Queridos cófrades, como quiera que lo prometido es deuda y hoy estamos encarando ya de nuevo días de asueto, ahí va el capítulo anunciado.
"DE COMO MAESE SAVINO SE AVINO A CRUZAR EL RIO"
Ya lo había anunciado días antes… y finalmente cumplió lo prometido: Maese Savino cruzar el río lo cruzaría, más con los tachines secos y a buen recaudo. Ni corto ni perezoso, si no todo lo contrario, allí se presentó con santo invento de cosecha propia, propio de mentes ingeniosas y talantes mejor dispuestos, que para no mojarse las calzas en el Tietar todo vale, todo vale.
Así pues, mientras el nutrido atajo de barbianes e Hijos de la Gran Ruta -entre los cuáles Nos nos encontrábamos-, salíamos de nuestro estupor, nos estrujábamos el cacumen y apretábamos el cacas por salir airosos del trance que se avecinaba, el Maese y su frater menor –que no pequeño-, se refocilaban pensando con generosidad que otros más no ellos, catarían las gélidas aguas del río.
Visto el percal, que tampoco era pequeño, hete aquí que Don Emilio, veterano y aguerrido capitán, dejando a un lado su compostura habitual, decide, pie a tierra, catar con sus propios lo que otros pensaban dejar para los demás, recordando así a todos los presentes por qué era él y no otro quien dirigía la partida aquel día. Y así, sin más preámbulos o zarandajas, Don Emilio se adentra a pié en el Tietar como un sólo hombre y cual estampa de conquista a lo Núñez de Balboa, toma posesión de aquellas aguas en nombre y para mayor gloria de los Hijos de la Gran Ruta.
Del mismo modo, acabado el ritual, vuelve sobre su montura y sin más dilación encara el vado con paso firme, para sumergirse con un trotecillo alegre entre las aguas del Tietar y terminar por alcanzar, sin mayores remojones que las partes ya mojadas, la otra orilla.
Empero, la grandeza de aquel acto significaba algo más que poseer aquellas aguas o catallas con las calzas: aquello significaba que uno tras otro, todo el atajo de infelices que había quedado a la otra vera, debería mojarse los pinreles o acabar bebiendo del río que amamantaba aquel valle… Por Dios que la mañana era gélida, pero Nos hubiésemos jurado que no tanto como para sentir –como a fe mía sentía- cómo las bolillas se desvanecían entre los calzones, en un desesperado intento de evitar lo que se avecinaba.
¡San Jorge y cierra España!... Con la boca seca, las riendas tensas y las bolillas y el ojete bien prieto sobre la montura, uno tras otro –cada can se lamió el cipote como pudo- fuimos alcanzando también la otra orilla, pues por más congoja que nos tuviera acojonados no era menester rajarse a la primera de cambio ante tan nutrido grupo de montaraces… Más con todo ello, hubo quien decidió lamerse el cipote en mejor ocasión, dar la grupa al río y dejar para otros el remojón, pensando a buen seguro que hay más días que tortas y que de héroes están los cementerios llenos, demostrando con ello más sabiduría de búho que valentía de borrego.
Más no todos habían cumplido, no. Allí quedaban Maese Savino y su frater, afanados junto a sus monturas en un complejo ritual que los demás, desde la otra vera, apenas alcanzábamos a vislumbrar. Como si de danza de indios de las Américas se tratara, dos figuras evolucionaban al otro lado del Tietar en quebradas posturas, ora agachándose uno, ora agachándose el otro, mientras llevaban a cabo un anómalo intercambio de extraños objetos sin identificar.
Tras aquel sorprendente e incomprensible baile -del que Nos por un momento pensamos si no sería curiosa tradición familiar o rito de religión-, se alzaron de nuevo sobre sus monturas, portando sobre sus calzas unos singulares envoltorios de color añil que, con cierto gracejo, una y otra vez se afanaban en introducir en la corriente a modo de remos de galera
. Ah, ¡bribones!; éstos han pensado que remando sobre la montura se llega antes a la otra orilla –o al menos eso pensábamos Nos al verles de tal guisa-… No acababa de salir del estupor, cuando el frater menor del Maese ya había alcanzado nuestra vera y muy ufano descabalgaba de su montura, para descubrir ante nuestra atónita mirada, que más sabe el diablo por viejo que por diablo, haciendo bueno el refrán de “ande yo caliente y ríanse, ríanse” –o similar-.
Más no todo iba a ser chanzas y regodeos en aquella mañana, pues aún quedaba en el agua Don Savino, cuya montura amenazaba con venirse al agua por más que remara con aquellos artilugios de su cosecha. Con los ojos grandes como platos y las bolillas diminutas como olivas, el Maese apenas contenía esfínteres, pues a un paso estaba de revolcarse en las aguas del Tietar con su fastuosa montura, las sobrecalzas añiles y todo su orgullo, en un idílico abrazo que hubiera quedado inmortalizado para los anales de la historia de los Hijos de la Gran Ruta. Tal era la proximidad del chapuzón, que Don Jesús no dudó en lanzarse al agua en auxilio de su frater mayor –que no más alto-, disfrazado aún como estaba con los artilugios de remar y de los que aún no se había desecho por enseñar al resto de la bellaquería aquellos hijos de su ingenio.
Quiere la diosa Fortuna sonreír siempre a los avezados y aquel día no iba a hacer una excepción, a pesar de que en la rifa números se habían tomado. Sea como fuere, el Maese y su frater terminaron por alcanzar la orilla sanos y salvos, con las bolillas a buen recaudo, el esfínter contenido y el orgullo casi intacto, más como todos los demás… ¡con los pinreles mojados! ;D ;D ;D
… Y es que ya lo dice el refrán: “TODOS A UNA, FUENTEOVEJUNA”
Ea, con Dios y a disfrutar del fin de semana como bellacos.