LLego temprano, apago el motor y me dispongo a esperar al tren. Unos ladridos de fondo, un silbido del viento otoñal y el sonido de mis botas gruesas y gastadas golpeando el hormigón en cada paso, son lo único que me acompaña hasta el borde el andén.
Miro a la derecha, miro a la izquierda buscando la luz que se va haciendo cada vez más grande según se acerca, pero de momento la luz lejana no existe.
A la vez que el minutero avanza, y yo espero, me doy cuenta que ya no hay ladridos, ahora sólo somos el viento y yo. Espero un tren, un tren que como en anteriores ocasiones no sé si cogeré o dejaré pasar, el tren que no sé si me llevará a hacer cosas diferentes o que simplemente es de recorrido circular, el tren que por estar sólo en este apeadero sé que para por mi y solamente por mi.
En mi mente vienen y van recuerdos de muchos trenes que he cogido y de otros tantos de los que me he bajado, pero si hoy estoy aquí es porque quiero cogerlo. Sin abandonar todos esos trenes giro la cabeza y veo la siguiente instrucción en la pantalla del navegador de la moto: " siga recto hasta carretera asfaltada", busco la luz del tren acercándose desde la lejanía a derecha e izquierda y nuevamente no hay luz. El perro vuelve a empezar a ladrar y es cuando me doy cuenta que hoy no soy yo el que toma la decisión de subirse al tren, ha sido el tren el que ya tomó la decisión de no pasar y parar en esta parada.
Vuelven a retumbar las botas a cada paso que doy, el perro se calla, me subo, arranco y hago caso al navegador, sigo recto con la gran duda de si hoy me hubiera subido o si hoy lo hubiera dejado pasar, miro por el retrovisor y veo como la estación de las oportunidades se va haciendo cada vez más y más pequeña, hasta no distinguirse apenas, miro para adelante y cada vez se hace más y más grande la carretera de las realidades y es cuando me digo a mismo con un pequeño susurro dentro del casco que lo hubiera cogido.
el calor te ha trastornado