Me divorcié por diversos motivos de mis anteriores motos F 800 GS y Beta Alp 200, que compartieron juntas complemetándose a la perfección casi 10 años años mi garaje.
Me llevaba muy bien con ambas pero menos kilos y solo una moto en el garaje era lo que quería.
Tras 46 años de motos quería algo que fuese un utilitario polivalente para el día a día en una gran ciudad, recados y trayecto al trabajo por autovía y algo de ciudad. Una moto ligera como aquellas vetustas traileras de menos de 180 kilos llenas, para caminos, pistas y carreteras comarcales reviradas, pero que me permitiese circular por carreteras nacionales a las velocidades en las que siempre he rodado sin tener que llevar el motorcillo estresado.
Nada en el mercado cumplía los requisitos y en plena plandemia en 2020, aparició mi pequeña KTM 390 Adventure.
Soy de moto japonesa por fiabilidad pero incluso a día de hoy los japos no tienen nada así.
Sin probarla y sin noviazgo previo supe que esa moto era lo más parecido a lo que buscaba y no acababa de encontrar.
Tras tres años de idilio y convivencia tengo claro que acerté plenamente y además de adaptarme a élla y a élla haber adaptado, no hay día si no la uso que no la eche de menos y que no esté deseando salir con la peque.
Afortunadamente raro es el día que no la uso.
Me llevo muy bien con la pequeña Kati 390 y creo que el secreto es que ninguno pide al otro algo que no pueda ofrecer.
No se lo que durará este idilio pero por todo lo que esta moto me está dando casi sin pedir nada, estoy convencido de que si llega el caso de que "se nos rompa el amor", siempre quedará una madura amistad.
Aquí la peque anteayer tras casi 500 kilómetros de pistas y carreteras por el Pirineo oscense.
