Bueno, pues por aquí estoy y aunque se me supone una cierta facilidad con la pluma –o el teclado-, en esta ocasión no sé muy bien por dónde ni cómo empezar.
Me pedíais que escribiera la crónica de la salida, aunque creo que por experiencia, por antigüedad, por sus innegables dotes de organización, de liderazgo y sobre todo por su grandísima talla personal -y no hablo sólo de la altura física-, ese honor le correspondería a nuestros sufridos guías y más concretamente a Emilio, quien creo que lo ha venido haciendo hasta la fecha y quien creo que debería seguir haciéndolo como hasta ahora.
Sinceramente, me siento halagado por vuestra confianza y por esta pequeña responsabilidad que habéis dejado en manos de un recién llegado, pero cuando escribo lo hago con el corazón y en estas circunstancias es precisamente lo que me dicta. Estoy seguro de que lo sabréis entender.
Por ello, quizás hoy en un tono menos socarrón y bastante más serio del que empleo normalmente, en vez de la crónica propiamente dicha, quisiera dejaros algunas reflexiones personales respecto este último encuentro por la sierra de Gredos. Espero que no os aburran; al fin y al cabo, "la culpa" es vuestra...
Cuando llegué el domingo a casa, con los pies helados, lleno de barro y cansado, pero con una sonrisa de oreja a oreja, no podía dejar de pensar que este mundo es una auténtica cabronada: y es que cuando uno pensaba que había logrado superar con más o menos éxito todo ese elenco de drogadicciones, locuras y malas tentaciones que se ofrecen constantemente a nuestro alrededor, ¡ZAS!, se engancha de nuevo a esa botella que jamás quisiéramos soltar: la de la VIDA...
Sin duda, este fin de semana de nuevo he sido plenamente consciente de mi adicción; de nuevo me he metido en las venas una sobredosis de vida. De vida compartida a lomos de una moto con otros tantos adictos y bebedores de vida empedernidos. Bebedores y vividores empedernidos, entendido en el más sano sentido del término, si es que puede aceptarse como "sano" determinado tipo de adicciones.
¿Qué?, ¿qué no somos adictos?... Pues entonces que alguien me explique qué hacía Fernando allí, que no dudó en meterse 300 Km. para acudir a la cita y otros tantos para volver hasta su casa después de semejante excursión… o Chule, que apenas recién estrenada la moto ya estaba dispuesto a meterse en cualquier aventura que fuera menester, a pesar de que al final fue –sabiamente- dominado por un ramalazo de cordura y optó por volver grupas… o Emilio, que no dudó en ser el primero en aventurarse a cruzar un Tietar crecido y con ganas de dar un remojón al primero de turno… o Savino, que tuvo que apretar los dientes y tragar saliva –no menos que los demás- para vadear ese mismo río y que apunto estuvo de dar con su moto corriente abajo… o Julio, que tuvo que esmerarse en hacer una reparación de emergencia y apostar porque el precario restaño le llevaría de vuelta a casa… o Ricardo, que tuvo que sudar para sacar su moto de aquel angosto sendero que no tenía salida… o Jaime, que mordió el polvo con la misma sonrisa que lleva siempre a todas partes… o a nuestros sufridos reporteros gráficos, siempre con su cámara a punto para que todos podamos disfrutar una y mil veces esos instantes irrepetibles… o yo mismo, que no acababa de levantar la moto del barro y allí estaba de nuevo, abrazado a él, en lo que ya parece que empieza a ser un idilio extramatrimonial de lo más pegajoso… Eso por no hablar de todas y cada una de esas circunstancias personales de cada uno, que a buen seguro hacen que la aventura comience ya desde mucho antes de llegar al punto de encuentro, recordándonos que en la vida, los mayores obstáculos no son los ríos, el barro o las trialeras, si no las propias circunstancias que nos rodean día a día. Y a veces, incluso, nosotros mismos.
Y es que tal vez para muchos, el domingo cruzaron por Gredos nueve -casi diez- enajenados cabalgando sobre máquinas infernales... Pero a pesar de todo, yo hubiese jurado que allí la única locura que había es la de este mundo disparatado, que con frecuencia llama locos a quienes saben que la Vida se escribe con mayúsculas y a quienes han descubierto la forma -una de tantas- de vivirla con intensidad. A todos ellos, a Emilio, a Savino, a Julio, a Jaime, a Fernando, a Ernesto, a Ricardo, a Jesús y a Chule –al que apenas pude conocer en esta ocasión, pero que también quiso estar allí-, y a los que esta vez no pudieron asistir, les doy las gracias por compartir su adicción conmigo y por recordarme, una vez más, que nada hay más cuerdo que poder compartir la locura de cada uno con nuestros semejantes y que si sobre una moto se disfruta, tanto o más se disfruta compartiendo una mesa y lo que cada uno de nosotros llevamos dentro.
“Hola, me llamo Alberto y soy adicto a la Vida”