Re: ankor on tour 2004. MÉRIDA. (Badajoz).
Anoche nos retiramos a descansar mientras una suave pero persistente lluvía caía sobre Ciudad Rodrigo. La pobre Gs que pernoctó en la acera de la Plaza Mayor fue buen testigo de ello, pero ni siquiera esta agua tuvo posibilidad de limpiar su maltrecho cuerpo por efecto de tantos kilòmetros rodados.
Comenzamos la parafernalia de colocar todos los bártulos encima de la moto, para dirigirnos a desayunar al bareto situado justo enfrente. Mientras me afano en esa misión nos damos cuenta que hay algo de niebla en el ambiente. Bueno algo...lo suficiente como para no poder ver las edificaciones del otro lado de la Plaza.
Así salimos del aún mojado Ciudad Rodrigo para adentrarnos en una carretera que el gps denomina "
carretera sin nombre" y a buena fe que comprobamos el por qué. Esta ruta nos ha de llevar hasta la Sierra de la Peña de Francia que pretendemos cruzar en camino hacía Béjar.
La ascensión a la Sierra es paulatina pero prolongada, casi sin darnos cuenta vamos subiendo escalón a escalón por una estrecha y sinuosa pista. La presencia de la niebla impide ver mucho más allá que unos cuantos metros por delante de la moto. A lo lados los árboles confieren al entorno un ambiente casi fantasmagórico. Alcanzamos Monsagro, tras algo más de una veintena de kilómetros recorridos en las mismas condiciones para casi perdernos en el entramado laberíntico que conforma la carretera al paso por la población. Prácticamente nadie se percata de nuestra presencia, salvo algún can que apura el paso para cruzar de acera ante el ruido de la Gs.
Aún a pesar de la niebla notamos la presencia del sol intentando vencer su blanquecino velo, de forma que pasado Monsagro tomamos una curva y ahí de repente nos encontramos con el más celeste de los cielos y el sol iluminándolo todo. Al fin conseguimos ver el paisaje cuando la carretera se sitúa en el borde las cumbres. Discurrimos por el costado de la ladera dejando a la derecha el barranco. A la izquerda la ladera termina en una formación rocosa a la que el efecto de la erosión por cambios de temperatura provoca la fracción de su cuerpo en rocas más pequeñas que ruedan por su costado atraídas por la gravedad. Este efecto crea un paisaje de auténticos ríos de piedra.
Alcanzamos la cumbre de la Peña de Francia, tras cumplir con los cuatro kilómetros de rodeo necesarios para alcanzar el Santuario que se sitúa a unos 1700 metros. Desde lo alto se contempla un paisaje mediterráneo ocupado por montes de hoja caduca y de grandes llanuras de suave orografía. En el otro margen encontramos la vertiente afectada por el clima atlántico, más verde con una orografía agreste de cumbres y barrancos que se ocupan con pinares y otros árboles de hoja perenne.
Observamos a grandes aves rapaces jugar con las corrientes térmicas para con giros cerrados alcanzar una altura que hace ínfima la situación de la Peña en que nos situamos.
La bajada discurre por el lado atlántico, por una carretera plagada de curvas hasta decir basta y con algunas tan cerradas que casi debemos deternos para girar su complicado radio.
Entramos en La Alberca, la Al-Bereka de los árabes donde nos llama mucho la atención las características fachadas de piedra y madera que jalonan nuestro paso.
En unos pocos kilómetros entramos, casi furtivamente en la provincia extremeña de Cáceres, para inmediatamente abandonarla y seguir camino hacía Béjar que nos recibe desde lo alto de un profundo barranco con tres torres mellizas resaltando en su entramado urbano.
Desde Béjar nos dirigimos hacía Plasencia tomando la Ruta de la Plata, la N-630, que hoy nos ofrece un paisaje mucho más alentador que el que entregó en la jornada de ayer. Incluso presenta alguna que otra curvita rápida para hacer más ameno el recorrido.
En Plasencia una parada para una rápida comida a la que el nombre de "almuerzo" le quedaría pretencioso y es que aún quedan bastantes kilómetros por recorrer hasta nuestro destino definitivo.
Tomando la EX-208 tomamos ruta hacía Trujillo. Atravesamos el Parque Natural del Monfragüe y volvemos a cruzar nuestro camino con el Río Tajo al que ya tuvimos el placer de conocer, a poco de su nacimiento en los Montes de Albarracín, durante el viaje del añoi pasado.
Paisaje de olivares dispuestos en un orden casi perfecto y que ocupan una superficie imposible de calcular. Todo lo que nuestra vista alcanza lo ocupan las hileras formadas de olivos.
En el cruce con el Tajo encontramos una inmensa columna de granito situada en la misma orilla del río que parecía formada por paredes de piedra adosadas la una a la otra y luego cortada transversalmente por el río dejando los bordes de las paredes a la vista.
Sobre ella, decenas quizás centenares de buitres se arremolinan cubriendo el cielo con su ancha envergadura. El contraste del azul del cielo, el verdor del líquen cubriendo la roca vírgen y el agua del Tajo confieren a la estampa un sentido espectacular.
A medida que Trujillo se hace más cercano, entre los paisajes de olivares encontramos ciertos húspedes en forma de rebaños de vacunos y de cochinos negros. Las improvisadas charcas que la lluvía a creado en las hondonadas del terreno hace que estos últimos disfruten tanto como su nombre indica.
En Trujillo ascendemos hasta su zona monumental compuesta por la Catedral y Castillo como clónicamente encontramos en las posesiones medievales castellanas. Centro político y centro religioso que se unen, y no casualmente, en el punto más elevado de la geografía de los pueblos. Metáfora del poder situado sobre sus súbditos.
Luego, el correspondiente paso por la Plaza Mayor, que nos hace pensar que este viaje quizás debería tener por título algo relacionado con ellas porque me da la impresión que las hemos visto todas.
A la salida de Trujillo desaparecen los olivos para dejar paso a los llanos en los que los cereales han dejado sólo su tallo tras el paso de las máquinas segadoras. Tras unos cuantos kilómetros, quizás eternos por culpa del cansancio, se nos descubre la monumental Mérida destacando en el homogéneo entorno que la rodea.
Otra borrachera de Historia, aunque no medieval que es mi favorita. En este caso romana, esa que tanto le gusta y mi buen amigo Jodidoloco. Piedras labradas hace 2000 años y que permanecen para dar testimonio de la presencia de uno de los más grandes imperios de la Historia. Sobrecogedor recorrer su museo, deleistarse con la majestuosidad de la columnata del Templo de Diana o caminar por el puente que imperterrito ha soportado la dominación visigoda, la árabe y la conquista castellana teniendo como único testigo aliado el discurrir cansino del Guadiana.
Nos vemos en ruta.
