pero… ¡sorpresa!: recibo un mensaje diciendo que se ha cancelado lo de Cáceres. Ya no pintaba nada yendo hacia allí. En fin, qué se le va a hacer. Estoy cansado y muerto de frío; llevo desde las 10’30 de la mañana encima de la moto, casi 12 horas, pero… ¡AR CARAHO!... me voy del tirón a Madrid.
Y aquí es donde comenzó el “Vía Crucis”… Al llegar a Zafra, medio muerto de frío, no pude aguantar más: me metí en un polígono (por tener algo de luz y no dar demasiado “el cante”) y entre temblor y tiritona conseguí abrigarme a conciencia y sobre todo quitarme las botas y ponerme calzado menos abrigado, pero seco: los pies estaban helados y entumecidos. Comí algo que llevaba encima y a la moto otra vez.
Menudo viaje: contaba los kilómetros y a ratos pensaba que no iba a ser capaz de aguantar hasta Madrid. Tuve que parar dos veces, más que por la gasolina, para tratar de meterme algo caliente en el cuerpo… claro, que la segunda vez, a falta de caldito o un café humeante, me metí un zumo bien fresquito, que me suministró una máquina impersonal en una triste gasolinera. Allí no había nada más. No tengo muy claro que esto de las áreas de servicio de las autovías sea progreso.
Al final llegué a Madrid, mal que bien, a las 4 de la mañana y con una hipotermia galopante. De hecho, en casa todavía seguí tiritando un buen rato y aún a la mañana siguiente cuando me levante tenía todavía el frío metido en el cuerpo. Entre el cansancio, las horas acumuladas encima de la moto, la humedad y el frío –el frío del carajo-, las pasé canutas… ¡En mi vida he pasado tanto frío!
Eso si, no se lo que tendrá esto del trail, que a pesar de todo, cuando me metí en la cama, ahí seguía ella: UNA SONRISA DE OREJA A OREJA.
P.D.: gracias especiales a José Mari y a Bruji… sin vuestra generosidad este relato no habría sido posible. :-* :-* Tampoco me olvido de Ricardo, que también estuvo ahí para ayudarme con la mecánica :-* :-*